Por Karina Micheletto para Página 12

“Un 11 de noviembre salí de Chimoré para salvar mi vida, y un 11 de noviembre volveré con vida a Chimoré”. La frase, pronunciada por Evo Morales en suelo argentino, cuando transcurría su exilio junto a Alvaro García Linera y casi cien compatriotas que encontraron refugio y solidaridad locales, cuando la dictadura ensanchaba su poder de fuego –con ayudas, luego se sabría, como la del gobierno de Macri–, cuando la persecución a todo lo que oliera a MAS se intensificaba, descolocaba por entonces a sus interlocutores de confianza. Y sin embargo eso fue exactamente lo que hizo el hombre que cambió la distribución del ingreso de Bolivia, el que en sus 14 años de gobierno triplicó el PBI per cápita de su país.

Ya con Luis Arce como flamante presidente, el 11 de noviembre de 2020 Evo Morales llegó al mismo aeropuerto del que salió corriendo peligro cierto –eso también se corroboraría luego, cuando la Secretaría de la Defensa Nacional de México denunció que el avión de la Fuerza Aérea de ese país esquivó un misil en el momento del despegue–. Del que salió, además, protegido por miles de cocaleros y cocaleras que acudieron a poner literalmente sus cuerpos, a formar la “muralla humana” que han descripto los testigos directos –eso se supo pero se contó poco, y Evo no se olvida de mencionarlo cada vez que vuelve al relato de aquella noche, con una cadencia mansa que no se condice con los sucesos asombrosos que narra–.

 

El 11 de noviembre de 2020 Evo volvió a Bolivia con la democracia, y lo celebró junto a una multitud que lo esperó en esa misma pista de Chimoré. La concurrencia se calculó luego en un millón de personas: hasta donde llegaba la vista y más allá, en una superficie tan despejada como la de un aeropuerto; una convocatoria impresionante, difícil de equiparar con algún evento social o político cercano en el tiempo.

¿Cómo fue posible, contra toda hipótesis, que cumpliera de ese modo con la palabra empeñada? Los intensos días vividos en la “caravana del regreso” que el expresidente boliviano protagonizó– y que este medio siguió desde adentro, acompañando el rodaje del documental Seremos millones– aportan algunas claves. O tal vez aparecen sintetizadas en lo que García Linera dice en ese poderoso film de próximo estreno, producido por el grupo Octubre y Opera Mundi de Brasil: “¿Es Evo Morales el objeto de la obsesión del imperialismo? No: es el pueblo amando a su líder”.

El regreso

Aquella caravana partió de San Salvador y no directamente de La Quiaca, porque Evo pidió pasar a visitar y transmitir su apoyo a Milagro Sala. Continuó con la despedida que fue a darle personalmente Alberto Fernández en el cruce internacional con Villazón. “Hermano Alberto, me salvaste la vida”, le agradeció y repite cada vez Evo Morales.

Siguió en cuatro días intensos y reveladores, una aventura compartida con el equipo que fue a registrar el film dirigido por Diego Briata y Santiago Vivacqua, con producción de María Fernanda Ruiz y Eugenia Ferrer. Un recorrido urgente de más de 1.100 kilómetros por tres departamentos (el equivalente a las provincias argentinas), desde la aridez de la puna hasta la exuberancia del Trópico de Cochabamba; Atocha, Uyuni y su salar, Oruro y su estadio de fútbol, Isavalle y el rancho de adobe que fue la casa natal del expresidente. También parajes perdidos, por fuera del trazado original de la caravana que nunca dejó de ser nutrida en vehículos, allí donde los bloqueos montados por la oposición obligaron a tomar escarpados caminos alternativos.

Y en todo el trayecto, volcado a las rutas y a las calles, aún allí donde Evo no había sido anunciado, un pueblo esperando activamente su regreso. Campesinos, mujeres de pollera, comparsas de pueblo, dirigentes y dirigentas de organizaciones indígenas, mineros con sus ropas de trabajo alzando sus cascos, las Federaciones del Trópico, los docentes rurales; por donde se mirara y por donde se pasara, conmovedoras muestras de afecto y celebración popular.

“Bolivia pudo cambiar el rumbo de su historia”, les dice Evo Morales a quienes van a escucharlo en cuanta parada es posible, en los actos que se organizan al costado de las rutas y caminos rurales. Y como el hermano Evo es un par, es “uno de los nuestros”, han dicho en Río Mulato, lo que les está diciendo es: cada uno de nosotros puede cambiar el rumbo de la historia.

Están también los sueños en el relato de esta historia –como el de todo el liderazgo de Morales–. Evo ha dicho y ha repetido que a este regreso, él lo soñó, incorporando una cosmovisión indígena que es un modo de ser y estar en el mundo. Pero también contó cuánto y cómo estuvo en contacto todo ese tiempo con los dirigentes que habían quedado en Bolivia (andaba con cinco teléfonos, recuerdan quienes lo acompañaron en Buenos Aires). Cómo caminó el territorio aún a la distancia, cómo siguió cada acontecimiento de aquellos días de fuego. Cómo sembró esa idea que se enlaza con los sueños: la certeza de que es posible cambiar el rumbo de la historia.

By omalarc

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