Ante algunos intentos de deslegitimar el proceso de beatificación del Padre Obispo Enrique Angelelli, compartimos este trabajo del pbro. Dr. Luis O. Liberti quien ha trabajado en el proceso de su causa de beatificación activamente.

 

El martirio con “acento” riojano: Mons. Enrique Angelelli, Wenceslao Pedernera, Pbro. Gabriel Longueville y Fray Carlos de Dios Murias

“La presencia viva de  la Santísima Trinidad en el corazón del cristiano

es el secreto que hace fuerte a los mártires” Mons. Enrique Angelelli,

Homilía en la Solemnidad de la Santísima Trinidad, 9 de junio de 1974.

Resumen:

Acercamos una reflexión abierta y sin ánimo de ser exhaustivos sobre el martirio en la vida de la Iglesia católica con “acento” riojano, donde los mártires proclamados por el papa Francisco ‒un obispo, un religioso, un sacerdote diocesano y un padre de familia‒ nacieron a la vida eterna por ser fieles discípulos de Jesús Crucificado. Presentaremos algunas perspectivas acerca del legado de los mártires riojanos para la Iglesia argentina y más allá de sus fronteras.

El poder dominador religioso de su tiempo, no soportó la solidaridad de Jesús para con los desheredados de su tiempo. El poder dominador y hasta “piadoso” del tiempo de los mártires riojanos no soportó su acción evangelizadora. Ellos son un regalo de Dios. Un regalo conflictivo para reconocer un amor insoportable en un mundo que sigue estructurado sobre la injusticia.

 

 

Enrique Angelelli al asumir el Obispado de La Rioja, el 24 de agosto de 1968 expresó: “Les acaba de llegar a La Rioja un hombre de tierra adentro, que les habla el mismo lenguaje, (también de tierra adentro). Un hombre que quiere identificarse y comprometerse con ustedes. Quiere ser un riojano más. Por eso, desde ahora, les dice: mi querido pueblo riojano”.[1] Su acento cordobés, fue mutando al tono de ser amado por muchos y perseguido por algunos en La Rioja donde “cada chaya esconde su dolor hecho harina y albahaca”.[2]

Junto a Angelelli, también Wenceslao Pedernera, Gabriel Longueville y Carlos de Dios Murias cambiaron sus tonos de vida para dejarla sembrada martirialmene en La Rioja. Fueron testigos “de una Iglesia en salida, dispuesta a caminar con paso firme, sin negar sus errores y fragilidades, para llegar a todos los hombres y mujeres, especialmente los más pobres y excluidos”.[3]

Nos proponemos reflexionar aspectos del martirio[4] en la vida de la Iglesia católica desde la memoria de Jesús, en solidaridad con los pobres, en la experiencia eclesial latinoamericana y finalmente con “acento” riojano, donde los mártires nacieron a la vida eterna por ser fieles discípulos de Jesús Crucificado. Finalmente presentaremos algunas perspectivas abiertas acerca del legado de los mártires riojanos para la Iglesia argentina y más allá de sus fronteras. Invitamos a considerar estas reflexiones como un fraterno homenaje en el año del 50 aniversario del inicio del episcopado de Enrique Angelelli en

La Rioja y a todo su “querido pueblo riojano” al que se integraron Pedernera, Longueville y Murias. Además una memoria agradecida a los laicos, obispos, sacerdotes, religiosas y religiosos que sembraron en La Rioja los valores del Evangelio como fieles discípulos misioneros de Jesús.

 

El martirio: memoria de Jesucristo

Las prácticas y palabras de Jesús le llevaron al calvario, al que se dirige libre y voluntariamente. En el auge de la crisis de Galilea, “se encaminó decididamente hacia Jerusalén” (Lc 9,51) para enfrentar allí su pasión, muerte, resurrección y ascensión. Su determinación es incondicional para llegar a la ciudad donde se consumaría su destino glorioso. La meta final de su misión en la tierra.

El destino del Maestro fue dar su vida por amor al Padre Dios y a la humanidad, por su sangre fuimos redimidos y perdonados (cf. Ef 1,7), y al compartir la “locura y la debilidad de Dios” (cf. 1 Co 1,18-25), accedimos al mensaje salvífico de la cruz.

Jesús a lo largo del Nuevo Testamento es “testigo de la verdad” (cf. Jn 18,37) y también es profeta contra las opresiones (cf. Mt 15,1-9; 16,5-12; 23,1-12), además es portador de una buena noticia (cf. Mt 5,1-12) y defensor de los pobres (cf. Lc 4,16-21; Mt 25,31-46). Jesús confesó que sus enseñanzas no eran propias, sino de su Padre Dios (cf. Jn 7, 16) y que Él había venido a buscar y a salvar “no tanto a los amigos y vecinos ricos sino sobre todo a los pobres y enfermos, a esos que suelen ser despreciados y olvidados, a aquellos que ‘no tienen con qué recompensarte’ (Lc 14,14)” (EG 48).[1]

