Por Luis Gonzalo Segura*
El pasado viernes 29 de octubre, Mark Zuckerberg anunció la conversión de Facebook en Meta, un nombre que aspira a dar un paso gigantesco hacia la realidad virtual, el denominado ‘metaverso’, algo así como un espacio entre la realidad virtual y aumentada. Pero que, lamentablemente, también puede convertirse en un paso más en el control de masas mediante el hackeo de miles de millones de mentes con fines mercantiles y políticos.
El sistema liberal, que gobierna gran parte de Occidente, asumió en el pasado la idea religiosa del libre albedrío porque, entre otras cuestiones, de lo contrario habría sido absurdo ni tan siquiera plantear la implementación de sistemas democráticos. ¿Para qué votar si no somos libres? Un mito esencial para construir un sistema que no pretendía que todos los ciudadanos pudieran elegir, sino que uno dejara de hacerlo.
Pero, si hasta hace unos siglos ser libre era una quimera, en las últimas décadas la cuestión no ha gravitado tanto alrededor de la amenaza de la libertad individual como de la esclavitud colectiva. Una esclavitud masiva íntimamente relacionada con las redes sociales y, por tanto, con las empresas tecnológicas capaces de hackearnos el cerebro y conducirnos allá donde desean.
El proyecto MK Ultra de la CIA pretendió durante la segunda mitad del siglo pasado, entre los años cincuenta y setenta, conseguir el control mental a través de todo tipo de actividades ilegales: LSD, hipnosis, terapia electroconvulsiva, torturas. En total, colaboraron con los 149 proyectos del programa casi doscientos investigadores de ochenta instituciones. Entonces no existían Facebook o Google, claro.
Un proyecto que pareció ciencia ficción, incluso rozando lo delirante si se analizan los experimentos realizados, pero cuyo objetivo hoy se muestra más real que nunca gracias al mundo virtual y que sitúa a la humanidad a las puertas de la esclavitud colectiva tecnológica, pues la tecnología ha elevado a tal nivel la capacidad de influencia sobre las personas que se ha rebasado cualquier límite imaginable.
No estamos, ni mucho menos, ante la influencia de los discursos de Pericles en la democracia ateniense, el poder de los medios de comunicación descritos por Jack London en los Estados Unidos de principios del siglo XX o los medios de comunicación de masas del siglo pasado, lo que no fue cuestión menor, sino que nos encontramos ante el presente que Orwell vaticinó horrorizado.
Un mundo en el que un Gran Hermano formado por empresas tecnológicas sabe demasiado sobre nosotros, tanto que ha terminado por controlarnos, no solo con fines mercantiles, sino también políticos.
Facebook es una de estas grandes empresas vinculadas al Gran Hermano, una pieza esencial en la partida de ajedrez para dominar nuestras mentes.
De hecho, la empresa de Mark Zuckerberg cuenta con 2.900 millones de personas entre WhatsApp, Instagram o la propia Facebook —Statista sitúa en 2.500 millones los usuarios activos al mes—. Más de 2.500 millones de mentes en manos de personas con no muchos escrúpulos, tal y como demuestran los grandes escándalos de los últimos años.
En 2014, realizaron experimentos psicológicos con 70.000 personas —sin su conocimiento, como suele ser habitual— para saber de la forma más precisa cómo les afectaban las modificaciones realizadas en los flujos de noticias que se les presentaban.
Solo dos años más tarde, en 2016, Facebook fue decisivo en los resultados electorales de Estados Unidos al no impedir la difusión de noticias que permitieron a Donald Trump alcanzar la presidencia, lo que se conocería en 2018 tras el escándalo de Cambridge Analytica, cuando se utilizaron las cuentas de 50 millones de personas durante el proceso electoral.
Ese mismo 2018 también se supo que la empresa de Zuckerberg había estado compartido durante una década con Apple, Amazon y Samsung datos de sus usuarios sin que estos lo supieran; que la compañía fue demandada por permitir la discriminación de género en anuncios de empleo; o que había utilizado la información suministrada para la autenticación en la red para orientar los anuncios —incluso habría accedido a los datos de los números de teléfono de los amigos de sus usuarios—.
