La economía no arranca y el Gobierno empieza a sentir dos presiones en forma de “pinza”: los sindicatos piden más gasto público para atender cuestiones sociales mientras que los empresarios reclaman un alivio en la presión impositiva. Con mal pronóstico electoral, Macri acusa un desgaste político

Por Fernando Gutierrez
Lo que Obama no le contó a Macri: el plan para manejar la “pesada herencia” puede traer una derrota electoral
En estos días en los que se observa una catarata de malas noticias, Mauricio Macri debe añorar, como nunca antes, aquellos tiempos felices en los que recibió a Barack Obama.

Pocas veces se lo había visto tan contento. En ese entonces, la victoria de Donald Trump parecía imposible y el Presidente argentino se animaba a trazar un paralelismo entre el inicio de su gestión y el arranque que debió afrontar el mandatario estadounidense, allá por 2008.
La sintonía entre ambos quedaba de manifiesto cuando Macri hablaba sobre cómo Obama había sido una “fuente de inspiración” para la toma de decisiones.

Elogiaba su firme convicción para superar las dificultades del ajuste inicial, a la espera paciente de ver los frutos en el crecimiento de la economía.

En aquel momento, hasta dio una pista sobre cómo esperaba que fuera la evolución de su plan económico.

Recordó que la gestión de Obama mostraba 72 meses consecutivos de crecimiento de la actividad y en la creación de empleo, luego de haber tenido que tomar medidas desagradables e impopulares durante 15 meses.

El mensaje se podía leer entrelíneas: había que asumir que todo el 2016 iba a ser iba a ser recesivo y que recién sobre el segundo trimestre del 2017 iban a aflorar los beneficios de una economía estable y en crecimiento.

La respuesta de Obama -siguiéndole el juego a su colega argentino con la analogía entre ambos que, tras haber recibido una “pesada herencia” asumieron el costo político de corregir inconsistencias-, sonó como música para los oídos de los funcionarios macristas.

“Cuando llegué al poder tuve que adoptar medidas muy difíciles, que no fueron acogidas con beneplácito”, recordó el mandatario del país del norte.

Muchos afirmaron que esa reunión fue determinante para que Macri se decidiera a impulsar medidas impopulares como el “tarifazo” en los servicios públicos.

Los presidentes populares también pierden
En rigor de verdad, Macri omitió un “detalle” importante, la parte de la analogía que no le convenía recordar.

El mandatario estadounidense sufrió una “paliza electoral” en las legislativas de medio término de 2010, cuando perdió la cuarta parte de sus bancas en el Congreso, que pasó a quedar bajo el control de la oposición republicana.

Precisamente en este punto hay una lección para el macrismo: los aceptables resultados de la economía obtenidos por Obama habían sido logrados al alto costo del descontento social.

Logró desactivar la “bomba” recibida del gobierno anterior, pero lo tuvo que pagar en las urnas.

En aquel momento, reconoció sin tapujos sus errores al afirmar: “Tengo que hacer un mejor trabajo. Esta paliza me deja claro lo importante que es para un presidente salir de la burbuja de la Casa Blanca”.

En su autocrítica post-electoral, también convalidó la “gran frustración” de la ciudadanía por la baja velocidad de recuperación de la economía y la todavía escasa creación de fuentes de trabajo.

Por otra parte, la crisis financiera del 2008 había provocado malhumor social por el salvataje a los bancos, mientras persistía una alta presión impositiva y se generaba una pesada deuda en el horizonte de las generaciones jóvenes.

El “mea culpa” incluyó palabras conciliadoras para con la oposición y empresarios. Aseguró que estaba dispuesto a “escuchar todas las ideas”.

Dos años más tarde -en la elección presidencial de 2012- logró recuperarse de ese revés, al obtener el voto popular para un segundo mandato.

Claro que la analogía llevada al terreno político no es tan fácil: Macri sabe que no puede darse el lujo de recibir una paliza electoral a dos años de haber asumido, tal como le ocurrió a Obama.

La primera gran diferencia entre ambos es que el Presidente argentino depende de un buen resultado en los comicios para que se produzca la llegada a gran escala de las inversiones productivas, un condicionante que no se presenta del mismo modo en los Estados Unidos.

Esto, lo reconoce hasta el mismísimo FMI que -en contra de su tradición- se muestra indulgente con el desequilibrio fiscal argentino y con un plan gradualista a la hora de introducir reformas.

Entiende que Macri tiene que privilegiar la consolidación de “un proyecto a largo plazo”, si es que quiere recibir dólares del exterior que se dirijan a la economía real.

La comitiva que revisó las cuentas de este país reconoció la necesidad de que los cambios fueran “graduales y consensuados para un crecimiento sostenible y con equidad social”. Por cierto, se trata de un lenguaje muy inusual por parte del organismo que sorprendió a propios y ajenos.

Antes, el Gobierno ya había recibido otro mensaje contundente por parte de los grandes capitales internacionales y fondos de inversión.

En cada foro en el que se buscaba persuadir a empresarios foráneos sobre las bondades de Argentina como destino de inversiones, no preguntaban sobre los recursos naturales del país ni sobre su potencial de crecimiento (que ya los conocen y de sobra).

Más bien, todos los interrogantes apuntaban en otro sentido: qué tan consolidado estaba el cambio en el plano político.

El mensaje que Macri decodificó entonces es que la “lluvia” de inversiones sólo llegará cuando haya certeza en los ejecutivos de negocios de que no habrá una marcha atrás que reinstale el populismo en el poder.

