Es uno de los cantautores de culto del folklore argentino. Su voz y su registro le permitieron formar parte de Los Huanca Hua y de Los Andariegos, pero decidió hacer su propio camino y hoy es un sello propio por fuera del mercado.
Pancho Cabral lleva La Rioja en su voz, lleva el norte y la América toda, dulce y silvestre, como la albahaca, que viene de lejos, y él se pregunta qué hace ese verde colgado en la oreja del carnaval.
Su historia forma parte de uno de los mejores momentos del folklore argentino, con el surgimiento del nuevo cancionero latinoamericano, del cual es uno de los autores indispensables.
Su voz, una de las que hicieron brillar a Los Huanca Hua y Los Andariegos, y una de las que ha clareado con luz propia una forma y un sentir de la patria grande.
En el 77 tuvo que exiliarse y, luego, con el regreso de la democracia, vuelve a esa Rioja que es el centro de su poesía. Será otro hombre, otro cantor, el que compartió con otros cantores el exilio latinoamericano en París, el que soñó y cantó las revoluciones de América.
Regresa con su guitarra y sus sueños, al barrio que lo vio crecer.
¿Recuerdas el primer tema que compusiste, cómo era ese changuito que de momento descubre que su voz era para el canto?
Sí, un Villancico, está en el cancionero mío. Tenía 15 o 16 años. Era la época en que buscaba la lectura, la música que yo quería seguir. La música del 50, pero más del 60, cuando ya tomé conocimiento de que realmente podía cantar.
En segundo, tercer grado, nos hicieron pasar al frente y nos pidió la maestra que cantáramos y yo me di cuenta de que no desafinaba. Después en el barrio San Vicente, donde me crié, comenzamos con los amigos, Jacinto Rojas, que vive en Tinogasta ahora, cantaba folklore, después cantaba tango y nos juntábamos a la orilla del río Tajamar. Y bueno, como vos sabés los ríos de La Rioja son ríos de arena, agua petrificada (risa). Y por ahí comenzó todo. Además de haberme criado en un barrio de músicos realmente…
No sé por qué razón de la vida allí estuvieron los grandes precursores de la música de La Rioja: Juan José Oyola, Don Aurelio Espinoza, El Ciego Roberto, que era de Catamarca, pero que nosotros nos lo quedamos, son viejos serenateros; los hermanos Agüeros, los hermanos Gordillos, Mariela Gordillo, vidaleras… Entonces para un niño haberse criado en ese ambiente, con músicos a la vuelta, fue imborrable.
¿Ese paisaje y ese entorno perduró en tus canciones?
Sí. Fue un barrio que a mí me marcó y me dio todo el paisaje necesario que un niño necesitaba para después transformarlo en canciones. Está presente siempre, fueron vivencias muy fuertes para un niño, para un adolescente, y aún en estos momentos sentirse orgulloso con personajes precursores de la música de mi región. Y todo eso después, en la magia de la lejanía, se magnifica y se filtra, y vos le ponés tu impronta y tu magia también. Es como tomar el paisaje y ponerle palabras. Uno tiene que haberlo vivido, no puede inventarlo, es como la música, si no conoce el origen no podés improvisar sobre ella.
Recuerdas cuándo te sentiste artista por primera vez en ese entorno?
Y en el Club San Vicente, en el Hospital San Vicente también, hicimos varias actuaciones, con Jacinto Rojas para los enfermos, esoz fueron los primeros aires de cantar y de mirar desde el alambrado la barra de los más grandes. Por eso me quedaron grabados nombres. Yo hice una milonga después para un boliche que siempre lo llevé en mi memoria, el boliche de Santos Vegas, (canta): “Tobares y Ángel Herrera, entre reales y obligos”, y hace dos o tres meses fui a verlo a Tobares, todavía vive, porque en la barra de los viejos él era el más joven.
¿Cómo recuerdas al boliche Santos Vega?
