Cada 7 de junio vamos a tener colegas para aplaudir y admirar por su gran trabajo, nuevos emprendimientos periodísticos y razones para conciliarnos con nuestra profesión.
Pero las cosas no están bien para el periodismo y los periodistas. Y lo describo con un ejemplo: en los años ´90 irrumpió en las redacciones de los grandes diarios el auge de los manuales de estilo. Bajo una fuerte influencia de los principales diarios de Estados Unidos y de Europa, entre nosotros Clarín, La Nación y otros medios se volcaron a producir sus manuales de estilo y hablar de “excelencia” para mostrar el buen hacer de la profesión, y sistematizar normas y premisas del trabajo profesional.
Treinta años más tarde, esos manuales están sepultados en Clarín, La Nación y los grandes medios por un periodismo de guerra que despliega un arsenal nefasto compuesto de fake news y todo tipo de operaciones en las cuales la verdad se va por la canaleta del periodismo basura.
De la excelencia al periodismo de guerra
Hace mucho tiempo un conocido periodista decía en una redacción “No permitas que la verdad te arruine una buena nota”. Hoy parece la biblia de cierto periodismo muy masivo. Se titula con mucho impacto y en la mayoría de los casos con acusaciones que no tienen sustento. Más de una vez el texto no sostiene lo que afirma el título, y, cuando lo sostiene, a las horas los acusados demuestran que era falso, pero no pasa nada. No hay sanción alguna para el periodista y el medio mentiroso.
Se pierde el trabajo por la torpeza de enviar un móvil al domicilio de un personaje público que hace un culto de la calumnia, pero no por acusar falsamente desde un gran medio.
¿Y por qué la mentira difamante no tiene costo? Porque no sólo se transformó la práctica de ese periodismo sino que cambió la actitud de una buena parte del público, que ya no se interesa tanto en saber qué sucedió realmente sino en que le confirmen sus prejuicios. Si cree, porque rechaza el populismo y porque se lo dijeron el macrismo, los grandes medios y Comodoro Py, que Cristina Fernandez es ladrona, enterarse de que las acusaciones contra ella son falsas es como si le arrebatasen el derecho a indignarse, y, por lo tanto, no se interesará en las desmentidas ni va a dejar por eso de leer Clarín o escuchar Radio Mitre.
Los medios abastecen de combustible a sus creencias y prejuicios.
Frecuentemente me cruzo con personas que consumen Clarín; La Nación, Perfil o América TV que niegan la manipulación mediática y dicen: “A mi nadie me dice cómo debo pensar, ni Clarín ni Radio Mitre. Yo soy independiente”.
Y esa mísma frase, repetida por muchos creyentes en los grandes medios, indica varias cosas: primero, lo silencioso que es el proceso de colonización mental que el colonizado no lo advierte. Le fijan no sólo en qué pensar sino cómo pensar. Segundo, en muchos casos revela una fe antiperonista que necesita diferenciarse de las que considera las masas ciegas del populismo. Ella piensa con libertad. Y tercero, es una afirmación individualista que desconoce que la manipulación actúa sobre todos.
Entonces, el periodismo de guerra se ejerce con un público ávido por consumirlo.
¿La irrupción de las redes sociales cambió esta realidad? El especialista en medios Ignacio Ramonet señala que la explosión de las redes sociales ha provocado una democratización de la comunicación. De hecho, se multiplicaron los emisores -por ejemplo, todos lo somos en Twitter, Facebook o Instagram-. Pero advierte que eso no garantiza la autonomía intelectual y cultural de la población. Sobre todo en un contexto en que las redes terminan dominadas por los grandes medios y, a su vez, las grandes plataformas, como Google, Yahoo o Facebook no están concentradas a nivel nacional sino del planeta.
Para darse una idea del alcance, se sabe que Google concentra el 80% de las búsquedas en red de los Estados Unidos. Y Google ya no es sólo un sustantivo propio. Es un verbo: buscar es googlear.
Cuando ustedes googlean cualquier tema, notarán que frecuentemente los primeros 20 o 30 sitios pertenecen a los grandes medios. De modo que quien quiera profundizar en alguna información sólo accede a la versión de los grandes medios, que es bien homogénea de acuerdo a sus intereses, y únicamente una minoría muy informada sigue buscando hasta encontrar otros puntos de vista.
Cuando hace unos 20 años trabajé en mi libro “Noticias del poder” entrevistando muchos periodistas Julio Blanck, quien hasta su muerte hace unos años fue un cuadro de la redacción de Clarín, me dijo que la verdad es algo que no está al alcance de los periodistas, que no podemos como los jueces allanar o como los policías reunir pruebas; sólo podemos aproximarnos lo mejor posible a los hechos. No es casual que muchos años después Julio Blanck reconociera que Clarín practica un periodismo de guerra. Y, aunque lo planteó como asumiendo algo criticable, en el fondo podría haber explicado que cuando nos libramos de la carga de buscar la verdad, todo vale.
Es difícil ver la luz al final de este tren fantasma, aunque, como digo, hay numerosas experiencias de otro periodismo menos masivo pero más aferrado a una ética de la responsabilidad y a una práctica que ayuda a abrir los ojos frente a esta realidad tan compleja.
Son los que nos permiten volver a brindar por un ¡Feliz Día del Periodista!.