No por casualidad, a partir del llamado “mini Davos”, el Presidente empezó a machacar sobre la idea de que hará una “maravillosa elección” en las legislativas de 2017 y deslizó su postulación para una reelección en 2019.

“Macri tiene el estigma de ser el quinto presidente no peronista en 70 años y de que los otros cuatro no terminaron su mandato”, observa el economista Javier González Fraga.

“Es obvio entonces que tiene que atender la cuestión política y que debe preocuparse por hacer una muy buena elección. De no ser así, se le derrumba todo el potencial que tiene un cambio como el que estamos viviendo”, añade.

Problemas de diagnóstico
A diferencia de lo que le ocurrió a Obama, por ahora Macri no puede mostrar estadísticas de cómo la economía retoma el camino ascendente tras un largo lapso de penurias.

Cada vez, con más claridad, se está poniendo de manifiesto la urgencia por tener resultados “ya mismo”.

Pero, en este sentido, las noticias son decepcionantes: todo aquello que dos meses atrás se interpretaba como la llegada de “brotes verdes” en la actividad productiva, rápidamente quedó descartado.

De hecho, los rubros importantes de la economía, a excepción del campo, siguen mostrando un panorama recesivo.

– La industria registró una caída de 7,6% interanual en su última medición

– La construcción acumula un retroceso de 13% en el año

– En el sector privado se registra una pérdida de más de 120.000 empleos

– El consumo no para de caer en supermercados y shopping centers

– Hasta la lucha contra la inflación -por la que se intenta justificar el ajuste- volvió a traer malas noticias: al preocupante 2,4% de octubre se suman mediciones de aceleración de precios en el inicio de noviembre.

La ansiedad empieza a hacerse evidente en el equipo gobernante, a tal punto que el propio Presidente reconoció en público que había discusiones internas.

Las críticas entre el ministro de Hacienda, Alfonso Prat Gay, y el titular del Banco Central, Federico Sturzenegger, se hacen cada vez menos sutiles y se filtran a la prensa acusaciones mutuas sobre quién es el “padre” del estancamiento.

En medio de ese clima, el Gobierno sufre presiones cruzadas. Por parte de los sindicatos y de la oposición política aparecen iniciativas preocupantes, cuyo común denominador es el de un mayor costo fiscal.

Por caso, la llamada Ley de Emergencia Social, que promueve la “creación de un millón de empleos” (un eufemismo para consagrar subsidios estatales a un millón de desempleados) supondría una carga que, según algunas estimaciones, subiría el déficit en un punto del PBI.

Ese reclamo fue el punto central de las protestas en la marcha convocada por las centrales sindicales y organizaciones sociales.

En paralelo, las agremiaciones empresariales se quejan por la excesiva presión impositiva.

Según la Unión Industrial, la actividad fabril caerá este año 4,5%, mientras que el costo productivo sigue cada vez más caro en dólares.

En otras palabras, sería una utopía pensar que en estas condiciones se produzca un aumento de las inversiones.

Desde el gremio de los economistas, las críticas llegan cada vez más impiadosas.

Luego del reconocimiento por haber evitado una crisis financiera en los primeros meses, empezaron a llegar las quejas por la demora en bajar el nivel del gasto y por la propensión al endeudamiento.

Según el ex ministro Ricardo López Murphy, el Gobierno tiene “un problema serio de diagnóstico” y comete un error al combinar laxitud fiscal con dureza monetaria.

“El gradualismo trae consigo el inconveniente de dar malas noticias todos los meses. El problema que subyace es que hay un gasto fenomenal”, apunta el influyente economista.

López Murphy es de los que cree que no se dará un repunte inversor mientras no se restablezca la confianza.

Más explícito aun es el economista Javier Milei, que opina que no habrá otra solución que apretar el gasto público y subir el tipo de cambio.

“Hay que ver si conseguimos el financiamiento necesario o si terminamos en otra crisis. Si aun así pudiéramos resolver todo, con esta presión fiscal no hay inversión que aguante”, expresa.

Presión por un cambio
Por un lado, se acrecienta la exigencia para un mayor gasto público como forma de auxiliar los problemas sociales.

Por el otro, aparecen los reclamos de alivio impositivo y de un dólar más alto.

Esto, en medio de un cambio en el contexto internacional que ya no asegura ni financiamiento barato ni entusiasmo inversor.

Ese es el repentino nuevo diagnóstico que pone nervioso al Gobierno, que tiene un ojo en los indicadores económicos y otro en el calendario electoral.

A esta altura, ya nadie se anima a pronosticar un buen resultado para el oficialismo en las legislativas del año próximo.

Las encuestas dan preferencia al peronismo en los mayores distritos. Especialmente en Buenos Aires, donde el kirchnerismo supera el 30% de intención de voto.

En principio, esto abre una incógnita sobre el margen de gobernabilidad para el resto del mandato.

Ahí precisamente radica la otra gran diferencia que Macri pasó por alto en el “juego de las coincidencias” con Obama: en Estados Unidos no hay peronismo.

De manera que él no puede darse el lujo de perder para recuperarse dos años más tarde. Tiene que ganar en 2017.

El diagnóstico es claro: para el Presidente argentino es imprescindible que la economía empiece a dar buenas noticias.

Por cierto, no aparecen señales de una recuperación sin un ajuste al plan inicial.

Fuente: IProfesional

By omalarc

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