Por Mario Mazzitelli

Fueron 610 centros clandestinos de detención. No fue una guerra. Fue un infierno.

¿Para qué armar centros clandestinos? Para llevar a esos lugares a personas secuestradas. No fue una guerra. Fue un infierno.

¿Por qué eran clandestinos? Porque no eran detenciones legales por orden de un juez. Iban a buscar a “personas sospechosas” a sus hogares, a las casas de sus amigos, al lugar de trabajo o estudio, en la calle; los secuestraban y los llevaban a esos centros. No fue una guerra. Fue un infierno.

“Personas sospechosas” es una figura que solo implica una presunción, no es una prueba. Y no se puede privar a alguien de su libertad por una suposición. ¿No es así? Cierto. Pero en aquellos años estar en una agenda podía hacerte “sospechoso/a” y ser motivo de una detención. No era una guerra. Fue un infierno.

Pero ¿Entonces no debieron llamarse: CENTROS CLANDESTINOS DE SECUESTRADOS? Sí. No fue una guerra. Fue un infierno.

¿Qué hacían con los secuestrados? Los interrogaban. ¿Y si no querían hablar o no tenían alguna información? ¿Los dejaban en libertad? Primero los torturaban. Tormentos insoportables con picana eléctrica, sumergiéndoles la cabeza en tanques con agua, golpes brutales, etc. Si se les iba la mano, morían. (Y después buscaban la manera de deshacerse de los cuerpos. Enterrándolos, tirándolos al río o el mar, cremándolos en altos hornos, etc. Así se fue creando la figura trágica de los DESAPARECIDOS.) Cuando eran mujeres, todo era peor. Jóvenes abusadas y violentadas. Embarazadas asesinadas y robados sus bebes. (Al día de hoy 137 nietos fueron recuperados por las abuelas. Cientos todavía viven con su identidad adulterada.) No fue una guerra. Fue un infierno.

En otros casos, por presiones familiares, políticas, internacionales…eran puestos en libertad. Pero nadie volvía igual después de haber pasado por el infierno.

¿Y qué hacían los jueces y fiscales frente a este atropello a sus facultades? Mayoritariamente miraban para otro lado. Dejaban hacer ¿Cómo que dejaban hacer? ¿A quién dejaban hacer? A las fuerzas represivas. Pero ¿las fuerzas represivas actuaban en la clandestinidad? Sí. No fue una guerra. Fue un infierno.

¿Esos, no serían grupos parapoliciales y paramilitares, en contraposición al ejército, la marina, la aeronáutica, la prefectura, la gendarmería, la policía federal, las provinciales… educadas en el principio del honor? La inmensa mayoría de ellos, por acción u omisión, fueron responsables.  ¿Es decir que ellos también actuaban en la clandestinidad? Sí. Y bajo sus órdenes accionaban los parapoliciales, paramilitares y grupos de tareas. No fue una guerra. Fue un infierno.

El poder ejecutivo declara la guerra, pero solo es guerra cuando lo autoriza y aprueba del Congreso. Si el Congreso no autoriza y ni aprueba, no hay guerra. Hay acción inconstitucional, ilegal, clandestina, se puede ejercer la violencia, usar armas, etc. pero no es una guerra. ¿Es así? Sí, es así.

¿Quién presidia a la Argentina? Videla ¿Y quién lo había elegido? La cúpula de las FFAA.… ¿Eso no es un gobierno ilegítimo? Claramente. ¿Puede un gobierno ilegítimo declarar una guerra? No. No fue una guerra. Fue un infierno.

¿Qué hizo el Congreso frente a tanta arbitrariedad, violaciones y crímenes? ¿Cómo pudo ser que diputados y senadores no se acercaran al edificio del Congreso Nacional y se reunieran para hacer cumplir sus facultades provenientes de la Constitución Nacional? Quedó disuelto por la fuerza bruta de los usurpadores del Poder. El terrorismo de Estado, que dominaba las calles y casi todos los rincones del país (incluidas las casas particulares de las familias) hacían casi imposible una acción pacífica de esa naturaleza. No fue una guerra. Fue un infierno.

Las legislaturas provinciales y los concejos deliberantes fueron cerrados. Las gobernaciones e intendencias ocupadas por los autócratas. ¿Y que hicieron los partidos políticos, los sindicatos, los centros de estudiantes, el periodismo, etc.? Su accionar quedó suspendido, prohibido o reprimido por la dictadura. Hubo resistencias muy dignas. Pero las condiciones fueron terribles. No hay institución democrática que pueda funcionar entre las calderas de la muerte.

Dirigentes políticos, sindicalistas, personalidades de la cultura, profesores, periodistas, intelectuales, etc. amenazados o advertidos sobre los riesgos para sus vidas; se fueron al exilio. Otros fueron detenidos en cárceles comunes, bajo cargos infames, nunca comprobados. Así al abanico de la represión (salvaje, desproporcionada y en el marco de un plan general pergeñado en el exterior) no le faltó ningún ingrediente. No fue una guerra. Fue un infierno.

