Otras realidades //

Nuestra realidad no es la única que existe a lo largo del planeta. Costumbres, formas de vivir, e incluso, de cazar son algunos de los relatos que el antropólogo Josep María Fericgla cuenta acerca de su experiencia con un indígena amazónico

Por: Irene Marsal

Cuando pensamos en el término ‘realidad’, lo más probable es que nos imaginemos la vida tal y como la conocemos actualmente. Más allá de ciudades, coches y teléfonos, para personas en otros lugares de la tierra el día a día es completamente diferente.

Y es que cuando hablamos de indígenas, nuestras diferencias van mucho más allá de geografía o diferencias horarias. De ellos podemos aprender grandes cosas, tal y como lo cuenta el antropólogo Josep Maria Fericgla en el podcas de Tengo un Plan, aunque su testimonio no es nada fácil de encontrar.

El especialista logró algo inaudito: establecer una relación de amistad con un anciano shuar indígena de la alta Amazonia ecuatoriana. Su nombre era Pichama y su vida fue extraordinaria. “Me enseñó lo que es la vida en la selva, incluyendo sus intuiciones, su manera de relacionarse con el mundo natural. Le decía a menudo: ‘Algún día tienes que venir a conocer a mi gente’, y él respondía con calma: ‘Bueno, invítame y voy’”, relata Josep en el podcast.

Basándome en mis cálculos, Pichama tenía entre 110 a 115 años

Su edad es toda una incógnita. “No se sabe exactamente cuándo nació, porque en su época no había registros ni misioneros, pero por los cálculos que hice basándome en sus recuerdos, debía tener entre 110 y 115 años”, asegura.

Conexión con un nuevo mundo

Su llegada a España

“En 2007 me invitaron a dirigir un congreso de misticismo contemporáneo en América, en Ávila. Entonces pensé: esta es la ocasión para traer a Pichama. Quería que hablara de los espíritus de la selva o de lo que quisiera. Cualquier cosa que contara sería auténtica, vívida, no académica, porque sería su vida misma”, cuenta el experto para Tengo una duda.

Aunque, sin duda, el proceso de trasladar un indígena prácticamente sin contacto exterior a España no fue una tarea sencilla para el antropólogo. “Llamé a un médico amigo que atendía a los indígenas y le pregunté si había visto últimamente a Pichama. Me dijo que a veces aparecía por el pueblo. Le pedí que intentara que estuviera allí un domingo concreto. Así fue. Al tercer domingo, llamé y Pichama estaba esperando en la consulta del médico para recibir mi llamada”, explica.

Josep María le preguntó si quería a España en noviembre, pero su respuesta era más complicada que un simple sí. “Me dijo: ‘Déjamelo pensar, llámame en una luna’. Es decir, en un mes”, sorprende.

“Un mes después, lo volví a llamar y de nuevo estaba en la consulta del médico. Le pregunté si había decidido. Me contestó con una pregunta muy suya: ‘¿Qué se caza en tu tierra?’. Su duda era práctica: quería saber qué armas debía llevar para poder alimentarse. Le respondí: ‘Aquí no se caza, yo te daré de comer y te alojaré’. Me dijo: ‘De ti me fío, porque somos amigos hace años. Pero tienes que venir a buscarme a la selva’”, sigue relatando a los entrevistadores.

Para traerlo, una amiga del antropólogo lo llevó a Quito, Perú, y allí le hicieron por primera vez un pasaporte. Para que el vuelo fuera de la mejor forma posible, también llamó a Iberia y les pidió que cuidara a Pichama. “No hablaba casi nada de castellano, podía comerse el plástico del bocadillo, no sabía lo que era un avión ni cómo funcionaba un baño moderno. Le expliqué también que su vestimenta era humilde: unos pantalones viejos prestados, una camiseta, y una bolsa con 100 dólares que le dimos por si necesitaba algo en el camino”, desvela.