El boliche Santos Vega tenía un billar y al fondo una galería, que en esas siestas de La Rioja, viste de 40º para arriba, los hombres se sentaban en esa galería a jugar el Truco. Entonces hice un juego con los naipes, con sus rostros, esas camisas transpiradas, porque nosotros no podíamos pasar. Santos Vega era un hombre inmenso, con un cinturón, era sargento de la policía, viste, te miraba y ya sabías… entonces mirábamos desde la puerta los hombres grandes jugando al billar y al fondo también los que estaban jugando al sapo, al truco y contándose cosas, y esa imagen la llevé toda mi vida hasta que salió ese Boliche de Santos Vega.
Y te cuento una anécdota, porque hubo muchos amigos presentes que después me hicieron acordar. Se la hice escuchar a Armando Tejada Gómez en Cosquín, en una noche de esas que ya no es de noche sino que es de día también. Cerramos las cortinas del bar para que siga siendo oscuro y yo le canté esa milonga que recién terminaba de componer, en una parte dice: “Y con ángeles de humo mataban su cigarrillo”, entonces él me dice: “no, no, esa frase es mía” (risas). Para mí es uno de los mayores elogios que he podido recibir en mi vida.
¿Sientes que la música y la poesía te salvó, en el sentido que te dio un destino?
Pienso que sí. Cuando tenía 15 o 16 años fui a un concurso a Buenos Aires. Se hacía por cada provincia. Vos ganabas y te ibas a Buenos Aires. Lo organizaba la revista Antenas y Radio Belgrano. Llego a la final, en el Luna Park. Te imaginás para un joven estar en la final de un concurso que se escuchaba en todo el país y donde en el jurado estaba Aníbal Troilo… bueno…
Eso también me marcó, fue como un hito para este joven que venía cantando y a partir de allí comencé a soñar.
¿Y la parte literaria?
Haber tenido la suerte de tener un Ariel Ferraro, Carlos Alberto Lanzillotto, Ramón Eloy López, que no tuvieron ningún egoísmo para guiarte. Teníamos un diario de lucha, una cooperativa gráfica de primera en Latinoamérica. Estaba Mercado Luna, Daniel Moyano. El grupo Calíbar fue un movimiento de pintores, escritores, escultores que a mi generación la marcó muchísimo y ese fue un camino que se lo deseo, salvando los tiempos, a otras generaciones, que se afiancen en un movimiento que ellos vean que les abre las alas, el conocimiento.
Cuándo llegas a Cosquín?
A Cosquín llego de la mano de los Huanca Hua ya. Es ahí donde me pruebo con los Huanca Hua. Nosotros habíamos ido con algunos amigos a Cosquín, acabábamos de recibir con el Cuarteto Norte, el primer premio como cuarteto vocal del Festival de Tango de La Falda. Allí sucedieron cosas muy extraordinarias. Porque cuando bajamos del escenario ahí estaba Héctor Larrea, Homero Expósito, y un hombre también se acerca y nos dice que le interesaba que vayamos a Buenos Aires que nos iba a relacionar con El Viejo Almacén y que nos iba a firmar la tapa del disco. Y nosotros no sabíamos quién era y nos dicen es ¡Cátulo Castillo! Y después vamos a Cosquín y ahí viene Colacho Brizuela, guitarrista de Mercedes Sosa, y me dice, che, se va la primera voz de los Huanca Hua y están probando”. Y digo, ¡ah bueno, voy y me pruebo! Me dice Pedro Faría Gómez, andá hasta la hostería del Remanso. Y me dice Pedro, andá esta noche al escenario y seguimos probando allí. Y cantamos una zamba (canta): “Un violín gemidor”…, Zamba de mis pagos. Y cantamos la mitad y me dice, “ya está, ya está, ya sos Huanca Hua”.
Maravilloso, porque se venía cumpliendo un sueño. Siempre los sonidos que me gustaban era el de Los Nocheros de Anta y de Los Andariegos. Y la vida me premió con haber estado con los Huanca Hua y con Los Andariegos, me quedaron Los Nocheros de Anta. Yo estaba estudiando en Las Pirquitas (Catamarca), un músico de Catamarca, Carlos Brizuela, me dice andate hasta Tucumán que están buscando la primera voz para Los Nocheros de Anta. Me tomé el ómnibus y me fui, pero había entrado, le erré por días (risas).
