Testimonio de una mujer que guardó un secreto durante cuatro décadas y que en la madurez se propone encontrar al bebé que le robaron durante el terrorismo de Estado

Entera, convencida, digna, la cordobesa D.A. se acerca a los 60 años con –casi- una única misión en la vida: encontrar al hijo que el terrorismo de Estado le robó en el invierno de 1975. Ella tenía doce años cuando estuvo secuestrada durante meses y sufrió abusos reiterados por parte de un militar del que nunca supo siquiera el nombre; poquito antes había menstruado por primera vez, y quedó embarazada producto de esa violencia sexual. Todo ocurrió en un cuartel sobre el que echaron un manto de olvido, el Grupo de Artillería 141 José de la Quintana, un ex centro clandestino de detención en el que se investiga si existen fosas con restos de desaparecidos.

La de D.A. es una historia callada durante cuatro décadas, transmitida solo a su acotado entorno y relatada en exclusiva a La Nueva Mañana. Alentada por los informes que este medio viene publicando sobre la guarnición quintanera, la mujer decidió hacer público lo que vivió, con la esperanza de saber qué pasó con su bebé, hoy -quizás- un adulto de 45 años.

Cuénteme de dónde es oriunda y cómo conoció el ex GA 141…

– Nací en Córdoba en el 62. En mi familia éramos cuatro hermanos, dos mujeres y dos varones, y a partir de los 9 años comencé a pasar las temporadas de verano en el cuartel, porque mi tío era enfermero allí. Siempre en el barrio de suboficiales, donde él vivía con su familia, en la última casa de material a mano izquierda. Íbamos al río, jugábamos al vóley a la tarde y a las escondidas. Esto comenzó en 1971, aproximadamente.

¿Eran vacaciones de algunos días, o de todo el verano?

– Por lo general me iba los dos meses, enero y febrero, y con mis hermanos; mi hermana es más grande y los varones son más chicos que yo. Pero ellos no iban todos los veranos, dependía de la situación de cada uno, si querían ir o no. A la que más le gustaba ir era a mí. Me gustaba el verde, el río, y ahí jugábamos con los hijos de los suboficiales, vivían todos en el barrio.

Y en 1975, ¿qué fue lo que ocurrió?

– Hasta ese momento todo era normal. En enero del ´75, no sé la fecha exacta, jugábamos a las escondidas en la cancha de vóley y sonó la sirena. Mis hermanos no estaban. Nos habían dicho que si sonaba la sirena nos teníamos que tirar y quedarnos quietos donde estábamos. Yo estaba cerca de la ligustrina y me tiré ahí; la cancha y los ligustrines estaban en la entrada al barrio, cerca del Casino De Suboficiales. Mientras sonaba la sirena del cuartel, sentí algo pesado que me cayó encima, como si se me tirara alguien, y después no me acuerdo nada más, hasta que desperté en esa habitación y no tenía idea dónde era ni cuánto tiempo pasó.

¿Puede describir el lugar?

– Cuando desperté vi que era una pieza de unos tres por tres metros, que tenía una ventana arriba tipo ventiluz, alargada, sin rejas ni vidrio. Las paredes eran de cemento, color cemento; el contrapiso estucado. Lo único que había era un colchón rayado, y la puerta era de chapa, negra; no se podía abrir del lado de adentro. Tenía un excusado, una letrina, y no había agua. Me habían puesto la ropa de gimnasia de los soldados, un jogging gris; no tenía recambio de ropa, la mía me la sacaron. Con el tiempo tiraron unas colchas para el frío.

Ese primer día, ¿qué atinó a hacer?

– Grité y llamé a uno de los chicos que jugaba con nosotros, pero nadie respondía. Recién al otro día apareció alguien, una persona, una sola; me parece que era la tarde. En ese primer encuentro me pegó de entrada, me pateó, me insultó. Era alguien a quien yo no había visto nunca.

¿Cómo era?

– Tenía uniforme militar, y era alto, prolijo como todo militar, sin bigote y de pelo castaño. Él sí sabía quién era yo, me llamó por mi nombre. Se quedó y abusó de mí. Después terminó y se fue.

Esos vejámenes, ¿se repitieron?

– Esta persona iba seguido. Él no hablaba conmigo; solo me insultaba, me abusaba y me pegaba. Una vez me agarró con el cinto. Siempre estaba enojado.

¿Usted tenía contacto con alguien más?

– Los únicos contactos eran cuando tiraban agua y comida y cuando esta persona ingresaba. Abrían la puerta para dejarme agua y comida y cuando veía que metían la mano, yo les preguntaba, les decía que me dejaran salir, les pedía que avisaran a mi tío, y no me decían nada, no me respondían. Yo no entendía nada, estaba desesperada; lloraba, gritaba, llamaba a mi tío. Para matar las horas y no enloquecer pensaba mucho, pero más que nada tenía miedo de que él volviera. Era muy violento.

Su tío enfermero, ¿apareció en algún momento?

– A mi tío no lo vi en ese tiempo, que yo calculo fueron ocho meses; cumplo años en octubre, y al poquito de volver a mi casa cumplí años. Pude haber estado allí hasta septiembre.

¿Sabe exactamente en qué lugar la tuvieron secuestrada?

– No. Daba la impresión de ser un lugar apartado, se sentía silencio. Yo calculo que vigilaban afuera.

¿Cómo siguió ese calvario?

– En un momento él dejó de venir un tiempo; pasó un mes o dos, volvió a aparecer y me violó de nuevo, me lastimó y ya empecé con trabajo de parto y él se fue. Yo llamaba y gritaba, y tuve familia ahí mismo.

¿Sola?

– Una noche entraron varios, me agarraron dos de los brazos y otra persona que estaba abajo me metió las manos adentro y me lo sacó. Creo que eran cuatro; eran soldados y uno parecía ser un médico.

