La joven militante decidió hacer pública a través de La Rioja 12 una carta sobre su situación de violencia, donde pone de manifiesto que lo personal es político y reflexiona sobre el lugar de la víctima en la sociedad.
A casi un año de tomar la decisión de verbalizar el hecho más traumático que me tocó vivir después de haber atravesado un largo periodo de introspección y de entender que la culpa no era mía, si no de quien decidió ejercer su poder sobre mi cuerpo, mi trabajo, mi militancia y en definitiva mi vida.
Después de realizar todos los pasos legales como radicar una denuncia en UFVG y, pedir justicia no sólo por mí sino por las de antes y porque no haya una víctima más de la impunidad de quien sistemáticamente elige la violencia como camino y todos/as quienes pactan un silencio cómplice y lo siguen posicionando ante la sociedad como “buen militante”, “comprometido” y deciden creer a algunas víctimas y sobrevivientes en nombre del feminismo.
Lo personal es político. Nunca supe a ciencia cierta hasta dónde llegaba lo personal para ser político, hasta que lo supe en experiencia propia. Lo personal, lo privado, lo esencialmente íntimo. Efectivamente descubrí que hay situaciones de lo personal que repercuten en lo público, en nuestras sociedades, en nuestras comunidades. Ser víctima de violencia es la pesadilla que muchas veces encontramos reflejada en otras experiencias, todas nos sentimos conectadas de alguna manera. Pero, ¿qué hay de nuestra propia piel que va en esa montaña rusa emocional y psicológica que nos atraviesa?
Ser víctima también es ser aplastada por la estructura, por la burocracia, por el estigma, por el poder. Porque para muchos/as somos objeto de consumo y no hablo solo objeto de consumo en un delito donde un varón se cree dueño de nuestros cuerpos, hablo del consumo que ejerce el entorno sobre las víctimas. ¿Somos buenas o malas víctimas? ¿Nos vemos cómo víctimas? ¿Cómo luce una víctima?
El sistema nos pone una vara correspondiendo a un “ideal de víctima” donde las mujeres no tenemos derecho a seguir con nuestras vidas porque eso desacredita que hayamos sido víctimas. Eso nos relega a justificar porque un tercero abuso de nuestra integridad, nos revictimiza hasta el punto de que somos culpables y responsables de todo lo que nos pudo haber sucedido por imprudentes, por salir con varones, por la ropa, por las fotos, por el carácter.
El foco social y mediático se concentra en justificar la violencia y el abuso. Y cuando sobrevivimos parece ser que nuestro derecho de seguir adelante también nos condena. Para entonces ya no podemos sonreír, no podemos empoderarnos y asumir un rol activo político, no podemos.
Somos menos víctimas. Somos expuestas una vez más a la desacreditación, a hacernos pasar por locas, exageradas, confabuladoras, por putas, por busconas. Porque una foto, una sonrisa de mas, como fuiste vestida, si te callaste, si te quedaste, si volviste, todo es la justificación para la violencia del otro. Sumado al uso de los mecanismos institucionales, el apriete, la persecución el elegir desecharme del sistema laboral hasta dejarme sin recursos para afrontar el difícil y costoso camino de pedir justicia, sin recursos para cuidar mi salud mental, y aún peor sin fuerzas y con miedo de seguir adelante.
Nos quieren disciplinar, el mensaje de alguna/os funcionaria/os públicos para otras pibas termina siendo en definitiva la instalación del miedo SI DENUNCIAS YA SABES QUE PASA.
No busqué, ni busco reconocimiento, posicionamiento político, ni piedad solo pido justicia, para comenzar de nuevo, para renovar la esperanza y salir a la calle tranquila, para saber que ninguna más de nosotras tenga que ser víctima de la impunidad de esta persona que sin mi consentimiento de arrogó poder sobre mi cuerpo.
Desde hace casi un año pido justicia para retomar mi vida con tranquilidad, tengo 24 años y tengo sueños, proyectos, desafíos y no quiero sentir más las culpas que el sistema pone sobre mis hombros. Nos cansamos de que nos aplaste la estructura, la lentitud, el miedo, el que no nos crean.
S.A.V.