En ese sentido la vida me dio las oportunidades y no las desperdicié.
Después de estar en un grupo como Los Huanca Hua, ¿cómo fue hacer tu propio camino, tu propia poética?
Eso te lo da la lectura, y las ganas de aprender. El haberte rodeado con tantos buenos músicos, con tantos buenos artistas y formar con tu lectura y la música de ellos una música propia. Porque la armonización de Los Andariegos era diferente a la de los Huanca Hua. Yo tuve un grupo acá, Los Montoneros Riojanos, y ese era un buen grupo, nada más que no tuvimos la oportunidad de grabar, era muy difícil en ese tiempo, década del 60, para nosotros, no sé los que estaban en Buenos Aires.
Al estar con Los Andariegos yo ya había empezado mi carrera como solista. Y en el sello Microfon había grabado un simple y un LP. Porque venía componiendo.
Pero no te quedaste con ese estilo de la década de oro del folklore que luego el mercado absorvió, sino que desarrollaste tu propio estilo.
No. Me di cuenta de eso. Para hacer el LP en el sello Microfon querían que yo grabara la mitad de temas míos y la mitad de otros tipos de canciones, canciones con las que nunca estuve de acuerdo, que no dicen nada, sino que tener que decir 32 veces la palabra amor. Tuve muchas proposiciones de este tipo: “Te vamos a lanzar al estrellato” (risas), por el hecho de ser afinado, de tener un color de voz que puede cantar bolero, que puede cantar balada y que puede cantar folklore. Pero se equivocaron al creer que podían conducirme a un circuito comercial que al cual no accedí. Porque al salir de Los Huanca Hua al otro día vos no sos nadie, sos Pancho Cabral, tiene que empezar de nuevo. Cualquiera podía haber tomado ese camino y yo dije no. O hacemos todas las canciones mías o no. Mirá que Julio Mahárbiz me había puesto en un circuito con Alfredo Citarrosa, Los Chalchaleros, Los hermanos Ábalos, Los Cantores de Killahuasi y Daniel Toro; hicimos una gira por Mendoza, Tucumán, Bahía Blanca.
Pero no, dije que no. Y siempre me sentí muy conforme conmigo mismo, porque pongo la cabeza en la almohada y nunca me arrepentí y logré hacer lo que realmente quería, cantar de una forma particular. Que no se busca, viene con uno. Yo podría cantar un montón de cosas de forma tradicional porque las conozco y de joven escuché todas, desde Los Fronterizos, Los Chalchaleros, la renovación con Los Nombradores…
El arte hay que fundamentarlo para poder desarrollarlo. Si no te quedas en una estructura de la cual no puedes salir, en este caso el de la comercialización. A mí me han propuesto grabar en CBS un dúo de baladas y tampoco acepté componer ese tipo de canciones.
Me propusieron cantar en otros grupos, por ejemplo cuando se iba a formar el trío San Javier, vino Pedro Favini, el director, el bajo de Los 5 del Norte a proponerme que fuera parte de ese trío. Fuimos a un bar en la esquina de Belgrano y Arberti. Me dicen mirá, nosotros queremos hacer esta línea, y yo estaba en la lona, tenía que buscarme laburo de guitarrero y les dije no. Y ellos después vendieron montones de discos y me alegro que hayan ganado un montón de dinero y les haya ido bien, pero no era mi línea.
Eso ha tenido su costo, ¿no?
Muchísimo costo. Te puedo señalar, yo iba a vender aceitunas en Buenos Aires en las rosticerías… y masillas para auto, y bueno así… Trabajos que te dignifican pero que no son lo tuyo y estás luchando justamente para llegar a lo otro.
En tus últimos discos se va colando sonoridades que tienen que ver con esa conjugación latinoamericana que lleva al latin jazz.