¿El bebé nació vivo? ¿Pudo verlo?

– Nació vivo, lloró. Era un varón y le alcancé a ver la espalda hasta que me desmayé del dolor. Yo no tenía anestesia, fue todo a lo bruto, arriba del colchón.

¿Y después?

– Recobro el conocimiento, me sacan una venda que me habían puesto y veo que estaba en el salón grande de la Enfermería del cuartel, un lugar que yo conocía porque allí trabajaba mi tío, tenía estanterías, camillas, vitrinas. Ahí lo vi a mi tío, estaba solo, y cuando le quise contar lo que me había pasado, me agarró del brazo y me dijo: “De esto no se habla”. Estuve unos días ahí, recuperándome de todo, y él mismo me llevó después a mi casa, en Córdoba.

En los meses que estuvo secuestrada, ¿sus padres reclamaron?

– Mi tío les había dicho a todos que estaba encerrada en el cuartel porque tenía no sé qué enfermedad. Él mismo iba a mi casa a Córdoba y les decía que me tenían internada; mi tío era como el jefe de toda la familia, de la mía y la de mi tía. Lo que él decía era palabra sagrada.

¿Y usted pudo contárselo a alguien?

– No hablé con nadie, fue como si eso no hubiera pasado. Yo estaba en séptimo grado, ese año lo perdí y vivía enojada; tuve una vida muy dura porque siempre estaba enojada. Después terminé la escuela y fui a trabajar a la Asociación Española, allí hacía trabajo administrativo.

¿Cuándo entonces pudo usted contar esta historia?

– No lo hablé con nadie hasta hace unos cinco años, por una circunstancia de salud de uno de mis hijos. Era un tema que yo no abordaba, lo tenía anulado. De todos modos buscaba qué había pasado, lo veía cuando yo tenía los chicos chicos. Pero no hablaba.

Y con su tío, que ya falleció, ¿pudo hablarlo alguna vez?

– Antes de venirme para acá –N. de la R.: D.A. reside desde hace años fuera de Córdoba- lo vi en su casa de Alta Gracia, fui a ver qué me decía. Y no me dijo nada, estaba nervioso. Después se murió.

¿Cómo se convive durante tantos años con un secreto así?

– La pasé muy mal, hasta hace poco he estado mal. De adolescente he tenido miedo de que volvieran a aparecer en mi casa de Córdoba. Hace unos años me hizo bien dar la muestra de sangre en la Conadi –Nota de la R.: Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad-. Fue por medio de mi psicóloga, ella hizo todos los trámites y yo viajé a Buenos Aires a dar la muestra. Me hizo bien porque es una oportunidad para poder encontrarlo.

¿Hizo denuncia alguna vez?, ¿volvió al lugar?

– Nunca hice denuncia, nunca se me ocurrió. Yo no supe más nada, de Conadi no se comunicó nadie más conmigo. Di alguna vuelta por la zona, pero nunca volví.

¿Sueña con encontrar a su hijo?

– Me pregunto qué habrá sido de ese niño, si lo habrán dejado vivir, porque sé que han matado niños también. Deseo encontrarme con él, conocerlo, verle la cara. Yo hasta el día de hoy me pregunto por qué me pasó esto a mí.

El secuestro y abusos reiterados que sufrió D.A. durante el terrorismo estatal previo al Golpe ocurrió en una dependencia aún no localizada –y que puede haber sido demolida- del ex Grupo de Artillería 141 José de la Quintana. Se trata de una vieja guarnición enclavada en un predio de 880 hectáreas, a apenas 50 kilómetros de la ciudad de Córdoba, muy cerca de Despeñaderos y Alta Gracia.

El ex GA 141 está oficialmente reconocido desde 2018 como una de las tantas sedes de la represión ilegal en la provincia. Integra el Registro Unificado de Víctimas del Terrorismo de Estado (RUVTE), en el que el Estado nacional sistematiza los centros clandestinos de detención y los campos de concentración que implementó la última dictadura cívico-eclesiástica-militar.

Oficialmente el cuartel dependía del Tercer Cuerpo de Ejército y era cabecera de la Subárea 3117, con jurisdicción sobre los departamentos Ischilín, Cruz del Eje, Punilla, Colón, Totoral, San Alberto, San Javier, Calamuchita y Santa María. Cuando el Golpe, oficiales de la guarnición fueron destinados a cargos políticos en Alta Gracia, Cruz del Eje y Villa General Belgrano, entre otras ciudades.

Testimonios de suboficiales, ex conscriptos y presos políticos dan cuenta de detenciones ilegales en distintos edificios del vasto predio, especialmente en la Enfermería, donde trabajaba el tío de D.A., de unos 40 años en esa época. Incluso existe una lerda causa judicial que investiga la posible existencia de cuerpos enterrados: colimbas denunciaron la existencia de fusilamientos y de al menos una fosa común en la parte posterior del predio, aledaña a la vieja fábrica de pólvora y explosivos. Además, dos ex conscriptos de la guarnición están desaparecidos, y al menos uno fue asesinado en el propio cuartel. Todas esas muertes siguen impunes.

Desde 2018, la organización Trabajadores Unidos por la Tierra recupera el sitio mediante un permiso del Estado nacional, desarrollando allí proyectos de agroecología y ganadería de bajo impacto. Además, elaboró y presentó ante autoridades un anteproyecto para la creación de un Sitio de Memoria, que fue apadrinado por la Madre de Plaza de Mayo Nora Cortiñas. Por todo esto, en 2020 vecinos y organizaciones de la zona pidieron a la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación que releve, preserve y señalice el predio. A la fecha, la solicitud no tuvo respuesta alguna.

By omalarc

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