La película que cuenta la historia de nueve militantes tupamaros prisioneros de las Fuerzas Armadas uruguayas. El plan de la dictadura para mantenerlos con vida hasta hacerles perder el control de sus actos psíquicos y fisiológicos. Eliminar la razón y la cordura.

Por Damián Fresolone. CARAS Y CARETAS

La diferencia de la vida humana a las otras formas de vida es que tú le puedes dar, hasta cierto punto, una orientación. Tú puedes, en términos relativos, ser autor del camino de tu propia vida”, decía José “Pepe” Mujica, en 2014, mientras era condecorado en la Cumbre de la Unasur. Muchos años antes de ser presidente, fue protagonista de un extremo caso de resistencia y lucha por la dignidad humana y por, dentro de esta relatividad que menciona, generarle un propio camino a su vida.El 7 de septiembre de 1973, dos meses y medio después de ejecutado el golpe de Estado presidido por Juan María Bordaberry, comenzó una brutal y atroz experiencia. Nueve militantes del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, presos en el Penal de Libertad, fueron sacados por sorpresa de sus celdas durante la madrugada y convertidos en rehenes de las fuerzas que ejercían el poder dictatorial en Uruguay. Este camino inhumano de torturas, aislamientos y denigraciones constantes duraría exactamente once años, seis meses y siete días.

El accionar planificado por las Fuerzas Armadas planteaba tres axiomas para los nueve rehenes. Primero, impedirles toda posibilidad de comunicación con el mundo exterior; segundo, ejecutar el castigo físico sobre ellos ante cada acción que realice el MLN; tercero, explotar la manipulación psicológica de manera extrema con el fin literal de volverlos locos. Vivos, pero locos. Ya que un rehén sólo sirve si está con vida.

Los nueve militantes tupamaros, entre los que se encontraba Mujica, fueron separados en tres grupos de tres y repartidos por diversos cuarteles del interior del país, trasladados a distintas dependencias cada dos o tres meses para que no establecieran relación con los guardias y para hacerlos perder la noción de tiempo y espacio. Siempre, sin excepción, los movimientos de traslados eran realizados sin romper estos grupos. Uno de esos tríos era el de Eleuterio Fernández Huidobro, Mauricio Rosencof y José “Pepe” Mujica.

El libro Memorias del calabozo, adaptado recientemente a la pantalla grande bajo el título La noche de 12 años, es una dura y descriptiva obra escrita por Huidobro y Rosencof, los dos compañeros de Pepe en ese trío de la resistencia. “Durante la noche vienen y nos ordenan levantarnos, vestirnos, juntar el cepillo de dientes y bajar. Nos tiran en la caja de un camión como basuras”, comienza el relato.

El primer calabozo al que llegaron fue el de Santa Clara de Olimar. Comenzaría allí el padecimiento al recibir la orden escrita que les prohibía hablar con nadie ni con nada. Sí, la decisión incluía los objetos. La comida, poca, solía venir con cigarrillos mezclados. La bebida era escasa, por lo que llegaron a dejar reposar el orín, para que se depositaran las sales en el fondo y así poder beberlo. Las dimensiones de la celda, mínimas, no se podían estirar ambos brazos a la vez. La higiene, casi nula. Luego de dos meses les permitieron bañarse, por primera y única vez en ese lugar.

Hasta allí, el Ñato Fernández, el Ruso Rosencof y el Pepe Mujica creían que el traslado y el mal trato se debían a alguna dura sanción, pero que pronto volverían al Penal de Libertad. Nada más lejano. Los meses pasaron y con el tiempo llegó la disminución del peso, las barbas largas, los olores impregnados en la ropa y hasta la experiencia de ser insectívoros.

Cada minuto era eterno. La incomunicación provocó que el Ñato y el Ruso –se encontraban en calabozos linderos– crearan un sistema de comunicación con pequeños golpes en las paredes. Al principio, era un método básico para saber cómo se encontraba el otro, pero con el correr del tiempo se fue complejizando y llegaron a mantener largos diálogos. El Pepe se encontraba algo más alejado, no podía participar de este sistema de comunicación.