Las primeras comunidades cristianas a partir del Antiguo Testamento, desearon esclarecer la significación religiosa y salvífica de la vida y destino de Jesús, de este modo:

“llegaron a entenderlo como el justo doliente, el siervo que asume y se entrega por los demás, como el profeta perseguido y asesinado y también como el mártir. De hecho, se le llama ‘mártir fiel y verdadero’ (Ap 3,16; 1,5) en el doble sentido de la palabra: el que da testimonio oral ante un tribunal (cf. I Tim 6,13) y el que testimonia mediante una acción y acepta ser perseguido y muerto (cf. Ap 1,5)”.[2]

Dios no busca tanto la muerte o el sufrimiento de su amado Hijo cuanto la fidelidad, que implica la muerte violenta, en una trama de no conversión y obstinación contra su mensaje (cf. Jn 6,59ss). Este aspecto es importante para concebir teológicamente el martirio, pues éste nunca es buscado por sí mismo, sino impuesto violentamente. San Agustín señalaba: “No es el sufrimiento, sino su causa, lo que hace auténticos mártires”.[3]

Como ha acontecido en la persona de Jesús de Nazareth, la cruz de los mártires no es una contingencia, sino la consecuencia de una vida y praxis acorde a los valores de la Buena Noticia del Maestro.

¿Qué es un mártir?

