Por Daniel Muchnik para Clarín
Con el tiempo, muchos principios se van decantando o transformando. En algunos casos más rápidamente que lo deseado. En junio de 1918, cuando la clase media se asentó políticamente en el primer gobierno de Hipólito Yrigoyen, la Reforma Universitaria se transformó en un hito revolucionario, que se extendió a toda Latinoamérica. Periodicidad de las cátedras, co gobierno, extensión universitaria, estudios abiertos para toda la juventud, una fundamental democratización de le enseñanza, posibilitó que hijos y nietos de inmigrantes se forjaran como profesionales liberales. Y que los extranjeros accedieran a los títulos de manera gratuita. Ese empeño se extendió por décadas. Hasta que llegaron las crisis, los presupuestos magros. Una detrás de otros.

Hoy por hoy la universidad pública, salvo excepciones, enfrenta problemas de arrastre y de difícil solución. Hay facultades donde reina la suciedad y la dejadez. Las clases no estimulan a los alumnos, faltan profesores, muchos docentes imponen ideologías de enfrentamiento y odio y las deserciones estudiantiles muestran indicadores graves, ya en el segundo semestre del Curso Básico. Hay carreras con pocos alumnos. Y no es producto de limitaciones. No hay ofertas de formación para que el egresado encuentre trabajo en un mundo que poco tiene que ver con la realidad que vive en las aulas.

Por supuesto que todo forma parte de una crisis educativa global que empieza en la escuela primaria, se expande en la secundaria y adquiere grandes dimensiones en la etapa terciaria. Los expertos anuncian propuestas pero pocas son escuchadas. El mejor pretexto para que la clase media se esfuerce y envíe a sus hijos al ámbito de la educación privada, en donde los aranceles son altísimos. El espejo muestra un desdoblamiento. Están los privilegiados, los que pagan y están los menos considerados, los que no pagan.

En un país que vive enredado en un déficit fiscal permanente , donde los presupuestos no alcanzan y en donde las distintas administraciones no encuentran paliativos para algo que dejó de ser coyuntural, habría que pensar en otro tipo de terapias de emergencia. Por ejemplo, arancelar algunas actividades, que paguen los que puedan, que se ayude a los que no pueden y que la facultad otorgue becas especiales si fuera necesario.

Esta afirmación irrita a muchos pero la realidad aconseja salidas que en algunos casos deben ser drásticas porque el Estado miró y mirará para otro lado. Vivirá escatimando fondos. En España, país en grave crisis, los estudiantes no se sentaron a esperar que se ocuparan de ellos. Suplieron los recortes de aportes estatales. Lo hicieron pagando. La financiación pública cayó un 30% entre 2009 y 2015 , contrarrestada con un aumento de las tasas académicas del 32% en el mismo período. Madrid, la Comunidad Valenciana y Cataluña están entre las autonomías que más han engordado los aranceles entre un 40 y un 68 % para determinados cursos y acceso a los títulos definitivos de formación. Según las estadísticas, España es el sexto país de 28 que integran la Unión Europea que menos aporta a las universidades. Equivale al 1,08 % de su Producto Bruto Interno. Los hay quienes están envueltos en un mayor enredo como Eslovaquia, Italia, Hungría y Luxemburgo.

Daniel Muchnik es periodista

By fralo

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