La pandemia y la economía. El conurbano y las elecciones. Las tensiones en el Frente de Todos, la oposición y el intento abnegado por revivir la “ancha avenida del medio”.

Por Yair Cybel para elgritodelsur.com.ar

Conflicto o consenso, esa es la cuestión. El eje vertebrador que atraviesa de manera transversal los debates al interior del Frente de Todos. Desde la derrota electoral de 2015, prendió con fuerza una idea: la negación de la «grieta». Numerosos sectores que acompañaron durante años a los gobiernos de Cristina y Néstor Kirchner insistían ahora en la necesidad de un gesto de unidad nacional, que permitiera sanar heridas, recomponer mayorías y modelar una nueva discursividad, alejada de la verba más encendida de los últimos años de mandato de CFK. Una nueva narrativa capaz de reconstruir puentes rotos. Dejar el «vamos por todo» para pasar al «vamos con todos». Recomponer para avanzar.

La elección de Alberto Fernández como presidente redundó en ese sentido: el hijo pródigo que retorna con sus huestes a enfrentar al adversario común, la contradicción principal por sobre las pujas menores, el peronismo unido como garantia de victoria. Un operador, un constructor de lazos, un dirigente elocuente con capacidad de escucha y con la posibilidad de sentar en una misma mesa a una enorme multiplicidad de actores. Y con un comienzo auguroso: un amplio capital político cosechado en una elección donde obtuvo el 48% de los votos enfrentando al oficialismo. Un año y medio después de iniciado el período albertista -con pandemia en el medio-, la evaluación del escenario se vuelve requisito imprescindible en un año electoral.

Sin lugar a dudas, la gestión de AF debe analizarse al calor de la pandemia: apenas cuatro meses después de haber asumido, las prioridades y las agendas se trastocaron. Hoy la política sanitaria es donde se juega la mayor parte del capital político del gobierno: al calor de la llegada de las vacunas aumenta la credibilidad de un gobierno cansado de dar malas noticias en cadena nacional. Una a favor: mientras se anuncia la producción local de la Sputnik V, la oposición insiste con una encarnizada campaña de crítica a la vacunación, generando una identificación aún mayor entre el gobierno nacional y la inmunización. Primera certeza: el partido se juega con una vacuna en la mano.

Pese a las diferencias, en el oficialismo prevalece un consenso interno que se impone a modo de mantra: cuidar la unidad. La discusión por los plazos de pago de la deuda externa, la cuestión de las tarifas, la mirada sobre la Hidrovía o las diferencias en materia de política exterior, nada atenta contra la unidad hasta que duela. Pero adentro las cosas se mueven. La puja por el PJ de la provincia de Buenos Aires y el creciente perfil público de Axel Kicillof dan cuenta de la apuesta bonaerense del sector más cercano a Cristina, que ya hereda este proceso desde hace varios años cuando se propuso terminar con los «barones del Conurbano». Con cambios de mando y de destino, el territorio bonaerense dista mucho de aquel que dirigían Othacehé, West, Quindimil o Curto. Una certeza es clara: Cristina quiere que el Conurbano se escriba con K.

En vísperas del cierre de listas, la oposición se saca las plumas entre halcones y palomas. El tándem Larreta-Vidal juega de conjunto y se presenta como el ala dialoguista: son los referentes con mayor imagen y cuentan con la capacidad de reconducir a una oposición golpeada para enfrentar las presidenciales del 2023 con posibilidades. Del otro lado, Patricia Bullrich juega a contener al sector más radical y colocar a su gente en las listas de Provincia y de Capital. ¿Su apuesta? Cosechar hacia adentro el legado macrista más duro y contener el avance de una incógnita latente: ¿existe margen para una oposición liberal que crezca a la derecha del PRO? Esta hipótesis es la que profesan desde el sector Bullrich para evidenciar la necesidad de consolidar un ala más dura con representación propia.

Las apariciones de Macri son otro elemento a ponderar: cada vez que aparece, el fantasma aún fresco de su pésima gestión engrandece al oficialismo. En este magma, Elisa «Lilita» Carrió apuesta por ser la articuladora entre ambas tendencias y los radicales mantienen su infructuosa jugada: el ala oficial se contenta con sostener gobernaciones, intendencias y algunos espacios accesorios, mientras que el ala díscola y porteña insiste en su sueño de llevar a Martín Lousteau como Jefe de Gobierno, algo que parece cada día más lejano al calor de la creciente imagen de Rodríguez Larreta. Todo parece indicar que Bullrich deberá contentarse con acomodar algunas piezas en una lista donde el Jefe de Gobierno y la exgobernadora tendrán más tinta en la lapicera.

Mientras tanto persiste un núcleo duro de gobernadores con peso propio y que lo hacen valer. Schiaretti y Perotti son la expresión del peronismo díscolo, ese que ni siquiera el amplísimo abrazo de oso de Alberto Fernández logró contener con eficiencia. Aflora también el «Floro»: Florencio Randazzo comenzó a reunirse con dirigentes que no encuentran terminal en un escenario tan polarizado. El exministro ya sumó al devaluado Humberto Tumini y ahora busca contener a un sector del socialismo que se rehúsa a aliarse con Macri, al peronismo huérfano de Lavagna y a un pequeño grupo de dirigentes del PJ que han perdido espacio en sus municipios. Se reedita cuatro años después el eterno intento de construir una ancha avenida del medio en un país de dos veredas.

Pero la campaña no se jugará solo en el factor pandemia: la economía, fuertemente golpeada, será un elemento central. Desde el albertismo, y con Martín Guzmán como paladín, se apuesta como baluarte principal a la renegociación de plazos de la deuda con el Fondo Monetario Internacional y el Club de París. Este tema ha creado numerosas rispideces: mientras Guzmán cumple con plazos, exigencias y ajustes al gasto público, el sector más kirchnerista insiste en no perder el ojo de la cuestión local. La macro es fundamental para ordenar las finanzas públicas, pero el precio del asado y los alimentos son los que marcan buena parte del humor social. De allí el freno a las exportaciones de carne.

Esta semana, además, algunos gremios insistieron en la reapertura de paritarias. Los sindicatos fueron los más obedientes aliados del Presidente, puesto que cerraron entre un 35 y un 40% pero la inflación ya amenaza con superar esta valla y los gremios quieren hacer valer la promesa de reconquistar el valor del salario. Una promesa que se negocia en la misma mesa que otra caja muy potente: las obras sociales, que atomizan el sistema de salud y que un sector del kirchnerismo ve con buenos ojos para meter en la discusión. Si no es en pandemia, ¿cuándo?

Conflicto o consenso, esa es la cuestión. No caben dudas que en estos próximos meses tendrá que primar una mirada más dialoguista, que permita al gobierno una buena performance electoral y generar un clima de aparente estabilidad. Sin embargo, si la apuesta resulta exitosa y el Frente de Todos logra mayorías parlamentarias, será el momento oportuno para avanzar con medidas de fondo, que permitan trastocar el statu quo de un país cada vez más pauperizado. Un paso en el lugar para dar dos hacia adelante.

El diálogo y el consenso, en una sociedad profundamente desigual, son solo artilugios de quienes detentan el poder para que nada cambie. Con nombre de grieta, conflicto, justicia social o lucha de clases, será tarea del gobierno marcar un programa claro para la pospandemia, que permita la recuperación de los salarios, la discusión por el modelo productivo y la cada vez más necesaria redistribución del ingreso. Y cuando haya dudas, vale recordar que siempre es mejor saber qué batallas dar y asumirlas, que caer en el desgaste por el peso de la inacción.

By omalarc

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