Perdido en el aeropuerto

Primeras impresiones

El encuentro en el aeropuerto tampoco fue fácil. “Le dijimos que cuando el avión se detuviera, debía bajar con todo el mundo y que me encontraría en algún punto del aeropuerto. Como llegaba a Madrid en vuelo directo, decidí ir a buscarlo en coche desde Barcelona. El vuelo se adelantó media hora y cuando llegué, todos los pasajeros ya habían salido”, comienza.

Después de un largo tiempo buscándolo, lo encontró hablando con un guardia jurado o un policía. “Estuve más de media hora buscándolo, imaginando qué podía haber hecho en ese mundo completamente desconocido para él”, sigue Josep Maria.

“El agente me dijo: ‘Lleva rato hablándome y no entiendo nada. ¿Qué me estaba diciendo?’. Le pregunté a Pichama y me respondió: ‘Mi amigo José María no ha venido a buscarme. Entonces me regreso a mi casa. He venido en un avión desde Poniente a Levante, me han dado comida. ¿Qué avión regresa de Levante a Poniente para volver a mi casa?’. Su lógica era impecable”, cuenta.

Milenios

Más allá de una diferencia de edad

Técnicamente, Pichama nació en la Edad de Piedra, tal y como cuenta el antropólogo en el vídeo de YouTube. “En su juventud, ni siquiera existían los machetes metálicos. Usaban hachas de piedra. Y, sin embargo, murió con un teléfono móvil en el bolsillo, que sabía usar. Vivió un salto de ocho o diez mil años en una sola generación”, destaca en la entrevista.

Al llegar a mi casa en Barcelona, Pichama se encontró con una casa muy distinta a la que él vivía en el corazón del Amazonas. “Empezó a mirarlo todo y me preguntaba: ‘¿Esto es tuyo? ¿Y esto también?’. Me dijo: ‘Entonces, José María, si no tienes hijos, ¿para qué quieres todo esto?’. Fue un golpe directo. No lo decía como reproche, sino con genuina curiosidad por entenderme”, asegura Josep Maria.

“Cuando visitábamos casas de amigos, les preguntaba lo mismo. Mis amigos acababan emocionados, incluso llorando. No era que él fuera de otro planeta: tenía una visión más esencial de la vida”, cuenta.

Perspectivas distintas

Qué opinó sobre el nuevo mundo

Josep Maria, tal y como explica en el podcast, había escrito muchos libros sobre la vida de Pichama y su mundo, pero en esta ocasión, quería saber qué opinaba sobre España y occidente. “Pensó un rato y respondió: ‘Lo primero que pienso es que tu gente no tiene fuerza. No tiene poder’. Usó la palabra ‘Cácaram, que para ellos no es poder social, sino temple interior, presencia, poder personal”, responde.

“Añadió también: ‘Tú sí lo tienes, tal vez porque estuviste con nosotros y te tocaron los vientos’. Para los shuar, los vientos huracanados dan fuerza a las personas. Hace décadas, los padres mandaban a los niños de 7 u 8 años a caminar por la selva durante tormentas para que desarrollaran el temple. Los niños volvían llorando, aterrorizados, pero orgullosos de haber aguantado”, explica a los entrevistadores.

No entiendo cómo elegís a la gente que manda. No les preguntáis qué han soñado

Pichama, indígena

“Pichama sentía que aquí la gente no tenía esa fuerza. Y tenía razón. Años después, cuando camino por ciudades, veo caras vacías, gente estresada, buscando algo sin saber qué. Añadió una última reflexión: ‘No entiendo cómo elegís a la gente que manda. No les preguntáis qué han soñado. Así no puede ir bien’”, sigue.

Para los shuar —y para otros pueblos indígenas— los sueños nocturnos son fundamentales. Son el mensaje del inconsciente. “A través de ellos saben si alguien es de fiar. ‘¿Cómo podéis fiaros de alguien si no sabéis ni lo que ha soñado?’, me dijo”, acaba el antropólogo.

Fuente: La Vanguardia –

By omalarc

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