La suba en los mercados internacionales del trigo, maíz, girasol, soja y carnes se traslada inmediatamente a los precios locales sumando presión a la tasa de inflación. Las retenciones es la medida adecuada para amortiguar ese impacto pero restricciones políticas (derrota de la 125) y financieras (escasez de dólares) la limitan.
La economía argentina con marcados rasgos bimonetarios, endeudada, de ingresos medios y elevada inflación estructural ha recibido en estos meses una bendición y una maldición provocadas por un mismo acontecimiento: la suba sostenida de las materias primas de exportación.
La bendición es que habrá un mayor ingreso de dólares por la porción de la cosecha y de otros productos del campo que se venden al exterior.
En una economía con escasez relativa de divisas, fragilidad que ha precipitado fuertes crisis económicas y sociales, el alza de los precios internacionales de los commodities es una muy buena noticia. Esos dólares adicionales servirán para aliviar el conflictivo sector externo.
Existen pocos eventos económicos que son positivos y negativos al mismo tiempo para conseguir cierta estabilidad general. El alza de los precios de las materias primas lo es porque la economía argentina exporta los mismos productos que integran la canasta de alimentos básicos de consumo doméstico.
La bendición de tener más dólares, que serán un aporte fundamental para administrar la cotización del billete verde en el sensible mercado cambiario, tiene de ese modo la contracara en la maldición de sumar todavía más presión a la tasa de inflación por el alza de los precios internacionales de esas materias primas.
Inflación importada
Si suben los precios en el mercado internacional del trigo, maíz, girasol, soja y carnes, ese incremento se traslada inmediatamente a los precios locales convirtiéndose así en impulsor de la inflación. Es lo que se denomina “inflación importada”.
Si los ingresos de la mayoría de la población no acompañan esa variación de precios, se deteriora el poder adquisitivo y se agudiza entonces la problemática laboral y social.
El doble efecto de más dólares y más inflación por un shock externo es un inmenso desafío para los gestores de la política económica.
La economía argentina ha enfrentado ese escenario de tensión con dos herramientas tradicionales:
1. Desacelerar el ajuste del tipo de cambio, puesto que el alza de los precios internacionales permite mantener la rentabilidad de esas producciones sin necesidad de abultar esas ganancias por vía cambiaria.
2. Establecer retenciones o subir las alícuotas si ya existen para desacoplar los precios locales de los internacionales de esos productos.
Sin embargo, la posibilidad de implementar ese par de simples medidas está muy limitada por estos factores:
* Políticos, por los pesados legados culturales de tres experiencias neoliberales desastrosas.
* Económicos y sociales, por las sucesivas crisis que deterioraron el entramado productivo y laboral.
* Financieros, por el avance de la dolarización de los excedentes ante cada una de esas debacles.
En esta instancia, para quien quiera entenderlo y desde esa base diseñar diagnósticos y medidas, irrumpe en forma rotunda la complejidad de administrar una economía con las características al comienzo mencionadas.
A ese cuadro de por sí complicado se agrega la fragmentación social con niveles de pobreza muy altos, la fragilidad laboral con informalidad, bajos salarios y precarización, y el cada vez más concentrado dispositivo mediático de derecha.
La derrota de la 125
Estas restricciones tienen costos importantes porque estrechan los márgenes de autonomía de una estrategia económica cuyo objetivo sea recuperar un entorno de estabilidad para mejorar la calidad de vida de las mayorías.
El voluntarismo político de apostar a la autorregulación de los protagonistas de esos mercados, como así también la solución económica mágica repetida hasta el hartazgo por la secta ortodoxa, como la de bajar el gasto público y el déficit fiscal, sólo conducen a la conocida calle sin salida de la frustración.
Ante este shock externo, que no es una circunstancia desconocida para la economía local, el aspecto novedoso es el obstáculo político y financiero para aplicar medidas compensadoras. En esta instancia adquiere real dimensión lo que significó la derrota política, económica y cultural de la Resolución 125.
Quienes fueron los triunfadores de esa batalla son un sector privilegiado de la sociedad, que cuenta con respaldos mediáticos para demonizar las retenciones. Parte de grupos sociales que acompañan esa resistencia son también víctimas por no aplicarlas pese a que no se reconocen como tal por la obsesión patológica de combatir cualquier cosa asociada con el kirchnerismo/peronismo.
Sólo una potente alianza política, económica y social, amplia, diversa y hasta contradictoria, puede tener la capacidad de disputar en ese terreno del poder la orientación del proyecto de país.
Cifras
El Banco Central elabora el Indice de Precios de las Materias Primas (IPMP), que mide la evolución de los precios internacionales de las commodities que representan cerca del 50 por ciento de las exportaciones del país.
Considera los precios de los productos básicos agropecuarios (maíz, trigo, porotos de soja, pellets de soja, aceite de soja, cebada, carne bovina), petróleo (crudo) y metales (oro, cobre, aluminio primario y acero), ponderados según su participación en las exportaciones totales.
La entidad monetaria lo publica de forma diaria a partir de los precios vigentes en los mercados de las materias primas de los Estados Unidos, Europa y Asia del día anterior.
El último registro de ese índice global es 287,87 puntos. Para encontrar un nivel similar hay que retroceder a febrero de 2008, cuando marcó 297,25. El punto máximo fue en agosto de 2012, con 357,57 puntos.
La tendencia es la misma en el subrubro del índice de precios de las materias primas agropecuarias en esos meses de referencia. Esos productos representan el 84,4 por ciento de la canasta de exportación, lo que deja en evidencia la importancia de esas ventas externas para el ingreso de dólares desde el sector productor de materias primas.
La observación de la cifra de febrero de 2008 es suficientemente reveladora para identificar la magnitud de la actual prueba para la política económica.
