A 30 km de la entrada a Ischigualasto se encuentra este sector que se puede recorrer con guía en el vehículo propio. Formaciones de piedra al alcance de la mano.
Por Daniel Vadillo
Partimos temprano desde Jáchal, tomando la RN 150. Catalogada como ruta escénica e impecable en este tramo, al atravesar el sur del Parque Ischigualasto o Valle de la Luna, recibe el nombre de “Ruta de los Dinosaurios”. La reconstrucción de un enorme esqueleto a escala junto al centro de informes nos recuerda que el lugar forma parte de un rico yacimiento de fósiles.
Pasamos por el ingreso a Ischigualasto sin detenernos y unos 30 km más adelante, los coloridos farallones de rocas a la vera de la ruta, nos anunciaron la proximidad de nuestro destino. Llegamos así al Km 74, donde nos encontramos con el portal del Parque Provincial El Chiflón, que abre de 9 a 18. En la mano de enfrente, en un rústico comedor denominado Huaira Huasi, nos recibió el encargado del lugar, quien nos explicó que las visitas a la reserva eran guiadas, con unas 2 horas de duración, pudiendo ser individuales o en grupos reducidos, lo que permite interactuar con los guías.
Con nuestra conformidad, nos asignó uno de los cinco guías que prestan allí su servicio. Conocimos así a María, nacida y criada en el lugar, comprometida con su trabajo y con un profundo respeto por su tierra. Merced a sus conocimientos iniciamos este singular recorrido que nos transportó por la historia, la prehistoria y nos introdujo además en el ecosistema del lugar. La denominación de El Chiflón obedece a que, cuando sopla viento del sur, los paredones de roca tallada emiten un silbido muy peculiar. Este lugar tan especial y con características propias que forma parte de la misma cuenca geológica de los vecinos Talampaya e Ischigualasto. Para comprender la morfología del paisaje debemos saber que está conformado por rocas sedimentarias del tipo areniscas, con diversos grados de compactamiento. La acción erosiva del viento a lo largo de millones de años, fue desgastando y esculpiendo, las curiosas formas que hoy se pueden apreciar.
Avanzando por la huella
Con nuestro propio vehículo dimos inicio a un recorrido de aproximadamente 1,5 km. con paradas o estaciones. Descendimos en la primera, donde pudimos tomar contacto con un playón de piedra en el que fueron tallados diversos morteros. María nos explicó que eran de tipo comunitario. Allí los Diaguitas, una de las últimas culturas que se asentaron en el valle, molían los frutos y las semillas que cosechaban de las plantas autóctonas.
Más adelante pudimos apreciar detalles de la vegetación del lugar, cactáceas o arbustos generalmente espinosos, con hojas muy pequeñas. Con tan sólo 130 a 150 mm de precipitación anual, se han adaptado para conservar la poca agua disponible allí. Se pueden observar cardones, jarillas, chañares y breas, entre otras. Algunas de estas plantas, de apariencia tan rústica a nuestros ojos, encierran poderes medicinales específicos para diversas dolencias, tal como nos ilustró nuestra guía. Tan interesante serían sus explicaciones, que hasta un manso caballo, vecino del lugar, se acercó hasta nosotros y nos acompañó durante una de esas charlas.
La huella zigzagueante nos condujo a otro sector donde pudimos apreciar maderas petrificadas, pequeños vestigios de enormes araucarias, que poblaron el lugar hace 200.000.000 de años.
Continuando nuestra marcha, comenzamos a apreciar curiosas formas en las rocas, que dan rienda suelta a la imaginación de cada visitante. Algunas de ellas son el típico hongo, la silueta de un loro, o la cabeza de una pitón.
Continuando por el sendero
Al final de la huella, estacionamos la camioneta para continuar con un trekking de casi un kilómetro de largo, que debe de recorrerse con precaución a causa de las piedras sueltas que cubren el suelo. Este sendero nos fue internando más en el parque y nos permitió llegar al pie de majestuosos paredones verticales que, con diez pisos de altura, enmarcan y contienen el estrecho valle. Nos detuvimos aquí un rato y, al mirar al cielo, nos sorprendió el vuelo de un cóndor, amo y señor de las alturas. Tomé mi máquina y apunté hacia arriba, pero fue tarde y se esfumó tras la montaña.
Continuamos la marcha para descubrir otras curiosidades en las formaciones rocosas. Desde lo alto de un paredón, una gigantesca cabeza de momia, con un osito tatuado en su mejilla (foto abajo) custodiaba el valle. Más adelante, la silueta de un castillo medieval parecía emerger de la montaña. En fin, con un poco de imaginación, hay geoformas para todos los gustos. Llegamos así al final del sendero, donde desde un mirador elevado se aprecia la inmensidad del paisaje. A nuestra espalda, un enorme bastión de roca colorada con cardones a sus pies luce como la postal característica del parque. Más abajo y a lo lejos, la figura de otro hongo solitario, con un sostén tan delgado, parece desafiar la gravedad.
Hora de volver y desandar el sendero con la sensación de haber conocido algo diferente. Un lugar que, con mayor difusión y un par de mejoras en su infraestructura, tiene todo el potencial para convertirse en un punto turístico significativo, tanto para La Rioja como a nivel nacional.
En la zona no hay servicios salvo el vecino hotel Posta Pueblo, de buen nivel y con 40 habitaciones. Nos alojamos allí la semana pasada y tanto la atención como la gastronomía son impecables. Este hotel se encuentra a unos 200 m de la entrada del Parque y, a su manera, brinda cierta logística a una media docena de ranchitos donde viven los guías del parque.
Por otra parte, previa coordinación, nos podrán esperar a la vuelta con un delicioso chivito a las brasas, en el sencillo comedor desde donde partimos. ¿Qué más se puede pedir?
Fuente: Weekend – https://weekend.perfil.com/