Francisco y la renovación del catolicismo
El sínodo católico, que celebra su encuentro presencial durante todo octubre en Roma, es una iniciativa del Papa para renovar la Iglesia desde una perspectiva participativa.
Por Washington Uranga
El 4 de octubre se inició en Roma la primera etapa presencial del Sínodo de la Iglesia Católica que bajo, la presidencia del Papa, se extenderá hasta el 29 de este mismo mes y reúne en el Vaticano a aproximadamente 450 personas provenientes de todo el mundo, 364 con derecho a voz y voto, incluyendo entre los votantes al propio Francisco.
El encuentro tiene muchas características inéditas en la Iglesia Católica, por el proceso de preparación llevado adelante, por la integración de la asamblea y por los temas incluidos en la agenda. Varios de esos asuntos generan no solo polémica sino tensiones entre quienes desean acelerar el proceso de cambios iniciado por Francisco y los sectores conservadores que se resisten a ello. Cuestiones como el celibato opcional para los sacerdotes, el papel más protagónico de la mujer que incluye la posibilidad del diaconado, la ordenación sacerdotal de hombres casados (“veri probati”), la atención pastoral hacia la comunidad lgtbq+ y la eventualidad de la bendición de uniones entre personas del mismo sexo figuran en la agenda de las deliberaciones porque han sido incorporados a pedido de las bases católicas en el proceso preparatorio llevado a cabo en todos los continentes desde el 2021.
Además de los asuntos incluidos en la agenda la novedad consiste en las modalidades de participación previstas en esta instancia para un evento que antes había sido reservado exclusivamente a los obispos y sus asesores. En esta ocasión el 26,4% no son obispos y de ese número 54 son mujeres, entre religiosas y laicas, todas ellas con derechos a voz y voto. Hay también 169 cardenales u obispos que representan a sus conferencias episcopales nacionales; 20 cardenales u obispos delegados de iglesias católicas orientales; otros cinco cardenales u obispos representantes de federaciones regionales de conferencias episcopales; y 20 prefectos (ministros) de dicasterios vaticanos, entre ellos Paolo Ruffini, el laico que encabeza el dicasterio para la Comunicación. Setenta personas (sacerdotes, religiosos o laicos, hombres y mujeres), todas con derecho a voto, representan a las “asambleas continentales”. Hay participantes directamente invitados por el Papa, entre ellos el sacerdote jesuita norteamericano James Martin, un teólogo conocido por su trabajo con comunidades de homosexuales.
El solo hecho del proceso preparatorio y de la mecánica del encuentro (que incluye 40 grupos de trabajo de 11 personas cada uno, reunidos en mesas redondas en la imponente aula sinodal) es un triunfo para la estrategia del Papa que desde que asumió sus funciones una década atrás viene pregonando la necesidad de mayor participación en la Iglesia Católica. Algo que rechazan los sectores conservadores que resisten a Francisco y a quienes el Papa les respondió días antes de iniciarse la sesión del Sínodo que ““la Iglesia es ‘misterio de comunión misionera’, pero esta comunión no es sólo afectiva o etérea, sino que necesariamente implica participación real: para que no sólo la jerarquía sino todo el Pueblo de Dios de distintas maneras y en diversos niveles pueda hacer oír su voz y sentirse parte en el camino de la Iglesia”.
No obstante, al abrir las sesiones, Francisco dejó en claro que “esto no es un parlamento, es otra cosa, no es una reunión de amigos para resolver unas cosas o dar opiniones”. Insistió también en la escucha y la libertad para expresar las diferencias, con “la armonía de las diferencias, que no significa síntesis”, subrayó.
Más allá de esta apertura, las deliberaciones del Sínodo seguirán siendo secretas y los participantes deben acatar una norma de “discrecionalidad”, sin revelar lo que se hable en la sala hasta que termine el encuentro. En la apertura el Papa dijo que la prioridad es “la escucha” y refiriéndose al trabajo de los periodistas señaló que “es muy importante, pero pido que entiendan que también en la Iglesia está la prioridad de la escucha”. Se prometió que habrá briefing diario y algunas conferencias de prensa durante octubre.
