Por Silvia Somare, ecj
Los procesos comunicativos entre individuos y grupos sociales y el modo en que se transmiten mensajes y noticias a través de diferentes medios, constituyen la ciencia llamada Comunicación Social. Ciencia que es valorada por la Iglesia a tal punto que desde hace casi 60 años le dedica un día y diferentes modos de celebrarla y reflexionar sobre ella.
A pesar de eso tengo la impresión de que, como Iglesia, estamos en deuda con ella. No la consideramos esencial para nuestras pastorales y mucho menos apreciamos en ella su sentido teológico a partir de que Jesús nos envió a comunicar la Buena Noticia[1]. No se la tiene en cuenta para reflexiones interdisciplinarias y los aportes que puede realizar para comprender mejor la realidad a la que estamos llamados a evangelizar.
En nuestras instituciones de Iglesia como diócesis, parroquias, congregaciones no son demasiadas las que tiene un área pastoral de comunicación aunque, sí abundan videos, flyers, reels, transmisiones de eventos de escasa calidad e identidad de la cual se ocupa alguien de buena voluntad y, a eso le llamamos comunicación. Una información sólo de ida, a veces verticalista y centrada en eventos y quien la hace ni siquiera forma parte del consejo pastoral y se lo suele llamar como “el chico de los videos”, “la señora que manda información”, “el que transmite la misa”; constituyendo esto una acción funcional en donde quien que lo realiza ni siquiera tiene nombre; hace, pero no es.
En momentos de crisis (inundaciones, abusos, cambio de autoridades y demás) se recurre a la comunicación de modo defensivo, reactivo desde lo que la institución dice o cree, sin considerar al que escucha, a quien va dirigido el mensaje. Sin querer imitamos los discursos fatalistas, técnicos, derrotistas que los pseudos medios de comunicación nos muestran y nos olvidamos de la gran noticia que tenemos como Iglesia: Cristo resucitado y su Evangelio. Estamos llamados a ser profetas de esperanza y actuamos como divulgadores de calamidades con palabras que son armas que matan nuestra fe, nuestra fraternidad.
La comunicación como servicio
A la comunicación le debemos respeto porque es un verdadero puente de encuentro. Le debemos consideración porque no sólo es el gen de nuestra Iglesia, es el canal por el cual podemos llegar a todos, todos, todos. Le debemos pedirle perdón por pensar que sólo sirve para hacer daño y porque minimizamos su riqueza. Le debemos un espacio en nuestras pastorales, en nuestras instituciones en nuestra formación y reflexión. Le debemos confianza como un medio privilegiado de evangelización. Le debemos astucia para no creer todo lo que comunicadores no tan buenos proponen. Le debemos reflexión para no usarla abusando del poder o de las conciencias. Le debemos oración para que lo que comuniquemos esté lleno del Espíritu Santo. Le debemos hacernos cargo de la teoría que la Iglesia nos propone desde hace 60 años. Le debemos el carisma que ella misma pide a gritos dentro de la vocación de ser bautizados; la comunicación es un servicio, un ministerio, un don para los demás. Y la tenemos dormida, arrumbada, perpetrada, minimizada.
Empecemos a pagar la deuda con ella leyendo la Carta de Francisco para el día de las Comunicaciones Sociales 2025, el Mensaje de León a los periodistas. Y a ponerlas en práctica.
Comunicación desarmada de palabras ofensivas, de ideas agresivas, de consideraciones livianas. Comunicación desarmada como el Evangelio.
Comunicación desarmante porque lleva esperanza, dice la verdad, acompaña procesos, anima, espera, reza, sirve. Comunicación desarmante como el Evangelio.
Invito a leer un trozo del Evangelio y copiar el modo de comunicar de Jesús y después discernir sobre el carisma comunicador de le Iglesia y el llamado que tengo a comunicar la Buena Noticia y buenas noticias. Es el camino para saldar la deuda que tenemos con la Comunicación.
Fuente: Vida Nueva Digital – 01/06/2025