Los Obispos argentinos queremos compartir con todos la gran alegría de la próxima beatificación del Obispo Enrique Ángel Angelelli, de Fray Carlos de Dios Murias, del Presbítero Gabriel Roger Longueville y del laico Wenceslao Pedernera. Será el 27 de abril de 2019. Agradecemos de corazón al Papa Francisco, que así recoge el discernimiento de la Iglesia y nos alienta a gastar la vida en el servicio.
Angelelli, quien fue Obispo de La Rioja entre 1968 y 1976, sabía que su muerte era inminente y estaba dispuesto a dar la vida. En una de sus últimas cartas informaba al Nuncio Apostólico: “Estamos permanentemente obstaculizados para cumplir con la misión de la Iglesia. Personalmente, los sacerdotes y las religiosas somos humillados, requisados y allanados por la policía con orden del ejército. Ya no es fácil hacer una reunión con los catequistas, con los sacerdotes o con las religiosas. Las celebraciones patronales son impedidas y obstaculizadas… Nuevamente he sido amenazado”. Al mismo tiempo sostenía que lo vivía “con una gran paz interior y esperanza cristiana”.
No ocultaba su temor pero se aferraba a la fortaleza que Dios le regalaba. De ese modo se sentía unido a la entrega de Cristo hasta el fin. Este convencimiento de que en el sufrimiento y en la muerte se refleja la vida nueva de Jesucristo, está bellamente expresado en la homilía del entierro de Gabriel y Carlos, donde decía: “La Iglesia se goza y bendice a Dios, porque ha sido elegida para vivir este misterio de la Cruz y de la Pascua del Señor, y ha venido a compartir la Eucaristía con dos hermanos que ya están junto al Señor… Toda la fuerza que está ahí se hace Eucaristía, se hace martirio, se hace testimonio de vida, se hace oración, se hace plegaria”
Como buen pastor, cuando se disponía a dar la vida, experimentaba que su pueblo sufría y de algún modo moría en él y con él. El Papa Francisco quiso valorar especialmente esos casos en que se verificó “un ofrecimiento de la propia vida por los demás, sostenido hasta la muerte”, porque “esa ofrenda expresa una imitación ejemplar de Cristo, y es digna de la admiración de los fieles”. El Santo Padre también nos recordó que “la santificación es un camino comunitario, de dos en dos. Así lo reflejan algunas comunidades santas”
Angelelli no estuvo solo en su martirio. Eran cuatro los que, unidos en su entrega, nos estimulan “en contra de la tendencia al individualismo consumista que termina aislándonos en la búsqueda del bienestar al margen de los demás”.(idem). Nos conmueve recordar que, la noche del secuestro, cuando algunas personas que se decían policías fueron a buscar a fray Carlos, el padre Gabriel le dijo resueltamente: “¡No te dejo solo. Voy con vos!”
Y murió con él. La muerte de Angelelli y la forma como murió son una clara coronación de una vida consecuente con sus convicciones y con la misión del pastor de dar la vida por su rebaño. Así selló con su sangre su compromiso por la paz, la justicia y la dignidad integral de la persona humana, por amor a Cristo y a los pobres, en plena coherencia con el Evangelio. Su muerte (en agosto de 1976) se inscribe dentro del contexto martirial de la Iglesia de La Rioja, de la que son expresiones inobjetables la muerte de Murias, Longueville y Pedernera (en julio de 1976). También confirma la coherencia testimonial de vida, pensamiento y opción pastoral del mismo Angelelli. Él fue testigo del Reino de Dios y de su justicia en una Iglesia perseguida, obstaculizada y martirizada en sus sacerdotes, religiosos y laicos. Esa fue su identidad más genuina, la básica, la que fundamentó y orientó toda su existencia hasta la consecuencia lógica de demostrar el mayor amor: dar la vida por su pueblo y ser instrumento de la luz del Evangelio. Carlos Murias decía: “Podrán callar la voz del Obispo, podrán callar la voz del padre Carlos, pero nunca podrán callar la voz del Evangelio”. Angelelli, como fiel intérprete del Concilio Vaticano II, era un vigía atento a recibir las señales de Dios en su Palabra y en la voz de su pueblo, mirando desde la fe la historia donde el Señor se manifiesta. Era un enamorado de la fe de los pobres y del testimonio de los más sencillos. Era un pastor que cuidaba a los últimos y les acercaba el consuelo de Dios.
Amó a la Iglesia. La sintió su familia, su lugar de discernimiento, su púlpito a la hora de anunciar la Buena Noticia y el grito de dolor del pueblo riojano. Nunca incitaba al rencor, a pesar del clima de violencia que se vivía. En el entierro de Gabriel y Carlos decía: “¡Qué difícil es ser cristiano, porque al cristiano se le exige perdonar!… El cristiano tiene que perdonar a todos”. Con la misma convicción, el laico Wenceslao, que fue acribillado en la puerta de su casa delante de su esposa y tres pequeñas hijas, y sufrió una agonía de varias horas, no sólo perdonó a sus asesinos, sino que pidió a su esposa e hijas que no guardaran odio.
Creemos que lo mejor es concluir esta carta con las preciosas palabras del entonces Cardenal Bergoglio: “El recuerdo de Wenceslao, Carlos, Gabriel y el obispo Enrique no es una simple memoria encapsulada, es un desafío que hoy nos interpela a que miremos el camino de ellos, hombres que solamente miraron el Evangelio, hombres que recibieron el Evangelio y con libertad. Así nos quiere hoy la Patria, hombres y mujeres libres de prejuicios, libres de componendas, libres de ambiciones, libres de ideologías; hombres y mujeres de Evangelio, sólo el Evangelio, y, a lo más, podemos añadir un comentario, el que añadieron Carlos, Gabriel, Wenceslao y el obispo Enrique: el comentario de la propia vida”.
116° Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Argentina Pilar, 07 de noviembre de 2018