FUENTE: Redacción La Tinta
Por Lucas Crisafulli
1) “Si no tenés nada de esconder, mostrá el bolso”
En democracia, la pregunta funciona exactamente al revés: no es porque no tengo nada que esconder pueden avasallar mi intimidad y privacidad, sino, porque existen elementos que hagan sospechar que he cometido un delito, puede el Estado, y mediante algunos recaudos legales, invadir mi privacidad. En otras palabras, en un Estado de Derecho, somos todos inocentes hasta que se demuestre lo contrario y no todos culpables hasta que abra mi mochila y demuestre que no tengo nada.
El argumento “no tengo nada que esconder” es terriblemente peligroso, pues no impone ningún límite al accionar del Estado. ¿Por qué no podría ingresar la policía a mi casa sin orden de allanamiento, revisar mis cajones, ver mis conversaciones de WhatsApp, examinar las llamadas realizadas e, incluso, escuchar lo que converso? ¿Si total no tengo nada que esconder? La privacidad, la intimidad y la dignidad humana son derechos de todos, no privilegios de quienes tienen algo que ocultar.
2) “A mí no me importa que sean ilegal los procedimientos. Yo quiero sentirme seguro”
Podríamos decir que tu derecho a sentirte seguro termina cuando comienza mi derecho a no sentir terror por los procedimientos de gendarmería, pero es bastante más complejo el juego de derechos en pugna. La inseguridad debe combatirse con la ley y la Constitución Nacional, y estos procedimientos rebasan cualquier legalidad. No hay mayor inseguridad que la producida por la obsesión de tener seguridad a cualquier precio. La democracia no es negociable en aras del orden.
3) “En uno de los controles, gendarmería secuestró un revolver 22”
Utilizar fuerzas de seguridad para el control de rutina se conoce como prevención situacional del delito y tiene poco y casi nulo efecto en la disminución de hechos delictivos. Se sustenta en la casualidad que, al preciso momento en que la policía está controlando, se suceda justo allí el hecho penal. Por dicho motivo, en esos controles, los únicos procedimientos positivos que suelen hacerse es el secuestro casual de algún arma o una pequeñísima cantidad de estupefacientes, ya que los grandes narcotraficantes no transportan la droga en colectivo urbano.
Es decir, es una medida muy costosa en términos económicos y de libertades, y que trae escasos resultados. Imaginemos que gendarmería allanara absolutamente todas las casas de nuestro barrio. Todas, incluyendo la nuestra. ¿Encontrará algún delito? Seguramente sí, alguien con un arma no declarada, estupefacientes, libros fotocopiados, películas grabadas, robo de cable o de energía eléctrica, e incluso algún que otro delito más grave. Pero fue una medida muy costosa en términos económicos y, sobre todo, muy costosa en la cantidad de derechos que perdimos. ¿Significa que las fuerzas de seguridad no pueden actuar? No, significa que para actuar requieren a) cumplimentar ciertos recaudos legales (una orden) y b) de una sospecha cierta fundada en datos objetivos, no en el olfato policial ni en medidas que se asemejan más a una razia, pues imponen el control a toda una población de manera indiscriminada.
¿Cuánto nos costará, en términos económicos, pagarle viáticos, alojamiento y comida a los 300 gendarmes? ¿No tenemos en Córdoba acaso la mayor cantidad de policías por habitantes? Además, Córdoba es la única provincia del país que, además de la policía, cuenta con una fuerza especializada en el narcomenudeo, la FPA. ¿Acaso no alcanza en Córdoba todos los recursos dispuestos para la seguridad? ¿Debemos seguir pagando con más dinero de nuestros impuestos la ineficiencia de las políticas de seguridad? Sensato sería reclamar una política de seguridad seria que haga disminuir la violencia y no pedir más violencia del Estado que no hace disminuir los delitos. Si con 300 gendarmes revisando mochilas sigue existiendo la misma cantidad de hechos delictivos, la solución no se encuentra en pedir 600 gendarmes más, sino en pensar en otras alternativas para disminuir la violencia.
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(Imagen: Nacho Yuchark/La vaca)
4) “Hubo un violador arriba del colectivo”
Difícilmente, una persona que vaya a violar pueda ser detenida mucho antes de cometer el delito cuando el plan se encuentra solo en su cabeza. Si gendarmería hubiera controlado al violador en el recorrido del colectivo, seguramente hubiera pasado sin ningún inconveniente, pues salvo que las fuerzas de seguridad cuenten con una bola de cristal, es imposible saber qué hará una persona. La seguridad respecto a nuestra conducta futura no es otra cosa más que un pretexto para legitimar el control social.
5) “Somos mayoría los que estamos de acuerdo con los controles y al que no le guste que se vaya del país”
La peor forma de entender qué es una democracia es reducirla a la expresión “lo que quieren las mayorías”. No siempre lo que quieren las mayorías es democrático, legal o deseable. En su reverso, se encuentra el error de creer que las dictaduras son lo que quiere una sola persona. Ni la dictadura es lo que quiere uno ni la democracia lo que quiere la mayoría. Para que ambos regímenes sean posibles, es necesario de un plafón social no menor que los legitime. La mayor diferencia entre una democracia y una dictadura no es la cantidad de personas que quieren tal o cual cosa, sino el respeto que se tiene por las minorías. Si todxs se ponen de acuerdo en quemar en la plaza pública a una persona, y por más que el 99% de las personas así lo quiera, esa medida, aunque tomada por la mayoría, no es para nada democrática. La democracia es el respeto por la dignidad de todxs. Es seguridad, pero con la ley. Es control, pero no a cualquier precio. En contraposición, la dictadura es aquel sistema que vulnera la dignidad de algunas o muchas personas, es seguridad sin ley; control a cualquier precio.
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¿De verdad esta es la sociedad en la que queremos vivir? ¿De verdad deseamos una sociedad en la que personas con armas largas, cascos de guerra y uniforme militar nos obliguen a abrir nuestros bolsos, exhibir documentos y demostrar una actitud sumisa cuando transitamos de un barrio al centro de la ciudad? Nos merecen vivir en un lugar mejor, incluso aquellos que piden más control, pues quienes reclaman más gendarmería, siempre creen que serán los otros los requisados, los controlados, los vejados. Por ahí, no advertimos, como dice el viejo poema atribuido a Berthold Bertolt, que cuando estén golpeando nuestra puerta, será ya demasiado tarde.