El plan fue descrito por un miembro de la marina a Jacobo Timerman poco después del 24/03/76: “-Si exterminamos a todos, habría miedo por varias generaciones.           – ¿Qué quiere decir todos? Preguntó el periodista.    – Todos. Unos 20 mil. Y además sus familiares. Hay que borrarlos a ellos y a quienes puedan llegar a acordarse de sus nombres. Respondió el marino.” Fue un plan criminal de exterminio.  No fue una guerra. Fue un infierno.

Ocurrió que si alguien no vio, no escuchó, no sintió, no habló, no hizo comentarios, etc. todo ese horror le pudo pasar inadvertido. Otros consintieron esa cruzada horrorosa asumiendo el sacrificio del “chivo expiatorio” (mayoritariamente los jóvenes) para salvarnos de los pecados. En la vereda de los riesgos, la militancia comprometida con la defensa de los derechos humanos, las madres, las abuelas, los familiares, abogados, etc. quedaron como una minoría activa, que no tenía la fuerza de las armas, pero tenía la fuerza moral de su lado. Y su prédica humanista fue creciendo hasta sensibilizar a los argentinos y al mundo. Así, junto a los descalabros económicos de la dictadura fue mutando la opinión pública. No era una guerra. Era un infierno.

Hoy la mayoría de nuestra población nació en el marco de las instituciones constitucionales recuperadas en 1983. Difícil (para ellos) concebir lo que fue ser arrastrados a la degradación humana más aberrante de nuestra historia. Sobre esa realidad subjetiva, la derecha monta un relato falaz de la historia, en base a mentiras cínicas. Distorsionando los hechos hasta hacerlos irreconocibles. Incompatibles con las pruebas judiciales e históricas. Solo la verdad nos hará libres. Y lo mejor que puede hacer un pueblo con una tragedia es exponerla en toda su crueldad, justamente para no repetirla. Esto es así solo si fuera cierto (como quiero creer) que la conciencia moral (mayoritaria) de los argentinos, nos impulsa a soñar un vivir digno, para todos y cada uno.

Aclaremos. La dictadura (1976-1983) de inspiración imperialista, con promoción oligárquica, ejecutada por los militares y apañada por vastos sectores, no inventó la violencia.

Bastaría pensar en el papel de la espada y las armas de fuego durante la colonización, las invasiones inglesas, nuestras luchas intestinas, las masacres de los pueblos originarios en los siglos XIX y XX, la guerra del Paraguay, la semana trágica, la represión en la Patagonia, la introducción de la picana como elemento de tortura, los atropellos a las libertades individuales, la cárcel como herramienta política, la violencia como ejercicio permanente de poder desde el Estado, los levantamientos militares, el bombardeo sobre Plaza de Mayo en 1955, los fusilamientos en José León Suárez, la noche de los bastones largos, la triple A, el gatillo fácil, etc. al igual que la historia universal, muestra que los seres humanos le asignaron a la violencia un papel importante a la hora de modelar la realidad. Los militares argentinos (formateados en la mal llamada Doctrina de la Seguridad Nacional, que en realidad era la Doctrina del imperialismo para la defensa de sus intereses) no inventaron la violencia. Pero la llevaron a la zona más ruin, degradante, cruel, destructiva para la Nación, la industria, la educación, la cultura, que uno pueda imaginar. Las pretendidas justificaciones no tienen asidero. En el marco de las instituciones de la Constitución se podían encontrar sanos remedios para el mal de la violencia. Pero quienes venían violando la CN desde el 6 de septiembre de 1930, no podían sentirse cómodos actuando dentro de la ley. Por eso no tienen perdón, son crímenes de lesa humanidad imprescriptibles. Memoria, Verdad y Justicia, sigue sintetizando los valores que no pueden ser adulterados sobre la falsa idea que se trató de una guerra (No fue una guerra) y eso validó todo el accionar ilegal (Abrieron las puertas del infierno)