Sí, es una música que he escuchado mucho. Además, al partir para Europa, haber estado con músicos cubanos, nicaragüenses, de El Salvador, chilenos. Cantábamos todos los sábados en el Comité Latinoamericano en París. El frente de nosotros era el brazo cultural del Frente Farabundo Martí, trabajábamos para la Revolución de El Salvador y me siento orgulloso de haber participado, de haber leído a Roque Dalton, de saber cómo lo asesinaron a Monseñor Romero.
Entonces todos esos músicos cada uno te daba un sonido diferente, porque cada uno traía el sonido de su pueblo. Y uno se va nutriendo de esos sonidos y va fusionando. Yo no voy a tocar nunca un son como un cubano, entonces cuando lo toco voy a tratar de poner una onda mía, entonces ese son va a sonar diferente, como cuando un cubano toque una chaya.
Estás prepando un disco con música cuyana. ¿Cuánto le debe La Rioja musicalmente al Cuyo?
Su música está influenciada por la música del Cuyo. La música cuyana nos entra por el sur, por Chepes, por Milagro, Catuna, todos esos pueblos no cantan chaya. Su música es tonada, cuecas y gato, sobre todo tonada. Y me parece muy bien, porque están más cerca del Cuyo. Además lo peones que trabajan en la cosecha qué se llevan, se llevan una vidala de acá, y qué traen de allá, una tonada. Y toda esa música fue influenciando a través de los tiempos. Entonces la vidala chayera llegó a formarse desde la vidala madre con la tonada y la cueca. Que no tiene la antigüedad de una chacarera o una zamba, no, llegó a formarse después que es otra cosa (canta): “Las cajas ya están templadas”… Eso viene a ser como un ritmo de polka, antes se llamaba polkita del carnaval. Bueno la vidala chayera es otra cosa, tiene ritmo de cueca porque viene de allí.
¿Y qué es la chaya riojana para vos?
Empecemos por el principio, ritual agrario que después con la colonia lo transformaron en una fiesta pagana. Felizmente nos quedó. Ahora, por qué razón está la albahaca, porque la albahaca es árabe, no es ni española. Posiblemente con las comidas haya entrado y lo que no sabemos es por qué se tomó como un símbolo del carnaval. Quién se la habrá puesto por primera vez en la oreja esa albahaca.
Y ese ritmo se fue trasmitiendo. Pero no puedes pedirle a los jóvenes creadores que siempre se mantengan en los cánones, lo que tenemos que lograr es que sigan adelante, que abran la cabeza, los oídos y sus ojos. Y eso logró la vidala chayera, tiene algo que no tiene los otros ritmos, es un canto libre, ninguna chaya es igual. Una rítmica diferente y se dio únicamente acá. Por qué, acordate que acá como en Catamarca hubo esclavos, de esa esclavitud no quedó memoria porque la invisibilizaron, pero qué, ¿ellos no comían, no cantaban, no danzaban? Si ellos trajeron la rítmica. Al mestizarse esos ritmos están. En la música sucedió lo indígena, lo español y lo afro, que están dentro de uno.
En tus canciones vas sacando la música de los nombres de los pueblos indígenas de La Rioja.
Sí, hay nombres que quedaron de la lengua kakana en los pueblos, que ya no son pueblos, son como presencias en carteles o lugares donde hay dos o tres casas nada más, porque los malos gobiernos no le permitieron crecer. Por eso les llamo pueblos perdidos. Y cuando los nombrás a todos los pueblos juntos estás hablando en otro idioma, el kakán.
¿Si te digo La Rioja que te viene al instante a la cabeza?
La Rioja, paisaje vino, chaya, el verde ahora, antes era seco, ahora está verde. Mi vida, la que me dio todo el paisaje para poder decirlo.
¿Si te digo chaya?
Es la parte musical de mi vida que he logrado descifrar a mi modo, que tiene una contradicción que no tiene otros géneros, que es cantar cosas tristes en momentos de alegría y de jolgorio.
¿Carnaval?
Fiesta, alegría, encuentro, ternura, cariño. Es muy importante para nosotros esa fiesta y se lo vive intensamente en este patio.