Podría empezar estas reflexiones diciendo que teníamos razón cuando advertíamos el grave error que significaba atar al radicalismo a un proyecto de carácter neoconservador. Pero de nada vale.
Tampoco los reproches. Más bien, por el contrario, la profunda crisis que estamos viviendo en nuestra patria nos obliga a hacer un esfuerzo de comprensión.
Es hora de que lo que queda en y de la estructura partidaria de la UCR tenga un rápido y urgente momento de reacción, un último intento de supervivencia que los aleje de ser partícipes o cómplices en lo que puede terminar siendo una gran tragedia nacional.
No es cuestión de seguir rebuscando argumentos autojustificatorios para seguir apoyando políticas que están destruyendo las bases mismas de sustentación de cualquier sociedad que se precie de justa y democrática. Aportar a la gobernabilidad es un pretexto inútil si se siguen apuntalando políticas que inevitablemente, de persistir, desembocarán, precisamente, en el caos de la ingobernabilidad y en el reclamo antisistema de “que se vayan todos”.
Querer comparar el golpe de estado económico que sufrió el Gobierno de Raúl Alfonsín con esta debacle financiera en la que nos sumió el Gobierno de Macri no sólo implica un profundo desconocimiento de cómo funciona la economía sino también una burda y payasesca interpretación tuitera de la política.
El Gobierno de Alfonsín, en esos días fatídicos de 1988 y 1989, libró una puja, de la que salió derrotado, con los grupos económicos más concentrados y, particularmente, con los acreedores de la Argentina.
El problema que tuvo fue que le cerraron el camino de acceso al crédito para tratar de imponerle lo que poco tiempo después vino a concretar el menemismo.
Domingo Cavallo se encargó personalmente de hacer gestiones ante los organismos financieros internacionales para clausurar los últimos vestigios de ayuda financiera.
Por el contrario, el Gobierno de Macri hizo uso y abuso del endeudamiento externo, aprovechando el margen que dejó el anterior gobierno con su política de desendeudamiento.
El Fondo Monetario Internacional ha sido más que “generoso” con la actual administración argentina, otorgándole un crédito contingente de 50.000 millones de dólares.
Entonces está claro que la versión grotescamente épica de un gobierno supuestamente acosado por los mercados y presuntas conspiraciones de la oposición, es sólo un canallesco e hipócrito intento de algunos dirigentes de seguir justificando lo injustificable.
Es el propio gobierno el que ha provocado esta crisis, desregulando el sistema financiero, el comercio exterior y el mercado cambiario y llevando a la práctica una descomunal y criminal política de endeudamiento.
¿A qué otras parábolas podrán seguir apelando aquellos radicales que no quieren dar el brazo a torcer? Como si la política se tratara sólo de una porfía individualista.
¿Qué logro del gobierno se puede destacar en favor del interés nacional y de la sociedad? ¿Acaso se ha fortalecido o al menos equilibrado el salario real de los trabajadores? ¿Ha mejorado el sistema de la educación pública? ¿Se ha consolidado el desarrollo científico tecnológico? ¿Se han fortalecido y expandido nuestras industrias? ¿Ha tomado mayor vigor la producción cultural? ¿El consumo permite condiciones mínimas de dignidad para los sectores más vulnerables? ¿Se ha revertido, aunque sea mínimamente, la situación de pobreza en la que viven muchos de nuestros compatriotas?
Todo lo contrario. Las políticas que hoy, aunque sea nominalmente, aparece avalando la Unión Cívica Radical han desequilibrado la economía, pulverizado el tejido social de la Argentina y están empezando a provocar un descalabro de carácter institucional.
La última trinchera de los que no quieren reconocer la necesidad de apartar inmediatamente al Radicalismo de Cambiemos es sacar la discusión de la política para llevarla al campo moral.
Hay que decir que no hay dudas acerca de que la democracia tiene deudas pendientes. Entre ellas, la cartelización de la obra pública y el recurrente tema del financiamiento de la política.
Respecto a la cartelización de la obra pública hay que decir que es un sistema que se consolidó, fundamentalmente, a partir de la última dictadura militar. De ello puede dar cuenta Macri mejor que nadie ya que durante ese período pasó de tener siete empresas a la suma de cuarenta y siete empresas, constituyéndose en uno de los principales contratistas del Estado.
Todos los gobiernos democráticos fueron atravesados por esta pandemia.
Y si hablamos del financiamiento de la política, debemos asumir, sin hipocresía, que siempre contuvo nichos de corruptela y estuvo sometido a una escasa transparencia. Precisamente habrá llegado el momento de ir hacia un régimen de financiamiento exclusivamente estatal y sin un peso de aporte privado.
Pero hay que separar esta discusión de las campañas de los grupos dominantes que quieren estigmatizar a los movimientos populares y a sus líderes, presentándolos como jefes de bandas o asociaciones ilícitas dedicadas al saqueo.
En el siglo XX, el primer líder popular que sufrió este tipo de descrédito fue Hipólito Yrigoyen.
Por último, quiero decir que es legítimo que un partido político especule acerca de cómo sostener sus gobiernos territoriales o aumentar sus representaciones parlamentarias. Pero eso no puede ser un fin en sí mismo. La defensa de determinados principios y valores no puede ser reemplazada por el ejercicio del carguismo. Lo decimos nosotros que desde el 2011 en adelante, aún cuando decidimos apoyar la política del gobierno anterior, no tuvimos ningún cargo en el mismo, asumiendo recién, una vez en la oposición, la actividad legislativa a partir del 2017.
Raúl Alfonsín solía decir que lo importante para asegurar la democracia, apoyada en la ética de la solidaridad, era reunir a los que piensan parecido.
¿No habrá llegado la hora de que los radicales se pregunten en qué piensan parecido con este gobierno?
Si la respuesta les llega por el lado del odio, el revanchismo, el antiperonismo o el antikirchnerismo, entonces sí nunca volverán a recuperar su identidad histórica, nacional, popular y democrática.
Si, por el contrario, marchan a reencontrarse con las mayorías populares, habrán salvado una tradición política que no merece desaparecer.
ES AHORA.

Leopoldo Moreau

By omalarc

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