¿Cuándo el testigo es mártir para la comunidad cristiana? Sin dejar de reconocer la amplitud de proposiciones al respecto,[4] podremos decir que lo es cuando un discípulo de Cristo asume ‒en el lenguaje de la Sagrada Escritura‒ el “cáliz”, es decir, participa  en el mismo destino de Jesucristo (cf. Mt 20,22; 26,39). Realiza una alianza esponsal (de spendo: beber). El testigo es mártir, al confirmar en su vida los valores del Evangelio y hasta compartir el destino del Maestro.
El martirio en el discipulado de Jesús es consecuencia de un sí radical, sí a Él y su Evangelio, de múltiples maneras. El martirio es consecuencia de una opción creyente, sea por su abierta confesión ‒en el caso de la persecución religiosa explícita‒, sea por su compromiso activo por la paz y la justicia, sea por la fidelidad a la verdad y a la moral cristiana, etc.
A partir de las normas elaboradas por el papa Benedicto XIV (1740-1758) para los procesos de canonizaciones, se introduce la condición del “odium fidei” para reconocer la autenticidad del martirio. Desde esta posición, sólo “es mártir quien, como Cristo, muere agredido por el odio que inspira el amor que encarna en su vida”. Nos detendremos en la condición “odium fidei” observando la reflexión de Santo Tomás de Aquino (1225-1274), que se preguntaba si la causa del martirio “es sólo la fe”, y en su respuesta comienza diciendo “parece que sí”, lo cual en el autor indicado equivale a decir que no. Las razones que aduce para ello son:
1. Reconoce cristiano al que es de Cristo, aunque no lo es solo por tener la fe en Él, sino también porque realiza obras virtuosas movido por el Espíritu de Cristo. De este modo señala que se “padece como cristiano” por la confesión de la fe en palabras, y también por realizar alguna obra buena; concluye: “porque todo ello cae dentro de la confesión de la fe”.
2. También observa que el mártir es testigo, “y solo testigo de la verdad. Pero no se llama mártir al que da testimonio de cualquier verdad, sino sólo de la verdad divina”. Por lo cual concluye que “evitar la mentira, aunque sea contra cualquier tipo de verdad, puede ser causa del martirio, en cuanto la mentira es un pecado contrario a la ley divina”. Asume el testimonio martirial de San Juan Bautista, “que sufrió la muerte no por defender la fe, sino por reprender un adulterio”.
3. Indica que la causa propia del martirio es un bien divino, el que está por encima del bien humano. Aunque cualquier bien humano puede ser causa de martirio si está referido a Dios.
Las enseñanzas de Santo Tomás encuentran eco en el Concilio Vaticano II, que revaloró el potencial evangelizador del testimonio cristiano, aún el más sencillo y cotidiano. La Lumen gentium destaca el sacerdocio común de todos los bautizados por el que los cristianos son llamados y capacitados para dar testimonio de Cristo en todo lugar, dando razón de la esperanza de la cual son depositarios (cf. 1Pe 3,15). Específicamente por el sacramento de la confirmación, los bautizados se comprometen aún más a difundir y defender la fe, con su palabra y sus obras, como verdaderos testigos de Cristo (cf. n° 11), cada uno según su condición: ministros ordenados, religiosos o laicos.
La misma constitución en el n° 42, expresa: “el martirio, por consiguiente, con el que el discípulo llega a hacerse semejante al Maestro, que aceptó libremente la muerte por la salvación del mundo, asemejándose a Él en el derramamiento de su sangre, es considerado por la Iglesia como un supremo don y la prueba mayor de la caridad”. José Ignacio González Faus comenta este párrafo y a él nos remitimos.
1. El martirio en la Iglesia ha de asimilarse al martirio de Jesús. Ya lo hemos referido anteriormente y el Maestro no murió precisamente “in odium fidei”.
2. Por lo mismo el martirio es un don y supremo.
3. El Concilio indica que el martirio es antes que nada prueba de la caridad. El n° 42 de la Lumen gentium se introduce con el texto bíblico de 1 Jn 4,16: “Dios es caridad y el que permanece en la caridad permanece en Dios y Dios en El”. “Y el mismo párrafo en que está esa definición del martirio comienza así: ‘Jesús, el Hijo de Dios, manifestó su caridad ofreciendo su vida por nosotros’. En mi opinión excluir todos estos rasgos de nuestra noción de martirio sería sencillamente heterodoxa”.
Concilio de Trento (1534-1549), también ha enseñado que la justificación, junto a la remisión de los pecados, infunde por Jesucristo, “la fe, la esperanza y la caridad”; aunque la fe sin la esperanza y caridad, “ni lo une perfectamente con Cristo, ni hace miembro vivo de su cuerpo”. Este concilio siguiendo la carta de Santiago 2,17ss observa que “la fe sin obras está muerta y ociosa” y “que en Cristo Jesús, ni la circuncisión vale nada ni la incircunsición, sino la fe que obra por la caridad (Gal 5,6)”, (DH 1531).
Podemos observar que el “odium fidei” “no es sólo odio a la profesión de la fe, al hecho de ser cristiano (como era el caso de los primeros mártires del cristianismo u hoy frente a cierto fundamentalismo islámico). Es también odium fidei el rechazo hacia conductas que son consecuencias de la fe”.
En el martirio, el cristiano es configurado con el Crucificado y como memoria suya, visibiliza a Aquel a quien proclama con su fe: a Cristo entregado hasta la muerte de cruz para la salvación de la humanidad. Lleva a plenitud de modo único lo iniciado en el bautismo: “En el bautismo, ustedes fueron sepultados con él, y con él resucitaron, por la fe en el poder de Dios que lo resucitó de entre los muertos” (Col 2,12, cf. Rom 6,5-11). Al ser bautizado, el cristiano queda sumergido en Cristo y en su muerte, para renacer con Él a una vida nueva (cf. 1 Pe 3,21).
Cristo fue el enviado y testigo dando su vida hasta la muerte en cruz por amor y para nuestra salvación. Igualmente, el martirio del discípulo misionero recuerda que el testimonio cristiano se ofrece en la entrega amorosa de sí que habrá de llegar hasta la entrega de la propia vida. Al decir de san Pablo: “Yo estoy crucificado con Cristo y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí; la vida que sigo viviendo en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí” (Gal 2,19-20).
Hemos de advertir que el testimonio/martirio de Jesús debe reflexionarse fielmente;
“no responde, simplemente y sin mediaciones, al designio de Dios; es la consecuencia histórica de un rechazo del mensaje y de la persona de Jesús por aquellos que no quisieron convertirse al reino de Dios. Jesús, por ser fiel a sí mismo y a su misión, tuvo que aceptar la persecución y el martirio”.
La comunión con Cristo Crucificado sitúa a los mártires en una especial comunión con todas las víctimas que padecen la violencia injusta en la historia. Desde la fe, esta comunión en Cristo Crucificado otorga a los mártires un valor excepcional: manifiestan la solidaridad profunda del Hijo con la humanidad pecadora y sufriente, su solidaridad con los últimos y las víctimas. Sí, “como cordero manso llevado al matadero” (Jer 11,19), testimonian su amor a Dios y a la humanidad, pero sobre todo, al Dios Salvador que les ama incondicionalmente porque sólo así tiene sentido compartir con Él sus padecimientos.

El martirio: solidaridad con los pobres

El papa Francisco en Evangelii gaudium al invitarnos a ser testigos alegres del Evangelio, recordará que los pobres son los destinatarios privilegiados del Evangelio y a reconocer “sin vueltas que existe un vínculo inseparable entre nuestra fe y los pobres” (EG 48). Jesús es testigo (mártir) de la verdad amorosa del Padre al amar a los no amados, los marginados, excluidos e insignificantes de la historia. Por lo mismo podemos señalar que el testimonio está vinculado ‒siguiendo el lenguaje judicial‒ con el defensor/abogado del pobre. “Jesús muere porque es un buen pastor que defiende a las ovejas, no las abandona como el mercenario, y por defenderlas da la vida”.
El testimonio/martirio de Jesús, será el modelo u orientación contundente para todos sus discípulos: “la evangelización dirigida gratuitamente a ellos (los pobres) es signo del Reino que Jesús vino a traer” (EG 48). No deben quedar dudas ni caben explicaciones que debiliten este mensaje tan claro.
Mártir es el que ha dado su vida como Jesús y por la causa de Jesús. “El martirio no ocurre por fidelidad a algún mandato (que por hipótesis, pudiera ser arbitrario) de Jesús, ni siquiera por el deseo de identificación mística con el crucificado, sino que ocurre por el seguimiento consecuente de Jesús”.
El mártir es principalmente el testigo de “la verdad de Dios que es amor, en un mundo regido por el desamor y el egoísmo. Testigo de esa verdad con el testimonio de su vida, y no con una mera enseñanza abstracta. Y testigo supremo porque la entrega de la vida es la expresión suprema del amor”. Como explica Rahner, “el término ‘fe’ incluye también la moral cristiana”.
Para Jon Sobrino, el martirio de Jesús y en sus discípulos
“no ocurre por el odium fidei, sino por el odium iustitia, y con mayor hondura y amplitud por el odium misericordiae, misericordia que define la realidad más honda de Jesús y de su Dios, descrita en Lucas como ‘moverse a compasión’. Es el martirio de la línea joánica del ‘mayor amor’”.

