Los fantasmas con que convive el superministro de Macri
El superministro de Mauricio Macri declaró su moderna casa como un baldío para pagar menos impuestos. Su terreno de 332 metros cuadrados tiene una valuación fiscal semejante a mi departamento de 46 de superficie, construido en los años ’70. La villa que volteó Cacciatore con sus topadoras le cambió la fisonomía al barrio del Bajo Belgrano donde vive el funcionario .
El declarado baldío del ministro Dujovne está a dos cuadras de mi departamento. Su casa de tres plantas, sobre la calle Mendoza y rodeada de embajadas o edificios donde el metro cuadrado cotiza por las nubes, desentona con su módica boleta de ABL. La vivienda del funcionario blanqueador de capitales reemplazó –como muchas otras– a un paisaje por completo diferente, que el brigadier Cacciatore se encargó de arrasar con sus topadoras. Ahí, donde hoy el ministro tributa por un terreno yermo que uno podría imaginar cubierto de yuyos, hubo una villa hasta mediados de los ’70. La dictadura cívico-militar la borró del mapa porque se le venía el Mundial ’78 encima. Esa Copa con la que soñaba perpetuarse el partido militar o las crías civiles dispuestas a acompañarlo. Había que generar un entorno “amigable” con el vecino estadio Monumental. No fuese cosa que los turistas extranjeros mirasen de reojo la pobreza del Bajo Belgrano.
De aquella villa que conocí no queda nada. La visitaba para estudiar con un compañero de colegio secundario, cuya familia tenía su almacén en una esquina. También para acompañar a un amigo que ayudaba al padre en un taller de galvanoplastia sobre la calle Pampa. La crucé decenas de veces para ir a jugar al fútbol en el Bajo Belgrano durante mi infancia, con mi vieja y mis hermanos. Tomábamos el colectivo 107, el mismo que todavía pasa por la puerta de la casa-baldío de Dujovne. Bajábamos un par de cuadras más allá, a la altura del Centro de Rehabilitación del Lisiado. Había una cancha en ese predio que todavía existe. Recuerdo que una vez mi viejo me llevó a ver un partido oficial que jugaron Ferro y Deportivo Español. Una rareza en ese estadio con un mástil muy alto construido en los ’40 y cuyas instalaciones vecinas albergaron a una ciudad infantil que dependía de la Fundación Eva Perón.
Ese lugar que ahora se llama Instituto de Rehabilitación Psicofísica (IREP) es una de las pocas señas de identidad que quedaron de otras épocas. Convive con torres amuralladas custodiadas por expertos, la embajada de Rusia que cubre una manzana, el liceo francés Jean Mermoz donde estudia Antonia, la hija del presidente Mauricio Macri, y casas semejantes a la del ministro. Lo que queda de los ’70 son unos pocos edificios como el mío, que sobrevivieron al Rodrigazo. Algunos PH que ningún propietario osaría vender por lo caras que están las expensas. O viviendas conservadas de aquella época que resistieron las topadoras del brigadier.
El barrio tiene su identidad borroneada. Aunque para el real estate –como se definen ahora los intermediarios de bienes raíces— aplicaría la denominación que le han impuesto y que casi nadie cuestiona: Belgrano Chico. Otros lo seguimos llamando Bajo Belgrano.
Gracias al aporte investigativo del diario cooperativo Tiempo Argentino, descubrí que el ministro es mi vecino. Y que además vive en un baldío o un espacio que declaró como tal. La valuación fiscal de ese terreno que en realidad no es un terreno se asemeja a la del departamento setentista donde vivo. Me pregunto entonces: ¿cuánto habrá pagado del impuesto a los bienes personales todos estos años? Porque lo del ABL ya se sabe. Son 2458 pesos por mes de una propiedad que tiene 332 metros cuadrados. Con una valuación fiscal de 569.319 pesos, casi 22.000 dólares si se toma la cotización de 26,40 del billete verde. Mi departamento tiene una valuación fiscal apenitas superior y es de 46 metros cuadrados.
Si el barrio se transformó en cuatro o cinco décadas fue porque Cacciatore hizo su tarea primero y después llegaron los especuladores inmobiliarios para hacer su negocio. Solo necesitaban erradicar a los pobladores de la villa y darle un status especial a la urbanización de la zona. Con el Código de Planeamiento Urbano sancionado un año antes del Mundial ’78 y la categorización de U23.
No quedó nada o casi nada de aquella villa donde convivían el Loco Houseman, las caballerizas, las casitas bajas y ese taller donde Roberto –el viejo de mi amigo Lito— les hacía el cromado o zincado a pequeñas piezas industriales como tornillos o rulemanes. Lo que ahora hay es un paisaje de mansiones o casas de famosos, como la del funcionario macrista –no es el único en la zona– que por obra de un presunto desliz con sus papeles se transformó en un baldío. Se trata de no tributar los impuestos que corresponden, pero sí de pagar las tarifas de luz o gas prohibitivas. De lo primero se ocupa el ministro Dujovne. De lo segundo, quienes sufrimos la política económica de su gobierno.
Gustavo Veiga, Derribando Muros