Un tesoro cultural de San Blas de Los Sauces, en la mítica Ruta Nacional 40, sobre La Costa riojana.
Por Idangel Betancourt para Página 12
A San Blas de Los Sauces, se accede por el cruce de dos rutas nacionales míticas: la RN 60 y la RN 40. La primera sigue hasta el paso de San Francisco, el límite con Chile. La segunda, se adentra en los pueblitos de la costa riojana que conforma el departamento San Blas de los Sauces. Son 16 localidades distribuidas a lo largo de 50 km, bordeando el cerro El Velasco, surcado por el río Los Sauces.
Son pueblitos encantados que se van engarzando a la orilla de la ruta, y que conservan sus nombres en quichua o kakán. Este último idioma que se perdió bajo la influencia del quichua y el castellano, se conserva sobre todo en los nombres de lugares del oeste catamarqueño y pueblos de La Rioja. El reconocido cantautor Pancho Cabral revitalizó sus sonoridades en su canción Pueblos Perdidos: Son siluetas de viento/ que están que pasan/ Son hebras de un pueblo antiguo/ Pueblos Perdidos/ (…) Qué extraño sonido el tuyo/ Silbo perdido/ Me enseñaron a quererte/ Como sin río.
Es que la historia tiene su propio sonido en La Rioja, un ritmo que une pasado y presente, como el sitio arqueológico Hualco, en la localidad de Schaqui. Solo a 5 minutos del pueblo, se accede a uno de los sitios más importantes que conserva la provincia.
Desde hace meses el ministerio de Turismo y Culturas de La Rioja junto a la municipalidad de San Blas trabajan en la puesta en valor del Hualco, que será inaugurado en la segunda quincena de este mes, pensando en la temporada turística de verano.
Fragmento de cerámico estilo Aguada encontrado durante la excursión.
Entre las riquezas arqueológicas que se pueden observar a simple vista, se encuentran vestigios de construcciones aborígenes, arte rupestre y material cerámico diverso perteneciente al periodo Medio (550 al 900/1000 d.C) y Tardío (1000 al 1200/1400 d.C), durante los cuales se desarrollaron los estilos Aguada, Sanagasta y Belén.
Suena lejano, pero es una presencia palpable. En la medida que se asciende por el circuito de visita, los fragmentos de cerámicos aparecen como si las vasijas se hubieran roto hace un rato. Cuando se llega al conjunto principal de viviendas, una roca con 33 morteros y lugares para almacenar bebidas da la dimensión del sitio.
Con la puesta en valor del sitio también se inaugurará un museo con vasijas funerarias y otras piezas arqueológicas donde predomina el cerámico. “El arte Aguada enriqueció su iconografía con mayor variedad de motivos míticos y religiosos, reprodujo imágenes de singular atractivo, aún dentro del carácter un tanto siniestro que caracteriza a las reproducciones artísticas relacionadas con el mismo ciclo de ideas. Sus artistas se expresaron en arcilla, piedra y metal”, señala el informe técnico del sitio.
Nabila, una de las guías del sitio, no solo cuenta la historia del asentamiento, además conoce cada planta y sus aplicaciones: la jarilla con sus florcitas amarillas y aroma a lluvia, y la pichana, son las que más abundan junto al cardón.
“Cuando se asciende hasta la cumbre de la montaña, y observa alrededor, el paisaje que se pierde en el horizonte, comprende la importancia estratégica del emplazamiento. Desde allí se puede dominar todo el valle y comprende la íntima comunión en que vivían los aborígenes con la naturaleza”, comenta Nabila.
Según los arqueólogos que intervienen en la puesta en valor, la organización social era alrededor de pequeños poblados de 10 a 15 casas y cercanos unos de otros. Un dato llamativo es que los cementerios revelan una mayor concentración humana, que tal vez correspondan a prácticas sacrificiales.
“La manifestación de un grupo militar dominante, el desarrollo de ciertas técnicas que requieren especialización y el de obras que requieren trabajo colectivo y organizado, indican diferencias en el status social y en la subdivisión del trabajo. El sistema de simple organización tribal, pudo estar superado aquí por el del señorío o reunión de un cierto número de tribus bajo una sola autoridad”, señala el informe de los especialistas.
El Mikilo: sincretismo y vigencia
A diferencia de otros sitios arqueológicos donde suele imponerse una separación temporal entre los vestigios de una cultura antigua y la actual, el Huaco sigue siendo un centro de ceremonia para muchos de los pobladores de Schaqui y de las localidades de San Blas.
En algunas rocas planas del sitio hay varios petroglifos. Algunos de ellos con los característicos motivos Aguada, como manchas de felino, hombres con atuendo de jaguar, etc.
Sim embargo, hay uno que mantiene una relevancia ritual para los pobladores: el Mikilo. Este petroglifo representa la figura de un niño que sostiene una soga, y en el otro extremo de la soga está atada una llama o un guanaco.
La creencia popular lo ha relacionado con el Mikilo, el famoso duende que según las leyendas del noroeste, aparece en las siestas para asustar a los niños con un poncho y un gran sombrero negro.
Un curioso sincretismo tiene lugar en Huaco. Al lado de la roca donde está el petroglifo la creencia popular ha erigido un altar. Allí se hacen ofrendas y promesas al niño mikilo. Entre los objetos que se encontraban había juguetes, bolsitas de palito helado, botellas de gaseosas y varios yesos que al parecer liga la creencia a las quebraduras.
Petroglifo, Cristo resucitado, cruz y altar al Mikilo. Todo condensado en una roca por la fe popular.
En la misma roca, sobre la figura del niño del petroglifo, alguien clavó un pequeño cristo crucificado blanco. Sobre las rocas dos cruces católicas señorean el lugar. Nabila explicó que para semana santa suelen peregrinar a la zona del mikilo muchos pobladores. Un curioso proceso de hibridaciones y sincretismo, donde la cultura popular mantiene religada más un tiempo simbólico.
El Huaco se mantiene como un acontecimiento vivo, que sigue legando a la cultura actual su producción de sentido. Cuando en los próximos días se abran sus puertas a las visitas, será uno de los sitios arqueológicos más importantes del Noroeste argentino.