Desde los albores de la evangelización en América Latina, reconocemos a
“Intrépidos luchadores por la justicia, evangelizadores de la paz, como Antonio de Montesinos, Bartolomé de las Casas, Juan de Zumárraga, Vasco de Quiroga, Juan del Valle, Julián Garcés, José de Anchieta, Manuel Nóbrega y tantos otros que defendieron a los indios ante conquistadores y encomenderos incluso hasta la muerte, como el Obispo Antonio Valdivieso, demuestran, con la evidencia de los hechos, cómo la Iglesia promueve la dignidad y libertad del hombre latinoamericano” (Documento de Puebla 8).

El martirio: experiencia eclesial en América latina
También a posteriori del Concilio Vaticano II en la Iglesia latinoamericana, el testimonio cristiano asumió una connotación particular (entre otras) y que puede sintetizarse en haber aceptado y asumido “la causa de los pobres como la causa misma de Cristo” (cf. Documento de Puebla, Mensaje 3). La solidaridad y el compromiso con los pobres, marginados o excluidos del sistema sociopolítico y económico dio inicio a un trayecto evangelizador, llevando adelante y poniendo en práctica que entre “evangelización y promoción humana (desarrollo, liberación) existen efectivamente lazos muy fuertes” (EN 31). Vínculos que al decir del papa Francisco hacen inseparable la fe en Dios de la promoción de los pobres (cf. EG 48).
El testimonio solidario con los pobres, desencadenó “la persecución y aún la muerte de algunos de sus miembros (de la Iglesia), a los que consideramos testigos de la fe” (DA 98). Muy pocos de ellos ha sido declarados santos por la Iglesia, pero la Conferencia de Obispos latinoamericanos y caribeños en Aparecida aporta una novedad, invita a alimentarse de su testimonio y los denomina santos y santas no canonizados (cf. DA 98). Por parte de Aparecida, ya están canonizados.
Iniciándose así “una rica y múltiple relación hacia el sufrimiento, la muerte y la cruz”, que según Jiménez Limón conlleva tres realidades histórico prácticas nucleares. Asume el sufrimiento de los demás como propio; interactúa contra las causas del sufrimiento evitable de los demás, “sin paralizarse por el temor al propio sufrimiento, y aun muerte, que tal acción puede provocar o va probablemente a provocar” y asume la búsqueda y el anuncio de la esperanza ante los sufrimientos inevitables (la finitud, la muerte,…) y los evitables.
De este modo, los testimonios solidarios con los pobres que en varios casos sufrieron persecución, condena y muerte violenta se unieron al destino o la suerte del Maestro. No por propio deseo, sino por don. Ellos no buscaron ser mártires, sino que buscaron comunicar la vida y la liberación integral para los pobres. Son muchos los que han sostenido su solidaridad creyente hasta el término de su vida y el anuncio esperanzador de la Buena Nueva de Jesucristo.
Además en el caso de nuestro continente, no se persiguió o mató por odio a la confesión de la fe. Las víctimas y los victimarios estuvieron asentados entre integrantes de la misma Iglesia. A los primeros se los persiguió y hasta eliminó físicamente, por su solidaridad como Jesús por los últimos y despreciados de la sociedad injusta. Como Jesús, no los mataron por odio directo a la confesión de la fe, sino porque intentaron autenticarla, haciendo carne el seguimiento efectivo de Jesucristo, asumiendo la cruz de los demás en la entrega de su propia vida. Gracias a “su testimonio, llevado hasta la entrega total, resplandece la dignidad del ser humano” (DA 105).
Podemos señalar que las víctimas para los victimarios ‒un sector muchas veces minoritario, aunque poderoso de la Iglesia‒ fueron intérpretes heterodoxos de la religión ortodoxa que terminó pervirtiendo sus raíces y fundamentos. Fueron anti-contradictorios en un continente que se dejo domesticar por las contradicciones y escandalosas diferencias sociopolíticas y económicas. Se trata de cristianos que dieron testimonio de su fe, “más allá del espacio intra-eclesial o intra-religioso, en el seno de la sociedad civil. Son personas que han testimoniado su fe en la esfera de la autonomía de lo político, más allá de todo confesionalismo”.
“La Iglesia en América Latina supo de martirios, de testimonios heroicos, de evangelización entusiasta”. La sangre entregada solidariamente por la causa de Jesucristo, es semilla de esperanza. Han compartido la misma suerte que el Maestro, abajándose como siervos de los más necesitados y resguardando sus vidas con su propia vida. También participaron de la resurrección de los muertos, obra fundamental del amor de Dios. “La resurrección de Jesús es prototipo, precursora, anticipadora de todas las resurrecciones. En ella el fin de la historia ya aconteció. (…) En ella apareció también que solo resucita quien es capaz de dar su vida por los hermanos”.

