Del deber de custodiar la Unión Cívica Radical. Por Raúl Galván
En tanto que haya alguien que crea en una idea, la idea vive. Desde que me afilie a la Union Civica Radical, hace mas de medio siglo, sigo creyendo en sus postulados humanistas, democráticos, republicanos, cimentados sobre los pilares de la libertad y la igualdad. Los mismos que inspiraron a un grupo de jóvenes de ideales enérgicos a fundar la Union Civica Radical un 26 de junio de 1891. Los que seguimos creyendo, los que no nos resignamos a que el radicalismo sea una cantera exhausta, los que abrigamos todavía una ilusión hacia el mañana, los que a pesar de los años tenemos la imagen esquemática de una existencia más deseable para nuestros nietos, seguimos aferrados a esa creencia peraltada que representa el radicalismo.
Decía el lúcido filófoso español José Ortega y Gasset que:”Las creencias constituyen el estrato básico, el más profundo de la arquitectura de nuestra vida. Vivimos de ellas y, por lo mismo, no solemos pensar en ellas. Pensamos en lo que nos es más o menos cuestión . Por eso decimos que “tenemos” estas o las otras ideas; pero nuestras creencias, más que tenerlas, las somos”.
El radicalismo advino a la escena nacional para emancipar al hombre, en una misión más espiritual que material. El hombre real es el punto de apoyo de la acción pública, pero el hombre ideal es la meta de la creación política. El radicalismo coloca en el vértice al hombre concreto, no postula un pueblo en abstrato, pero tampoco concibe una política sin ideal, que es aquel afán permanente de liberación material y moral del individuo.
El simple manejo pragmático de las realidades, la supeditación de toda creencia a la utilidad –como ocurre hoy en el país- el mal ejemplo para los jóvenes de buscar sólo buenos medios para los fines, ha convertido a la política en un pensar utilitario.
En lo formal el radicalismo es un partido político, que siente el orgullo de haber sido el propulsor del sufragio universal, que empareja a todos, como instrumento democrático por el que Hipolito Yrigoyen bregó durante 25 años y tres revoluciones por medio. No somos ajenos a la crisis de los partidos políticos argentinos. Esto gravita peligrosamente en el destino democrático de nuestra república. El partido político es una realidad sociológica que, como grupo humano responde al instinto natural de asociación civil. Asociación que debe entenderse legítima, ya que es el producto del derecho a agruparse en forma permanente con propósitos políticos de interés general. El partido político es el intermediario entre la sociedad y el gobierno, su deber es conciliar los intereses divergentes de la sociedad, todo con miras a robustecer el porvenir nacional; el no reemplaza a la soberanía popular, sino que la interpreta. El Estado democrático constitucional se cimenta en la existencia de los partidos políticos y esa concepción ha sido receptada por la Constitución de 1994.
Cuando escucho decir – en estos días de incertidumbre y decepción- “hay que hacer un gran acuerdo nacional”, en la intimidad apruebo, pero me pregunto: “¿con qué partidos políticos?”. Creo que con ninguno. Y esto sucede porque no hemos sabido custodiar los partidos. Romper un partido es fácil, lo difícil es construir un partido. Del sacrificio epopéyico han nacido la U.C.Radical con Alem e Yrigoyen y el Socialismo con Juan B. Justo y Alfredo Palacios, los primeros partidos políticos nacionales.
La hora actual es de los “frentes” o “alianzas” electorales. En este sentido, referido a la U.C. Radical debo decirlo con franqueza varonil; y no llamen a esto pesimismo, reconocer la verdad no es un nunca un acto pesimista: estamos pagando caro la alianza que nos hace creer que estamos en el gobierno. Desaparecieron nuestros símbolos (bandera, escudo y marcha) y lo que es más grave, nuestro programa fundacional que es la “Profesión de Fé Doctrinaria” y lo que es todavía peor, nuestras creencias. La crisis nuestra es una crisis de fé. Parece que no nos damos cuenta que cuando desaparecen los partidos políticos –sobre todo el radicalismo- los “gerentes” y los “tecnócratas” llegan al gobierno y en sus manos – volátiles como sus ambiciones- está el destino de la Nación Argentina.
Termino estas líneas hechas a mano alzada como homenaje humilde a mi partido, al que muchos dimos la mejor sangre de nuestras venas, diciéndole a algún joven radical: que sea custodio del radicalismo, que como creencia y como partido la democracia lo necesita; en su ausencia vienen los hombres providenciales, las dictaduras de todo signo, el partido Unico, las corporaciones económicas que no tienen alma, una sociedad acrítica, la opinión pública condicionada y temerosa, la prensa miedosa y lo que es más lamentable, muchacho, la democracia deja de ser dinámica, cae de golpe en un hondo sopor o letargo y no ejerce mas función vital que la de soñar que vive.
Para que eso no ocurra, hay que proseguir la lucha con fuerza y mucha fé. Porque, al final, como dice Ortega “¿creen ustedes que la vida se deja taladrar y arrastrar sin lucha?”.
La Rioja, 26 de junio de 2018.
Raul Alfredo Galván