Sus amigos y feligreses lo conocen como el “padre Quique”. Un sacerdote cercano, afable, de esos que le gustan al Papa. Apenas esta semana, Francisco lo nombró obispo auxiliar de Santiago del Estero. Una designación más, en teoría, si no fuese porque una historia rocambolesca liga entrañablemente a Enrique Martínez Ossola y Jorge Mario Bergoglio. Cuarenta años atrás y en plena guerra sucia de Argentina el primero, entonces seminarista, salvó su vida gracias al segundo, joven superior de los Jesuitas en el país.
Este lunes 19, la sala de prensa del Vaticano emitió un comunicado para informar la designación del obispo auxiliar. Ofreció una breve biografía: Nacido el 3 de junio de 1952 en Córdoba, ordenado sacerdote el 11 de marzo de 1978 e incardinado en la diócesis de La Rioja. La nota reseñó su ministerio sacerdotal en numerosos templos de esa demarcación eclesiástica antes de trasladarse a la vecina Santiago del Estero, donde fungía –hasta ahora- como vicario general.
Primero fue vicario parroquial en San Juan Bautista en Chepes y en Nuestra Señora del Rosario de Ulapes. Después párroco en Nuestra Señora del Rosario en Malazán, de El Chamical, de la Catedral de La Rioja, de la parroquia de Villa Unión, de Nuestra Señora de la Asunción en la capital riojana y de la parroquia de Chilecito. Además, se desempeñó como director de la Comisión de Catequésis diocesana y vicepresidente de la Cáritas diocesana.
Pero la historia detrás de su nombramiento no apareció en la nota vaticana, ni en boletín institucional alguno. Para descubrirla es necesario viajar al pasado. En 1975 la Argentina precipitaba en el caos político que desencadenó el golpe de Estado militar de 1976. La norteña diócesis de La Rioja era dirigida, desde 1968, por un carismático obispo: Enrique Angelelli.
Su apoyo abierto a los campesinos que combatían la explotación, muchas veces más parecida a la esclavitud, había elevado el malhumor de los latifundistas que sometían a los jornaleros. Su mensaje social y la propuesta de constituir cooperativas de trabajo también lo habían puesto en la mira de la Triple A, sangriento grupo paramilitar. Pero la persecución no comenzó directamente con el obispo, se ensañó con sacerdotes y laicos cercanos a él. Buscaban aislarlo.
“Entre el 4 de junio y el 4 de agosto de 1975 en la sola provincia de La Rioja fueron asesinados ocho estudiantes. En la mira de los paramilitares gubernamentales habían quedado también el obispo Enrique Angelelli y tres de sus seminaristas: Enrique Martínez Ossola, Miguel La Civita y Carlos González. Angelelli estaba muy preocupado por los tres futuros sacerdotes. Temía que no iban a sobrevivir a la violencia de los grupos encargados de rastrillar a los disidentes e inmunizar el país del contagio marxista”, escribió el periodista italiano Nello Scavo.
Enrique Martínez Ossola es uno de los nombres en la “Lista de Bergoglio”, como la bautizó Scavo sugestivamente en su libro del mismo título. Se trata de un elenco de personas a las cuales el actual Papa ayudó a evitar un final trágico. Si bien la lista es ficticia, los nombres existen y son reales. Sus historias salvadas son producto de la ayuda verdadera de aquel espigado cura jesuita, en medio de un país que precipitaba.
Uno de ellos es el padre Quique. Él y otros dos compañeros: Miguel La Civita y Carlos González dejaron La Rioja en 1975. El obispo Angelelli quiso encontrarles un lugar seguro y obtuvo el apoyo del padre Bergoglio. “(Ellos) tenían posiciones diferentes en materia de teología y, como consecuencia, en el campo pastoral. Pero ambos se estimaban”, indicó Scavo.
Tras una afanosa búsqueda, el obispo obtuvo el consenso del superior jesuita para internar a sus seminaristas en el Colegio Máximo ubicado en San Miguel, a las afueras de Buenos Aires. “Creíamos que lo había hecho para hacernos terminar los estudios”, reconoció La Civita. Pronto cayeron en la cuenta que la realidad era otra.
El 4 de agosto de 1976, mientras regresaba de una misa celebrada en El Chamical, Angelelli falleció producto de un supuesto accidente de tránsito. Desde el principio para buena parte de la Iglesia y la sociedad en Argentina, aquella muerte no era fortuita.
Ese mismo día, Bergoglio se encontraba en Perú y apenas recibió la noticia regresó a San Miguel. Cuando encontró a los seminaristas, además de confortarlos les advirtió: “No deben jamás separarse, deben estar siempre juntos y moverse con prudencia. Si están unidos será difícil para ellos secuestrarlos a los tres al mismo tiempo”. Entonces se dieron cuenta el verdadero motivo de su viaje a Buenos Aires.
En el libro de Scavo, Martínez Ossola relató cómo era la vida con los jesuitas. “En el Colegio nos recibió un padre joven, muy cordial. Era el padre provincial, la máxima autoridad de la Compañía de Jesús en Argentina, pero al inicio no nos habíamos dado cuenta. Desde el inicio intuyó nuestra preocupación, y en modo para nada formal instauró con nosotros una relación fraterna. Él y sus hermanos nos dejaron la máxima libertad, no nos impusieron ni siquiera los horarios para el almuerzo y la cena”, dijo.
“El 24 de marzo de 1976, cuando se dio el golpe de Estado militar, nos encontrábamos en clase. Poco después supimos que la casa en la que habíamos vivido en La Rioja había sido cateada y muchos libros con los cuales habíamos estudiado habían sido confiscados. Sacerdotes y laicos fueron arrestados in razón aparente. Querían aislar a monseñor Angelelli. Él era el objeto de todos los interrogatorios”, precisó.
También reveló haber colaborado con Bergoglio en la asistencia a personas que eran presentadas como estudiantes de cursos religiosos o como jóvenes en retiro espiritual, pero que estaban allí para escapar de la persecución. Unos 20, en aproximadamente dos años.
Tras el periodo de alejamiento en San Miguel, los sacerdotes pudieron regresar a La Rioja. En marzo de 1978, el padre Jorge viajó hasta allí para asistir a su ordenación sacerdotal. La relación entre ellos se mantuvo cercana por años, especialmente con el padre Quique. Por eso, cuando lo eligieron Papa, Martínez no dudó en escribirle una de sus asiduas cartas. Supo que nada había cambiado cuando recibió una pronta y elocuente respuesta desde el Vaticano.
“Querido Quique, hoy recibí tu carta del 1 de mayo. Me dio mucha alegría. La descripción de la fiesta patronal me trajo aire fresco. Yo estoy bien y no he perdido la paz ante un hecho tan sorpresivo. Procuro tener el mismo modo de ser y de actuar. Si a mi edad cambio, seguro que hago el ridículo. No quise ir a vivir al Palacio Apostólico, sólo voy a trabajar y a las audiencias. Me quedé a vivir en la Casa Santa Marta, donde nos alojábamos durante el cónclave. Estoy a la vista de la gente y hago vida normal. Misa pública a la mañana, como en el comedor con todo, etc. Esto me hace bien y evita que me quede aislado. Te pido que reces y hagas rezar por mí”.
Fuente: La Stampa