El primer traslado se realizó antes de finalizar 1973. Manos atadas con alambre, capuchas, golpes al ser subidos al camión y golpes al ser bajados del mismo. Directo a los calabozos de Melo, donde nada mejoraría. El aislamiento era total y llegar hasta el baño era una odisea que podía terminar con varias heridas en el cuerpo.

En marzo de 1974, se repitió la rutina del traslado. Capuchas, alambres, golpes. Esta vez, para arribar al 12º Infantería de Rocha, donde los calabozos eran aún más pequeños y el ensañamiento más profundo. Antes de la Navidad, otra mudanza obligada. Ahora hacia Minas, donde los calabozos no serían los más pequeños, pero tenían una línea diagonal dibujada en el piso con la frase “Prohibido pasar”. La enunciación inscripta debía cumplirse literal.

A exactos dos años de convertirse en rehenes, los tres militantes serían trasladados al punto de partida, Santa Clara. Desde allí y durante cinco años más el circuito de traslados no cesaría, pasando varias veces por los calabozos de Minas, Melo, Rocha y Laguna del Sauce.

LAS PRIMERAS LUCES

En noviembre de 1980, con el objetivo de legitimar al gobierno de facto, se llevaría adelante una consulta popular convocada por la propia dictadura cívico-militar. Mujica, Rosencof y Huidobro se encontraban en los calabozos de Treinta y Tres y gracias a la radio en bajo volumen de un cabo lograron escuchar el resultado del plebiscito: se impuso el “no”, que a juzgar por cómo el cabo apagó el artefacto intuyeron que ese era el resultado más conveniente. Siempre con la discreta ilusión de que algo cambiara. Por el contrario, los maltratos siguieron como también los traslados. Pasarán por Laguna de Sauce, Melo y Treinta y Tres.

Lo único para destacar posterior al plebiscito fue que en 1981 lograron un permiso para conversar en un “recreo”. Así es que luego de ocho años volvieron a intercambiar palabras. Eso sí, un oficial y un sargento controlaban el contenido de la charla.

A fines de 1982, se celebrarían en Uruguay elecciones internas con todos los partidos de izquierda proscriptos. El resultado sería claro, en cada espacio triunfaría la rama opositora al militarismo. Una vez más, los efectos electorales eran contraproducentes. Cuando la esperanza se incrementaba, los maltratos se potenciaban.

En abril de 1984, vivirían el último traslado. Como tantas veces lo soñaron, regresaban al Penal de Libertad, de donde habían sido raptados hacía casi once años. Los nueve rehenes volvían a juntarse en un mismo penal y cada uno recibía un mameluco con su antiguo número: 787 para Huidobro, 813 para Rosencof y 815 para Mujica. Eso sí era una señal, algo afuera estaba cambiando.

En julio, luego de una década de gestiones, lograron ser visitados por la Cruz Roja Internacional. El Ruso Rosencof solicitó una máquina de escribir que luego recibió, al Pepe Mujica se lo podía ver trabajar en las plantas de un cantero como lo había solicitado y los tres lograron tener sus respectivos abogados. Conquista, si las hay, en tiempos de dictadura.Con la firma del Pacto del Club Naval y las elecciones de noviembre de 1984 una oleada de militantes recuperaba la libertad. Apenas asumido el nuevo gobierno, se instaló en agenda política el tratamiento de la ley de amnistía. La cárcel se iba vaciando y toneladas de papeles eran quemados por los militares para no dejar rastro de documento alguno. Nada nuevo.

A los 10 días del mes de marzo de 1985, con la coyuntura democrática creciente, llegaron las buenas noticias al Penal de Libertad. Luego del “recreo grupal”, al sol en el patio de la prisión, Pepe recibiría la confirmación de su liberación, y cuatro días más tarde sería el turno del Ñato y el Ruso.

Los tres salieron de la misma forma, caminando por la Ruta 1 con el único norte en las banderas de los militantes tupamaros que los esperaban. Los tres volvían a las calles. Volvían a hablar, a comer, a ver la luz y a dormir sobre un colchón. Volvían a decidir sobre su tiempo. Pero sobre todo, los tres volvían a ser los autores del camino de sus vidas. Tras dejar atrás la Ruta 1, al Ruso lo esperaba la Dirección de Cultura de Montevideo; al Ñato, el Ministerio de Defensa de la Nación, y al Pepe, nada menos que la Presidencia de la República.

By omalarc

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