El martirio con “acento” riojano: Mons. Enrique Angelelli, Wenceslao Pedernera, Pbro. Gabriel Longueville y Fray Carlos de Dios Murias ofm Conv
Lo indicado sobre la Iglesia en América latina tuvo su eco en la Iglesia argentina durante la dictadura militar-cívica denominada “Proceso de Reorganización Nacional” (1976-1983). Esos años de dolor provocó una verdadera nube de mártires y confesores del Crucificado y de los valores de su Evangelio.
El obispo Angelelli, “desde la misma noche de ese fatídico 24 de marzo (de 1976), cuando las detenciones se trasforman en una marea gigantesca y las desapariciones y las cesantías multiplican el llanto y la desesperación de toda la provincia”, se multiplica, procurando restañar las heridas abiertas con su palabra, con su gesto, con su vida. Ricardo Mercado Luna describe al obispo en una valiente actitud, pues desde ese momento no tuvo descanso físico, ni anímico; de su angustia, de su propio dolor, de sus flaquezas humanas sacó fuerza, empeño y constancia para gestionar, interceder, averiguar, etc.
Los militares y civiles que emprendieron el Proceso de Reorganización nacional desde el poder estatal emprendieron una atroz represión contra la guerrilla, provocando las protestas de entidades nacionales e internacionales preocupadas por la flagrante violación de los derechos humanos. En esta represión participaron militares y civiles “interesados en la ‘salvación’ de la Iglesia ‘verdadera’ y en actitud de servicio ‘al auténtico Dios’”.
A muchos mártires y confesores del Crucificado de aquella etapa oscura de la historia argentina hay que visibilizarlos en una cultura eclesiástica desmemoriada. En 1986, Emilio Mignone comenzaba a señalar cifras y nombres de sacerdotes, seminaristas, religiosas y religiosos y obispos víctimas de la represión estatal. Estudios posteriores brindan cifras mayores. Hemos de considerar además el alto número de laicos que sufrieron persecución o represión violenta por el solo hecho de acercarse a los pobres desde la comunidad eclesial.
A partir del 8 de junio de 2018, día que el papa Francisco reconoció mártires ‒luego de realizarse el proceso canónico correspondiente‒ a cuatro cristianos riojanos, comenzamos a visibilizar a los mártires riojanos: Enrique Angelelli ‒Obispo de La Rioja entre 1968 y 1976, había nacido en Córdoba en 1923‒, Wenceslao Pedernera ‒laico, casado, tres hijas, comprometido en el movimiento rural cristiano, nació en la provincia de San Luis en 1937‒, Pbro. Gabriel Longueville ‒nació en Etable (Francia) en 1931, se ordenó sacerdote en 1957 e ingresó en una organización misionera de sacerdotes para trabajar en América Latina; llegó a La Rioja en 1971‒ y Fray Carlos de Dios Murias ofm conv ‒nació en la provincia de Córdoba en 1945, ordenado sacerdote en 1971, la congregación franciscana le pidió fundar una comunidad en la Diócesis de La Rioja; Angelelli le solicita que sea en Chamical‒. Fueron asesinados con pocos días de diferencia entre el 18 de julio y el 4 de agosto de 1976 en Chamical (Longueville y Murias), Sañogasta (Pedernera) y Punta de Los Llanos (Angelelli), en la provincia de La Rioja. Son mártires riojanos, aunque no lo eran por nacimiento, lo fueron por adopción eclesial.
Longueville fue asesinado junto a Murias, luego de secuestrarlos la noche del 18 de julio de 1976, sus cuerpos fueron tirados a la vera de las vías del ferrocarril y hallados el 20 de julio. Ambos habían sido baleados. A Pedernera lo balearon desconocidos en la madrugada del 25 de julio de 1976 delante de su casa y familia.
Mons. Angelelli, luego de participar en Chamical del novenario por los curas asesinados, de haber relevado diversos informes acerca de este hecho, emprende el regreso a La Rioja el 4 de agosto de 1976, luego de un almuerzo con las religiosas josefinas de esa parroquia. Lo acompaña en el trayecto el Pbro. Arturo Pinto.
Ese día, en la ruta que une Chamical con La Rioja, concretamente en Punta de Los Llanos, en un “accidente automovilístico” (según lo consignaron las autoridades militares que difundieron la noticia) perdió la vida el obispo Angelelli. El L’Osservatore Romano publicó la noticia de su deceso, indicando que la misma aconteció “en un misterioso accidente automovilístico”. Sin embargo, cuando se anunció el nombramiento de un Administrador Apostólico para la sede riojana, en la persona de Mons. Cándido Rubiolo, Obispo Auxiliar de Córdoba, se rectifica en este mismo medio lo anteriormente mencionado, y nombrándolo por medio del apellido materno del obispo. San Pablo VI, con ocasión de recibir al nuevo embajador argentino ante la Santa Sede, en la alocución de las credenciales le expresó:
“Como Padre común, no podemos dejar de participar intensamente en la pena de todos aquellos que han quedado consternados ante los recientes episodios que han costado la pérdida de valiosas vidas humanas, incluidas las de diversas personas eclesiásticas. Hechos estos acaecidos en circunstancias que todavía esperan una explicación adecuada”.
Las instancias investigativas que la Iglesia llevó adelante tuvieron diversos tiempos y actores. La causa judicial sobre el “accidente automovilístico” fue reabierta en el año 1983 a instancias de los Obispos Jaime de Nevares sdb (Neuquén), Jorge Novak svd (Quilmes) y Miguel Hesayne (Viedma). Determinó que el “accidente” fue un homicidio calificado. La causa judicial y tuvo algunos vaivenes y concluyó el 4 de julio de 2014. El veredicto del Tribunal Oral Federal de La Rioja sentenció que la muerte de Angelelli, se debió a “una acción premeditada, provocada y ejecutada en el marco del terrorismo de Estado”.
La Eucaristía de entierro fue celebrada el 6 de agosto de 1976, en el atrio de la Catedral riojana. La presidió el cardenal Raúl Primatesta, concelebrando otros obispos, numerosos sacerdotes y una multitud de fieles que ocuparon la plaza 25 de Mayo. Mons. Vicente Zazpe en la homilía expresó:
“Su gestión pastoral fue aceptada por tantos, cuestionada por otros hasta rechazarla. Pero amó mucho. Se le adjudicaron cosas que siempre rechazó. Negaron su ministerio, cosa que siempre abrazó y defendió… Los que hemos sido confidentes en su vida sabemos las veces que se preparó a morir deseando que su muerte fuera la reconciliación de toda la familia diocesana”.