¿Qué se puede esperar de esta primera etapa del encuentro sinodal que tendrá un segundo momento en octubre del año próximo? Tal como se adelantó no habrá ahora un documento de conclusiones, aunque sí un resumen con las principales ideas debatidas que se entregará al cerrar las deliberaciones. Esta síntesis debe contar con el voto positivo de los dos tercios de los participantes. De allí podría surgir no solo la ratificación de los temas en discusión, sino también las orientaciones predominantes sobre cada uno de los mismos. Y el resumen servirá además de insumo para los intercambios que continuarán durante todo el año en los continentes y en las iglesias locales de cada país.
Si todo sigue como está previsto, al final del 2024 habrá un documento con conclusiones que no serán estrictamente vinculantes. “Sinodalidad es participación, pero no democracia”, afirman expertos eclesiásticos conocedores del tema. Los mismos recuerdan que la Iglesia Católica, más allá de las iniciativas de Francisco, sigue siendo “una comunidad jerárquicamente estructurada” en torno al episcopado y cuya cabeza es el Papa. A Francisco le corresponderá tomar decisiones, aunque es altamente probable que se apoye en lo que el que el Sínodo le recomiende.
Las tensiones internas no desaparecerán. Los conservadores, tal como quedó en evidencia en las “dubia” (dudas) que le presentaron los cinco cardenales ultraconservadores encabezados por el norteamericano Raymond Burke, se aferran a la “defensa de la doctrina” tradicional y no quieren resignarse a ningún cambio. Tampoco a que la jerarquía pierda poder en manos del laicado católico porque consideran que ello implicaría una amenaza a la “institucionalidad católica”.
Desde la otra vereda también hay recelos. Un grupo de defensoras de la ordenación sacerdotal de las mujeres organizaron una vigilia en la basílica romana de Santa Práxedes, en el día previo al inicio de las sesiones sinodales. Fue para insistir en sus demandas y pedir que el Sínodo tome en cuenta sus planteos. Otro grupo también propenso a los cambios, si bien considera positivos los pasos dado por Francisco y destaca el proceso de preparación con amplia y diversa participación de las bases eclesiásticas, no oculta su temor de que todo termine en una nueva frustración que solo se limite a frases interesantes que luego no se traduzcan en decisiones jurídicas y administrativas que sustenten orientaciones teológicas y pastorales de nuevo tipo, reflejo de cambios reales para dar respuesta a los interrogantes que la sociedad le plantea al catolicismo y que emergen en el propio seno de la Iglesia.
Un buen síntoma de lo anterior es el llamado sínodo alternativo o “Sínodo de las Sombras”, una propuesta ecuménica que funcionará de forma paralela en Roma del 8 al 14 de octubre bajo el título “Los derechos humanos en la Iglesia católica emergente”. Cientos de participantes de todo el mundo se sumarán a conferencias, testimonios y mesas redondas, No faltarán allí tampoco los actos culturales y presentaciones musicales. Asistirán teólogas, teólogos y expertos eclesiásticos de todo el mundo. Entre ellos Leonardo Boff de Brasil y Diarmuid O’Murchu de Irlanda, y las teólogas Joan Chittester de Estados Unidos y Olga Consuelo Veléz de Colombia.
Es difícil, para propios y extraños, adelantar cuál puede ser el resultado y las consecuencias de la apertura generada por Jorge Bergoglio en la Iglesia Católica que, si bien abre nuevas perspectivas y posibilidades, también entraña riesgos institucionales imprevistos. Lo cierto es que el “camino de la sinodalidad” es la ruta elegida por Francisco para renovar y actualizar la Iglesia, probablemente con propósitos similares a los de Juan XXIII y Pablo VI impulsando el Concilio Vaticano II (1959-1965) para repensar la relación entre catolicismo y sociedad.
Fuente: Página /12 – 9 de octubre de 2023 –