Los negocios. No terminaríamos de comprender el golpe si nos quedáramos en el terreno político-represivo. La economía puede explicarnos muchas más cosas. Una de las tareas era redistribuir el ingreso en detrimento del pueblo trabajador. Los trabajadores pasaron de un 50% a un 30%. Si fuera una torta de 10 porciones pasaron de tener 5 a tener 3. Mientras los sectores más concentrados (nativos y extranjeros) pasaron de un 50 a un 70%. Esos 20 puntos  al día de hoy  representan algo más de 100.000 millones de dólares por año. Cien mil millones de dólares que, total o parcialmente, el pueblo  tributo (por el terrorismo de Estado) a los sectores más ricos, concentrados, pudientes y privilegiados de la sociedad. Tan gigantesca fue aquella transferencia que (con el paso de los años) quizás estemos hablando de mucho más de 2 billones de dólares. Ese fue el botín por el que vinieron, los Martínez de Hoz, los Pérez Companc, los Fortabat, los Bulgheroni, los Macri, los Roca, los bancos comerciales, las corporaciones multinacionales, los acreedores externos, los endeudadores locales y el FMI; que dio su apoyo desde el principio hasta el fin de la dictadura. Los piratas se distribuyeron el tesoro arrancado al pueblo argentino a sangre y fuego. ¡Que no son capaces de hacer por una moneda de oro o un barril de petróleo! Quien no quiera entender la relación entre los altos índices de pobreza actual y la concentración/fuga de riqueza generada en aquellos años, es que estuvo mirando otro canal. No fue una guerra. Fue un infierno.

El servilismo. La dictadura fue uno de los  eslabones entre lo que antes fue el golpe de Estado en Chile (contra el gobierno democrático de Salvador Allende) y más tarde la contrarrevolución conservadora, expresada en Margaret Thatcher y Ronald Reagan. Lo que no entendieron nuestros militares es la diferencia entre los países capitalistas centrales y los periféricos, creyendo que alineándose con los primeros alcanzaríamos los mismos resultados. Error porque la tendencia del dinero es fluir desde los periféricos a los centrales. De manera que la misma política (aquí o allá) obtiene resultados asimétricos. Así, los dictadores, creyendo que defendían los intereses nacionales, terminaron defendiendo los intereses extranjeros.

El poder político.  Junto a la transferencia de riqueza, su correlato fue pérdida de poder político en manos del pueblo. Un pueblo empobrecido tiene menos poder político.

La industria. No terminarían allí los desatinos. Para asegurarse la irreversibilidad del proceso histórico, quisieron terminar con lo que consideraban el reducto de la resistencia popular, el aparato industrial. Es decir aquella rama de la economía que desde 1750 en adelante marcaría el nivel de adelanto, de desarrollo científico, tecnológico, productivo y de bienestar para los pueblos. La industria fue atacada sin piedad. Quienes quisieran sumarse a la timba financiera o la importación de bienes tendrían premio. Aquellos obstinados en seguir produciendo en la industria serían extinguidos.

La deuda. Ilegal, fraudulenta, multiplicada por 7, con condiciones leoninas; es el lastre financiero que ata a la Argentina al carro del vigía de occidente, condiciona las cuentas públicas, distorsiona la macro economía y nos desangra. Cuarenta años después, como un tributo colonial a perpetuidad, dejó condicionada la inversión nacional. Es por tanto una de las causas principales de nuestro estancamiento.

El Estado. También el Estado debía ser desmantelado. Un Estado activo capaz de planificar la economía a favor del pueblo resultaba ser un enemigo, de quienes querían transformarse en factores dominantes de la economía, sin límites ni restricción alguna. Los zorros no querían pastor en el gallinero, y llegaron hasta lo imposible para eliminarlo. (Claro que buena parte de estos objetivos iban a culminar durante la administración de Carlos Menem.)

Vienen por todo. Quien quiera leer un poco más profundo sobre ¿que nos pasó a los argentinos? deberá comprender que lo peor de la dictadura terminó el 10 de diciembre de 1983. Pero sus instigadores, los reales dueños (nativos y extranjeros) de la Argentina, sus beneficiarios, siguen disfrutando de buena salud hasta nuestros días. Han sido capaces de diseñar un país para pocos. Y lo han sabido mantener. No pudieron aplastar a la Democracia. Pero la doblegaron. Supieron medir hasta donde se animaban los gobiernos de origen popular. Vieron que eran muy modestas sus aspiraciones. Pero ellos no son gente modesta. Ellos van por todo. Saben que aquello no fue una guerra. Fue un infierno al que ellos echaron leña. Sin aquel infierno hoy no tendrían una nueva oportunidad. Un gobierno identificado con aquella praxis no era fácil de conseguir. Y lo consiguieron. Van a tratar de aprovechar la oportunidad para terminar de despojar a los argentinos.

Vamos por lo nuestro. Ahora nos toca a nosotros. Movilizar, organizar, contribuir a aclarar ideas, defender los intereses de las mayorías populares y recrear los sueños. Para erradicar la pobreza, elevar las calidades educativas, científicas, tecnológicas y productivas. Modernizar el país en un marco de Justicia Social. Planificar el desarrollo. Embellecer la vida. Encender todos los motores. Con un pueblo “culto y laborioso”, como diría San Martín. Darle vuelo a la libertad. Sabiendo que no nos conformamos con haber salido del infierno. Ahora queremos probar que en la tierra argentina se puede edificar el paraíso, haciendo realidad el bienestar general, la felicidad del pueblo y la gloria nacional.

Claramente, no fue una guerra. Fue un infierno.

By omalarc

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