¿Qué nos dicen estos mártires?
Los mártires riojanos no protegieron sus vidas, sino su fuente, es decir su convicción religiosa, en fidelidad a Dios y a sus hermanos. Y esta fuente la defendieron muriendo. Ellos lanzan una pregunta radical: ¿cuál es el sentido último de la vida sacrificada por algo que se considera de más valor que la vida? La resurrección del mártir Jesucristo tiene, entre otras significaciones teológicas, la de perder la vida para recuperarla en toda su plenitud (cf. Jn 12,24). A los mártires riojanos, junto a muchos otros, les está reservada la participación en la plenitud de sentido, es decir, la entronización en el reino de la vida eterna (cf. Ap 7,14-17).
El martirio es una expresión de la honestidad y coherencia que lleva a privilegiar y a anteponer la verdad divina sobre las propias opciones personales de vida. En efecto, el mártir indica no solamente que cada uno puede conocer integralmente la verdad sobre su propia vida, sino más aún, que él puede dar su misma vida para convencer sobre la verdad que guía sus convicciones y sus opciones.
Las convicciones evangélicas y evangelizadoras de los mártires riojanos penetraron en el vasto y complejo entramado de la vida de las personas y de la sociedad riojana. Ellos respondieron con palabras y obras a la inquietud del papa San Pablo VI: “¿cómo proclamar el mandamiento nuevo sin promover, mediante la justicia y la paz, el verdadero, el auténtico crecimiento del hombre? (EN 31). El mismo papa fue contundente al vincular y articular el amor al prójimo que sufre necesidad con el empeño en buscar respuestas evangélicas desde la justicia, la liberación, el desarrollo o la paz.
Angelelli y sus compañeros mártires enseñaron “que no había que esperar la liberación temporal para evangelizar, como algunos interpretaban entonces los documentos de Medellín. El Evangelio era raíz y el mejor inicio de liberación temporal, porque ponía los elementos que hacían verdadera la promoción humana”.
En el contexto histórico secular y eclesial en el cual estos mártires desplegaron sus vidas y servicios, fueron “adelantados” y “conflictivos”. Tanto sus vidas como sus muertes o cercana beatificación es motivo de conflicto desde algunos sectores de la vida secular y eclesial. En realidad la intolerancia a ellos es sólo una excusa, ocultando la que se profesa hacia las personas carenciadas de justicia, dignidad, bienestar integral, trabajo, educación,… “Conflictua” que un laico (Pedernera), un presbítero (Longueville), un religioso (Murias) y un obispo (Angelelli) hayan llegado al martirio, es decir, a la perfección de la evangelización (San Irineo) por su sólida y convincente cercanía con las personas marginadas de la historia (cf. GS 1).
Pablo Pastrone que ha estudiado la recepción diocesana de la muerte de Mons. Enrique Angelelli, en un momento de su investigación se pregunta: “¿Qué nos dice sobre la muerte de este pastor el sensus fidei?”. Podemos responder involucrando a los cuatro mártires riojanos, “A todos ellos les cabe lo que un antiguo cristiano escribía sobre los primeros mártires: ‘Hacen el bien y se los castiga como malhechores, castigados de muerte se alegran como si se les diera la vida’ (Carta a Diogneto)”.
Estos testigos mártires anticiparon con su entrega la salvación que todavía anhelamos, “porque solamente en esperanza estamos salvados. Ahora bien cuando se ve lo que se espera, ya no se espera más” (Rom 8,24). Para el cardenal Pironio, la esperanza es “seguridad, confianza, ánimo, coraje, optimismo. Supone fe en la Resurrección del Señor, en su vida en medio de nosotros. Exige creer que ‘para Dios nada es imposible’ (Lc 1,37)”. Los testigos al solidarizarse con la esperanza de lo nuevo, asumieron definitivamente lo “justo”, “vendrán los cielos nuevos y la tierra nueva, donde habitará la justicia” (1 Pe 3,13). La esperanza testimoniada por los mártires afirma de que vivieron en el tiempo, abiertos a la vida eterna y comprometidos en la construcción de la historia.