En ese momento la medida de fijar retenciones agropecuarias móviles –conceptualmente correcta pero técnicamente muy mal concebida por el entonces ministro de Economía, Martín Lousteau- tuvo un objetivo fiscal pero también antiinflacionario.
En el equipo económico ampliado del gobierno de Alberto Fernández existe un intenso debate acerca de la opción de subir las retenciones. Más allá del saldo de esa discusión interna, que ese tema sea motivo de controversias entre gestores de la política económica, ante la evidencia del impacto de ese shock externo en la economía doméstica, refleja el costo inmenso que todavía se sigue padeciendo por el desenlace de la crisis de 2008.
Más cifras
El alza de los precios de los alimentos es un problema que preocupa a nivel mundial. Si la pandemia es un drama sanitario con más de 3 millones muertes, cifra que diariamente sigue subiendo, y que exhibe en forma obscena la desigualdad entre países y al interior de cada uno, el encarecimiento de los alimentos agrega una cuota más de calamidad para grupos sociales vulnerados.
En Argentina queda demostrado con aumentos del rubro Alimentos y Bebidas por encima del promedio de la tasa de inflación general desde el último trimestre del año pasado.
La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, en inglés) elabora el índice de precios de los alimentos, una medida de la variación mensual de los precios internacionales de una canasta de productos alimenticios.
Sin procesar todavía las alzas de abril, ese indicador subió en marzo por décimo mes consecutivo. Anotó un promedio de 118,5 puntos, un 2,1 por ciento más que en febrero. Es el valor más elevado desde junio de 2014, y obedeció a aumentos considerables en los subíndices de los aceites vegetales, la carne y los productos lácteos.
La evolución por sectores es la siguiente:
* El índice de precios de los cereales en marzo fue en promedio 123,6 puntos, 26,5 por ciento por encima de marzo de 2020. En abril siguió subiendo.
* El índice de precios de los aceites vegetales se ubicó en promedio 159,2 puntos en marzo, 8,0 por ciento respecto de febrero y constituye el nivel más elevado desde junio de 2011. Esta persistente fortaleza se debió al incremento de los valores de los aceites de palma, soja, colza y girasol.
* El índice de precios de los productos lácteos registró un promedio de 117,4 puntos, 3,9 por ciento más que febrero, lo que representa el décimo mes consecutivo de aumentos y casi 16 por ciento por encima del valor registrado en el mismo mes del año pasado.
* El índice de precios de la carne se situó en promedio 98,9 puntos en marzo, 2,3 por ciento respecto de febrero, continuando la tendencia al alza por sexto mes consecutivo.
Existe una tragedia sanitaria por el coronavirus con la consiguiente crisis económica, siendo una de sus facetas el peligro de precipitar una crisis alimentaria.
Si el objetivo oficial es proteger a la población con ingresos fijos, cuyo presupuesto para comprar comida sube por encima de la variación de sus ingresos mensuales, no sería una estrategia adecuada esperar que sean los propios protagonistas del negocio de los alimentos quienes moderen los aumentos de precios.
Superciclo
Si los actuales precios de las materias primas agropecuarias pudieran considerarse en niveles máximos, la evaluación acerca de qué medidas implementar o cuál podría ser las condiciones globales sobre la seguridad alimentaria estarían relativamente bajo control.
Las perspectivas, sin embargo, según organismos internacionales y bancos de inversión internacionales, son de continuidad de la tendencia al alza.
Los principales factores que explican el nuevo superciclo de los commodities, que se perfila parecido al de la primera década del nuevo siglo, son los siguientes:
* La debilidad del dólar a nivel global. La lenta pero persistente suba de la tasa de interés estadounidense impulsa el precio de las materias primas que cotizan en dólares.
* Las políticas monetarias expansivas de las potencias que generan exceso de liquidez global, que suman presiones inflacionarias que suelen reflejarse con mayor rapidez e intensidad en los mercados de bienes con precios flexibles, como es el caso de los commodities.
* La recuperación acelerada de la economía de China que incrementa la demanda de materias primas.
Inseguridad alimentaria
El reciente informe “Commodity Markets Outlook” del Banco Mundial confirma un escenario de alza de los precios de las materias primas. Prevé que los precios agrícolas aumentarán en promedio casi 14 por ciento en este año y recién se estabilizarían en estos niveles elevados en 2022.
Explica que la escasez de producción de algunos productos alimenticios, como la soja, el aceite de palma y el maíz, ha provocado fuertes aumentos de precios. Señala que los mercados mundiales igual están bien abastecidos pero los precios en alza pueden provocar una situación de inseguridad alimentaria mundial.
Por el impacto económico de la covid-19 el informe advierte que “otros 130 millones de personas padecen hambre crónica y desnutrición” a nivel mundial, duplicando el número a más de 270 millones, según estimaciones de la FAO.
Qué hacer
Este escenario internacional adelanta que el impulso de precios por “inflación importada” exige respuestas política y económica para amortiguar su impacto en la economía local.
El contexto de aumentos más rápidos de los precios internacionales coincidió, en el último trimestre del año pasado, con una mayor flexibilización en la movilidad de las personas y en la apertura de actividades.
Esto último provocó aumentos en sectores que habían tenido restricciones, lo que derivó en ajustes importantes en sus precios.
El combo de precios internacionales en alza con reacomodamiento de precios relativos en la pandemia impulsó la aceleración de la tasa de inflación.
Pese los estrechos márgenes de la política económica arriba mencionados, el desafío político es eludir esos condicionamientos para atender dos frentes al mismo tiempo: intervenir en la administración de precios en mercados locales clave para moderar los aumentos, al tiempo de utilizar herramientas de política antiinflacionaria frente a la bendición y la maldición del aumento de los precios de las materias primas.