Diálogo con el filósofo y analista político Rocco Carbone

El investigador de la Universidad de Quilmes discute la necesidad de nombrar el avance de la ultraderecha en el mundo como una forma de fascismo, y sus diferencias con el del siglo XX.

Por Inés Menéndez Hopenhayn

 “No nos cabe el ajuste, ni el verso de la guita, defendemos la vida ante el proyecto fascista”, se escucha en las distintas manifestaciones del país desde la primera marcha antifascista. Luego de la asunción de Milei, se volvió a nombrar aquel término tan discutido durante el siglo XX: el fascismo. Una definición que pareciera ser un debate abierto, un campo donde no hay acuerdo con el uso de la palabra ligado a la experiencia libertaria. ¿Para qué sirve nombrar a la actualidad como fascista?

Quizás un primer paso consiste en entender los problemas para historizar un término tan terrorífico y mundial. Rocco Carbone es doctor en Filosofía, investigador del Conicet para la Universidad de Quilmes y analista político. Su último libro, “Lanzallamas: Milei y el fascismo psicotizante” es un ensayo publicado por Debate, sello de Penguin Random House, donde ahonda sobre las nuevas formas del fascismo local mientras hace un guiño a la histórica novela Los Lanzallamas de Roberto Arlt.

Primero vayamos a un intento de definición: “el fascismo es un poder que, cuando se hace del Estado, lo destruye. Esto puede afirmarse a partir de la experiencia del fascismo ‘arqueológico’ del siglo XX: tanto en Italia como en Alemania, el fascismo implosionó la estatalidad e implosionó también la sociedad. Se ubica el nacimiento del término en ese tiempo y espacio pero hubo fascismo antes y después. Es un poder problemático, de dualidad plena, que dice siempre dos cosas a la vez; oscilando entre una verdad y una mentira, entre una negación y una afirmación. Desancla su acción de la verdad mientras elimina todas las otras ideas”, menciona el filósofo. Quizás dicha dualidad es lo que complejiza la interpretación de la palabra.

“Un ejemplo claro es la entrada de Auschwitz, donde había un cartel que decía ‘El trabajo hace libre’. Allí, en nombre del trabajo y de la libertad, primero se esclavizaba a las personas y luego se las arrojaba a un horno crematorio o a una cámara de gas. La contradicción no era un accidente: era un componente esencial del fascismo”, dice Rocco. Salvando las distancias de la violencia en los campos de concentración, el autor establece una relación entre las paradojas de la Europa fascista y nuestra actualidad: “veo una contradicción homóloga en la operatividad política y discursiva del gobierno de La Libertad Avanza (LLA). El presidente Milei armó un partido, ganó las elecciones y ubicó el poder libertariano en el corazón de la estatalidad, mientras simultáneamente se volvió destituyente del propio Estado. Dicen una cosa y hacen lo contrario: dicen defender la libertad pero destruyen lo común y lo convierten en negocio para los monopolios globales”.

Su último libro, “Lanzallamas: Milei y el fascismo psicotizante”.  

El lema de la motosierra como plan de recorte del Estado ya se cristalizó como uno de los emblemas personales del presidente. El símbolo viajó por el mundo: desde el regalo de la motosierra plateada con la inscripción de “¡Viva la libertad, carajo!” al magnate estadounidense Elon Musk, hasta el pin en el saco de la directora del FMI, Kristalina Georgieva. La enemistad con el Estado no es casual, y para Rocco: “el Estado, bajo esta lógica, se vuelve un simple proveedor de recursos naturales y servicios básicos para las empresas transnacionales. ¿Por qué actúan así? Para proteger a esas empresas de las exigencias populares: derechos humanos, derechos ambientales, derechos laborales. Cuando el poder fascista se adueña del Estado, no actúa como regulador sino como garante de los monopolios”.

El propio Milei se ha referido a sí mismo como el topo que destruirá el Estado desde adentro. ¿De qué manera logró este personaje outsider de la política la adhesión popular que lo llevó a la presidencia en tan poco tiempo? En palabras de Carbone: “para realizar esto necesitan organización para expandir ciertas pasiones ¿Cuáles son las pasiones? La ira, sentimiento individual, y el odio, conformado socialmente. Milei recupera estas pasiones del tejido social, las estimula y las redirige contra el campo nacional y popular, contra quienes organizamos nuestras vidas alrededor del trabajo”. El uso del odio tuvo un crecimiento exponencial a partir de la pandemia, cuando el malestar social producto del encierro, como de la muerte y la crisis se intensificó.

Volvamos a la dualidad fascista: “estamos ante una crisis social enorme. Hay una contradicción cognitiva: mientras cuesta cada vez más llegar a fin de mes, mientras más gente queda en la calle y la vida se precariza, desde el Estado se sostiene una narrativa de optimismo, de ‘levantamiento del cepo’ o de ‘fin de la inflación’. Esa narrativa es sostenida por una mediaticidad monopólica, que construye una subjetividad disociada de la realidad material que se vive en los hogares. Vivimos en una permanente contradicción”.

Hay un consenso, por fuera del espacio oficialista, de que la presencia del Fondo Monetario Internacional es sinónimo de malas noticias. Sin embargo, una parte importante de la sociedad todavía no lo cuestiona. “Voy a poner un ejemplo. Hace unas semanas tomé un taxi y conversé con el chofer. Me contó que trabajaba 14 horas al día (casi como antes de la Revolución Industrial) y que aun así apenas llegaba a fin de mes. Sin embargo, al llegar a destino me dijo: ‘Mirá, si a ellos les va bien, a nosotros también nos va a ir bien’. Sin antagonizar, le respondí: ‘ellos también son argentinos, pero representan a otra clase social. Son mandatarios de los monopolios globales. Si a ellos les va bien, a vos siempre te va a ir mal’”, dice el filósofo.

Esta dualidad subjetiva es desarrollada por el autor como “fascismo psicotizante”. Los sujetos enloquecen con un sistema que no cesa de ingresar en sus cabezas de manera contradictoria, con un discurso opuesto a la acción ¿Cómo se desactiva un fascismo subjetivo? Para Rocco, “tenemos que desestructurar ese mecanismo que liga ilusoriamente los intereses de un gobierno clasista al ámbito del trabajo. Luego, desarticular las pasiones tanáticas (la ira y el odio) mediante una unidad real. La unidad no es una palabra vacía: es una fuerza colectiva que piensa y actúa sobre los grandes temas como la deuda, el medio ambiente, las juventudes trabajadoras. La imagen de Milei puede deteriorarse, pero mientras no estemos organizados, nada va a cambiar de fondo”.

Hay palabras que confunden por su cercanía. Ya lo advertía Perón en “Conducción política”: una cosa es la unión y otra la uniformidad. Para concluir con cierta ilusión, Carbone destaca y apuesta a los frentes que comienzan a surgir contra las políticas de los libertarios: “un ejemplo esperanzador fue la marcha antifascista del primero de febrero. Me resultó un momento muy interesante, porque para que el poder fascista subsista necesita una base social uniforme, homogénea, donde todos piensen igual. Y, sin embargo, la marcha surgió de la diversidad: de los feminismos, de distintos sectores sociales y políticos. Produjo el reconocimiento de la necesidad de construir una alternativa movilizada en unidad, aunque todavía se exprese de manera fraccionalista”.

Fuente: Página/12 – 13 de junio de 2025 –

By omalarc

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