Perspectivas abiertas
El apartarse de las fuentes como la Sagrada Escritura, la Tradición, el Magisterio y la historia de la Iglesia puede conducir a una desnaturalización del discurso y la praxis teológica, al igual que el olvido de la realidad histórica y de la vida real de los seres humanos. Como lo expresa Chenu: “Dios ha entrado en la historia y en la historia es donde obtengo la inteligencia de su misterio. Antes de la fe conceptualizada, está la fe vivida, lugar primario de la teología”. Para este teólogo la fe es adhesión a hechos antes que a doctrinas, al centro de los cuales está la Encarnación “histórica” del Hijo de Dios, en Jesús de Nazaret. O en palabras del papa Francisco
“las preguntas de nuestro pueblo, sus angustias, sus peleas, sus sueños, sus luchas, sus preocupaciones, poseen valor hermenéutico que no podemos ignorar si queremos tomar en serio el principio de encarnación. Sus preguntas nos ayudan a preguntarnos, sus cuestionamientos nos cuestionan”.
Observamos que aflora una relación constitutiva y no meramente consecutiva. No existe anteriormente la Iglesia para relacionarse con la humanidad y la historia, sino que ésta se constituye en esa vinculación. Los mártires de todos los tiempos conjugaron la fe en lo arduo de la historia humana.
Los cuatro mártires riojanos configuran una constelación complementaria de las vocaciones cristianas (laical, ministerial y consagrada), y “con un oído en el pueblo y otro en el Evangelio”, asumieron e interpretaron lo que vivía y afectaba al pueblo riojano. Lo hicieron desde la aspiración a la justicia evangélica como impulso del Espíritu Santo. Fueron sabios que elaboraron un juicio pastoral, es decir, orientador de la acción evangelizadora en su acontecer histórico y para ello “era necesario algo de instinto profético”.
El 4 de agosto de 1990, el obispo de Quilmes, Jorge Novak svd, con motivo del 14° aniversario de la muerte de Mons. Enrique Angelelli, publicó una Carta Pastoral. Por medio de ella invitaba a respetar la memoria del Obispo de La Rioja, que fue perseguido en vida y “continuó siendo después de su muerte víctima de maledicencias, de sentencias injustas y de una conjuración del silencio”. Además urgía a “dejar esclarecida su personalidad, rehabilitar su recuerdo, valorar su ministerio”, ya que como había sucedido en vida de Angelelli, “después de su muerte algunos círculos de intereses mezquinos quieren frenar el Concilio Vaticano II y neutralizar los acontecimientos salvíficos de Medellín’68 y de San Miguel ’69. A los que se agregó, entretanto, el de Puebla”.
Recientemente Mons. Esteban Hesayne decía:
“Se sumó, como lo tengo presente hasta hoy, la conversación de amigo a amigo con el obispo Angelelli dos semanas antes de su muerte. Los dos conversábamos de las amenazas que sufría el obispo riojano. En un momento de la conversación le aconsejé que saliera del país, y me contestó: ‘De ninguna manera, si me voy, seguirán matando a mis ovejas…’ Enrique Angelelli, como buen pastor, entregaba su vida hasta la muerte en defensa de su rebaño. El obispo Enrique Angelelli, fue buen pastor a imitación de Jesucristo, el Señor de la Iglesia y de la historia”.
Hacer memoria del testimonio/martirio es un acto de justicia, pero podría convertirse en una memoria hueca si no va unida estrechamente a la escucha del clamor de los que sufren la exclusión y la postergación de necesidades básicas. Recordarlos estará unido a la construcción evangélica de la justicia y todo aquello que dignifica integralmente a las personas como un anticipo del “todavía no” en el “ya” de la historia. “Es cierto que los mártires son un regalo de Dios para sus pueblos. Pero un regalo conflictivo, una bandera discutida que se levanta para exhibir un amor insoportable en un mundo que sigue estructurado sobre la injusticia”.
P. Luis O. Liberti svd
Buenos Aires, 27 de octubre de 2018.