Desgraciadamente, los dos párrafos anteriores solo son una breve síntesis de todas las violaciones y abusos cometidos por Facebook durante los últimos años. Unos abusos y unas violaciones más o menos conocidos y permitidos por la ciudadanía debido al monopolio impuesto por las redes sociales en connivencia con las élites y los políticos. Una prueba de ello la encontramos en lo difícil que resulta sobrevivir, sobre todo laboralmente, fuera de ellas, tal y como demuestra un estudio de la Universidad Tufts de Massachusetts que determinó, tras entrevistar a 133 estudiantes y 138 residentes en una primera muestra, 931 adultos en una segunda y 122 universitarios en una tercera, que los usuarios de Facebook valoraron en más de 1.000 dólares anuales el cierre de su perfil.
Y no es broma, realmente muchos millones de personas no podrían cerrar para siempre sus perfiles en Facebook, WhatsApp o Instagram sin que ello le ocasionara cuantiosas pérdidas de distinto tipo. Ni aun cuando ello fuera realmente nocivo para su salud mental o la de sus hijos.
Este mismo año 2021, el escándalo de los ‘Facebook files’ señaló que los gestores de la red ignoraron que Instagram podía ser perniciosa para los menores o que las celebridades tenían un control más laxo al respecto de la información que contenían, lo que habría permitido la difusión de noticias falsas.
Además, según la denuncia realizada por la exingeniera de la compañía Frances Haugen, Facebook solo habría activado la seguridad de la red frente a noticias falsas durante las elecciones norteamericanas en 2020 —lo desactivaron poco después porque ello les impedía seguir creciendo—, lo que habría sido clave para los disturbios posteriores acaecidos en el Capitolio en enero de 2021.
Por si fuera poco, en los últimos años, la influencia de las redes sociales en los procesos electorales ha llegado a tal nivel que George Soros ha llegado a denunciar que Donald Trump y Zuckerberg estuvieron trabajando para su reelección. Una denuncia tan alarmante como verosímil, aun cuando su veracidad no haya podido ser demostrada [Facebook, al igual que Twitter terminaron directamente cerrando las cuentas de Donald Trump, y agregando serias advertencias a las de cualquiera que cuestionara los resultados de dicha elección norteamericana].
Pero el Gran Hermano es mucho más que Facebook y las denuncias de malas prácticas también afectan a otros gigantes tecnológicos como Google.
Según la denuncia del Fiscal General de Nuevo México (Estados Unidos), en el año 2020 la gran empresa norteamericana espió a millones de niños en sus hogares y centros escolares con el fin de recopilar datos de su localización, las páginas web que visitaban, los vídeos de YouTube que visualizan, sus grabaciones de voz y hasta los contactos de sus agendas.
No era, como en el caso de Facebook, un escándalo aislado, pues ya se supo en el pasado, por ejemplo, que los datos médicos de millones de norteamericanos fueron compartidos sin permiso alguno o que, tanto Google como Amazon, permitieron que aplicaciones pudieran escuchar constantemente a sus usuarios.
En definitiva, el Gran Hermano quiere saberlo todo sobre nosotros por el medio que sea, legal o ilegal, porque saber nuestras comidas favoritas, nuestros gustos, nuestros hobbies, nuestras necesidades o nuestras localizaciones permite vendernos mejor aquello que en cada momento pudiéramos desear.
Basta con realizar una búsqueda en Google sobre un tipo de comida, zapatos, coches o libros para que los siguientes anuncios tengan esta temática.
Pero también basta que el Gran Hermano conozca nuestros gustos, miedos y debilidades para que nos envíen las noticias falsas que nos conduzcan a votar a un candidato determinado. Un candidato que, convertido en presidente, decidirá los impuestos que deben pagar y la legislación a la que deben someterse. La gran meta de Zuckerberg y del Gran Hermano.