El sacerdote Agustín Rosa Torino fue acusado por una ex monja y dos ex novicios. Había fundado una congregación en esa provincia que creció en el país y en la región, y que perdió su estado clerical. “Queremos una condena ejemplar para que se resienta el encubrimiento eclesiástico”, dijo una de las víctimas. El veredicto se conocerá el 8 de julio.
“Queremos que vaya preso como cualquier delincuente, que se lo condene a cárcel común y que su condena sea un ejemplo para todos los sacerdotes que están cometiendo abusos y que saben que la Iglesia Católica los encubre cambiándolos de lugar, aunque en esos nuevos lugares sigan cometiendo los mismos delitos. El abusador no prescribe”. Valeria Zarza es enfática al hablar del sacerdote Agustín Rosa Torino, a quien denunció junto a dos hombres y a quien la Justicia de Salta empezará a juzgar este viernes: es la primera vez que un caso de abuso eclesiástico llega a juicio en esa provincia.
“Está imputado por abuso sexual gravemente ultrajante agravado de acuerdo a la denuncia de dos víctimas y por abuso sexual simple agravado por la denuncia de una más. La pena que prevé este delito es de 8 a 20 años de cárcel, y Rosa Torino está cumpliendo prisión domiciliaria desde 2016 por cuestiones de salud. El agravante se da por su rol como ministro de culto”, describe la fiscal Verónica Simesen, quien encabeza la acusación al sacerdote ante el juzgado salteño que emitirá su veredicto el 8 de julio.
Las denuncias fueron de Zarza, por hechos que ocurrieron cuando ella era monja en el Instituto Religioso Discípulos de Jesús de San Juan Bautista, la congregación fundada por Rosa Torino, y de Yair Gyurkovits y Jonatan Alustiza, dos ex novicios de esa misma institución que denunciaron al sacerdote por hechos ocurridos cuando los dos eran menores de edad.
“Yo estaba en Puerto Santa Cruz, en la provincia de Santa Cruz, en una dependencia dentro de la misma congregación. Ahí sufrí abusos de parte del cura a cargo y me acerqué a Rosa Torino para contarle lo que me estaba pasando: sentí que desarrollamos mucha confianza y fue en ese contexto que él empezó a abusar de mí. Me decía que era como mi padre, que tenía que revisarme el cuerpo, y siempre mostrándose afectuoso”, cuenta Yair: tenía 16 años cuando empezó a ser víctima de abusos en la congregación a la que se había acercado como aspirante a seminarista.
En algún momento, mientras todo eso pasaba, la piel del entonces novicio empezó a brotarse: “Me mandaban a distintos médicos pero no lograban dar con el tratamiento, hasta que se supo que era psicológico. Me estaba enfermando, me deprimí y sentía mucha inestabilidad emocional. No le encontraba sentido a nada y escribí una carta de suicidio que le di a Rosa Aquino: en ese contexto me permitió finalmente visitar a mi familia”, recuerda Yair. “Me encontré con algunos ex hermanos de la congregación que se habían alejado y me contaron los abusos de los que habían sido víctimas, y yo entendí que lo que había pasado conmigo también era abuso, y pensé en que mi hermano menor todavía estaba en la institución y no quería que ni a él ni a otros chicos les pasara nada”, dice. Todo eso fue lo que lo empujó a denunciar a Rosa Torino, primero ante la Iglesia y después ante la Justicia.
“Yair se acercó a mí y me contó todo lo que había pasado. Cuando me dijo que iba a hacer la denuncia reaccioné yo también. Había sufrido manoseos, comentarios sobre mi cuerpo y chistes sexuales de parte de Rosa Torino, que era la autoridad máxima y que hacía todo de forma sutil. Tal vez te manoseaba y después te hacía sentir que había sido porque el espacio era muy reducido. Y yo, que ya soy una mujer de 47 años, crecí en un contexto en el que esas eran cosas que nos pasaban a las mujeres, y si decías algo eras una exagerada o una histérica”, explica Valeria, que perteneció a la congregación fundada por Rosa Torino en 1986 desde sus 23 hasta sus 42 años. Ahora, alejada de la religión, trabaja en el área de atención al cliente de una empresa y complementa sus ingresos con trabajos de costura, a la vez que Yair es joyero artesanal y espera el veredicto “para vivir más tranquilo”: “Todo el proceso judicial fue reparatorio, ahora falta que los jueces den su sentencia para terminar de cargar con todo esto y emprender lo que quiera emprender con mi pareja”, dice él.
El caso de Jonatan Alustiza fue parecido: “Cuando yo tenía 14 años, Nicolás Parma, el cura a cargo en Puerto Santa Cruz, empezó a abusar de mí. Decía que eran juegos entre él y yo, eran escenas de índole sexual, y después decía que todo era mi culpa y que yo lo había obligado a tocarme. Cuando le hablé de esto a Rosa Torino, lo primero que me dijo fue que tenía que perdonar a Parma y que no tenía que contar nada para no ensuciar a la congregación”, recuerda ahora.
Después, Jonatan viajó desde Santa Cruz a Salta: “Rosa Torino se manejaba como un padre, nos insistía en que Dios hablaba a través de él y era muy difícil desobedecer a eso. Como yo tenía un problema de salud muy cerca de la zona genital, me quiso revisar ‘como un padre a un hijo’ para ver si era varicocele. Hasta 2016 me eché la culpa de todo lo que había pasado, pero hacer la denuncia y salir del ocultamiento empezó a revertir esa sensación y tal vez este juicio esté sanando a otros chicos”, suma.
Aunque son denunciantes, no son querellantes: no tienen abogado defensor y sólo pedirá la pena para el sacerdote la fiscal del caso. “Se nos acercaron algunos abogados pero eran a la vez cercanos a la Iglesia de Salta, iban todos los fines de semana a misa con el obispo, y por otro lado para nosotros era imposible afrontar el costo de un abogado”, explica Valeria.
La congregación dirigida por Rosa Torino ya no puede formar varones que aspiren a sacerdotes: el Vaticano ordenó su cierre en 2019, según describe Simesen. “La Iglesia tiene mucha influencia en Salta y no hubo ninguna colaboración de su parte para que nos acercaran las denuncias que hay en el marco del juicio canónico, tampoco nos contestaron en qué estado está ese juicio, cuyas denuncias empezaron en 2015”, explica la fiscal. La congregación fundada por Rosa Torino para formar monjas y sacerdotes había empezado en Salta para después expandirse a México, Chile y España, entre otros.
“Ahora soy una atea acérrima. Yo pensaba que estas irregularidades eran algo de esa congregación, así que lo primero que hice fue pedir ayuda a la Iglesia: así fui encontrándome con la realidad. Monseñor Cargnello, el obispo de Salta, no quería hacer nada, sabía perfectamente lo que pasaba. Ocultaron información al área penal y nunca nos preguntaron cómo estábamos espiritualmente. Queremos que sea una condena ejemplar para que se resienta ese encubrimiento”, dice Valeria, a la espera de que le toque declarar y, sobre todo, de escuchar la sentencia de la Sala IV del Tribunal de Juicios del distrito Centro de Salta.