Doctor en Teología por la Pontificia Universidad Católica Argentina (PUCA). Profesor y Director del Departamento de Teología Pastoral en la Facultad de Teología la PUCA, Profesor de Teología en el Centro de Estudios Filosóficos y Teológicos de Córdoba.

Autor de libros
Mons. Enrique Angelelli, pastor que evangeliza promoviendo integralmente al hombre, Editorial Guadalupe, Buenos Aires, 2005, 554 páginas. (Tesis doctoral en teología, defendida en agosto de 2004).
Puede consultarse en la Biblioteca Digital de la Universidad Católica Argentina: http://bibliotecadigital.uca.edu.ar/greenstone/cgi-bin/library.cgi?a=d&c=tesis&d=mons-enrique-angelelli-pastor-evangeliza

con Pbro. Lic. Pablo Pastrone de Mons. Enrique Angelelli, Obispo de La Rioja, a imagen del Buen Pastor, Agape-Guadalupe, Buenos Aires, 2016.

Autor de artículos:
“El corazón y el perfil de un profeta del Concilio Vaticano II. A los veinticinco años del martirio de Mons. Enrique Angelelli, Obispo de La Rioja”, en la Revista Spiritus, (Quito), 164 (2001) 127-146.

“El corazón y el perfil de un profeta del Concilio Vaticano II. A los veinticinco años del martirio de Mons. Enrique Angelelli, Obispo de La Rioja”, en la Revista Anatéllei-se levanta, (Córdoba), 6 (2001) 23-38.

“Mons. Enrique Angelelli, Obispo de La Rioja. El corazón y el perfil de un profeta del Concilio Vaticano II”, en la Revista Proyecto (Buenos Aires) 41 (2002) 129-146.

“Reflexiones y aportes de Mons. Enrique Angelelli a la redacción del Decreto Presbyterorum Ordinis”, en la Revista Pastores, (Buenos Aires), 25 (2002) 61-66.

“Pbro. Enrique Angelelli, Asesor de la Juventud Obrera Católica de Córdoba entre 1951 y 1960. Los desafíos de la JOC ante el conflicto entre el gobierno justicialista y la Iglesia (1954 y 1955)”, en X Jornadas de Teología, Filosofía y Ciencias de la Educación, Córdoba, 2003,67-72.

“Mons. Enrique Angelelli, pastor de la Iglesia misionera, servicial y sacramento del Concilio Vaticano II”, en XII Jornadas de Teología, Filosofía y Ciencias de la Educación, Córdoba, 2005,17-33.

“La pastoralidad del Concilio Vaticano II en la interpretación de Enrique Angelelli”, en la Revista Anatéllei-se levanta, 13 (2005) 13-31.

“Mons. Enrique Angelelli, pastor plasmado en la fragua del Concilio Vaticano II”, en la Revista Teología (Buenos Aires) Tomo XLII 87 (2005) 463-482.

“Mons. Enrique Angelelli: ‘Todo Concilio en la Iglesia es también una metanonia de la Comunidad Cristiana’”, en SCHICKENDANTZ CARLOS, A 40 años del Concilio Vaticano II. Lecturas e interpretaciones, Editorial de la Universidad Católica de Córdoba, Córdoba, 2005, 193-209.

“La participación de los cristianos en la comunidad política en las perspectivas de los obispos Enrique Angelelli y Jorge Novak”, Revista Anatéllei-se levanta 31 (2014) 81-94.

“Mons. Enrique A. Angelelli, obispo de La Rioja, testigo (mártir) del Concilio Vaticano II”, en VERBUM SVD (Sankt Agustin-Alemania) 3/4 (2016) 322-335.

“Encausar la pastoral de conjunto. Monseñor Enrique Angelelli, la Comisión Episcopal de Pastoral y la Declaración de San Miguel”, en Vida Pastoral (Buenos Aires) 361 (2017) 13-19.

“El martirio con ‘acento’ riojano: Mons. Enrique Angelelli, Wenceslao Pedernera, Pbro. Gabriel Longueville y Fray Carlos de Dios Murias ofm Conv”. en Revista Anatéllei-se levanta en prensa para diciembre de 2018.

Medios audiovisuales

Coautor del montaje audiovisual Mons. Enrique Angelelli, pastor riojano, Verbo Audiovisuales, Rafael Calzada, 1984.
Productor del video Mons. Enrique Angelelli, nos enseñó que éramos personas, Editorial Guadalupe, Buenos Aires, 1986.

By omalarc

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